Mi amiga Mercedes es arquitecta. Enseña, además, arquitectura enla Universidadde Sevilla. Es creyente, comprometida profundamente consigo misma como primer lugar donde resuena la palabra de Dios para su propia salvación, y comprometida con los demás: con su mundo y conla Iglesia.
Ella es generosa y ha volcado desinteresadamente toda su sabiduría en el diseño de un templo para su ciudad natal, Sanlúcar de Barrameda, en el que los costes de construcción sean los mínimos y los recursos arquitectónicos logren una cota de habitabilidad óptima. Pero mi amiga es artista. Ella no se ve a sí misma como tal, pero lo es. Y yo sé que lo es: una artista cristiana.
Como es artista, su iglesia, que ya está terminada, procura ser un espacio bello, cosa que consigue. Como es creyente, su edificio nace inspirado en su experiencia de oración, de celebración, de silencio, de contemplación... Procura crear espacios donde la luz desnuda ayude a desnudar el alma e iluminarla por Dios.
En la capilla del Santísimo abre una ventana al nivel del suelo por la que se contempla un pequeño estanque de agua que refleja la luz y la proyecta al interior del edificio.
Sobre el cuerpo del crucificado, que preside el altar mayor, el techo de la iglesia se parte como se parte el pecho del Padre arrojando la luz de su amor sobre el rostro de su hijo.
Mi amiga es una profunda creyente y una profunda artista y muy humilde.
Pero en Andalucía seguimos siendo barrocos: nos gustan las imágenes, los retablos, las flores, las cortinas, los oropeles... La sobriedad minimalista del templo levantado por Mercedes casa mal con esta estética neobarroca, que no es ni mala ni buena, sino simplemente distinta. Por eso, en una conversación con ella, hacíamos consciente que, como creyente, el último regalo de Mercedes a la comunidad eclesial de Sanlúcar sería, quizá, el del olvido de que ese templo lo ha pensado ella misma: “cambiará el párroco y otro vendrá que ponga unas cortinas en el lugar que más te duela. O una escultura almibarada con molduras de escayola sobredorada alrededor que te dañen la vista. Pero tu mejor regalo será renunciar a ti misma, a lo que tú querrías...”
El artista tiene su látigo donde mismo tiene su brillo. Renunciar a la propia obra es doloroso. El narcisismo amenaza con hacer aparición empañando nuestra capacidad de donación. Mi amiga lo sabe y se prepara espiritualmente para ese momento. Pero ¿somos conscientes todos de ello? ¿Nos preparamos interiormente para donarnos y olvidarnos de lo que hemos dado? ¿Somos, en todos los órdenes, conscientes de que lo más bello que realizamos en el mundo, en la vida de los otros... pueda un día no pertenecernos y hasta incluso acabar siendo lo opuesto a la inspiración de donde nació?
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