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May2010Sábana Santa
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May
Arrodillarse ante la Sábana Santa es arrodillarse ante la imagen que allí hay y, sobre todo, ante el hombre que ya no está allí. No sé si el sudario es del siglo I o del XIV. Sabemos que, por las pruebas realizadas, no parece tratarse de una pintura; más bien parece tratarse de la huella de un cuerpo que se ha estampado en el lienzo de alguna forma aún no del todo aclarada.
No creo, a estas alturas de la vida, que la fe de nadie se sostenga o se venga abajo por el hecho de demostrar que se trata de un sudario de la época de Jesús o no. Si una fe se sostuviera ahí, mal signo me parece.
Sin embargo, la Sábana Santa sigue atrayendo a gran número de personas, creyentes y no creyentes. Eso es lo que llama la atención. Y, en cierto modo, es explicable. Porque lo que en ella aparece es la huella de un hombre que ha sido brutalmente tratado. Un auténtico varón de dolores que ha dejado las marcas de su sangre y de los azotes recibidos. Un náufrago de la historia y un perdedor. Un hombre roto, como hay miles de hombres rotos, de hombres que han quedado en la cuneta de la historia; de mujeres que siguen recibiendo golpes y heridas. Pero, sobre todo, parece la huella de alguien que estuvo allí y que ya no está. Toda huella remite, en su vacío, en su ausencia, a una presencia. Toda huella, la huella de unas manos sobre el barro, de unos pies sobre la arena, por ejemplo, parece llamarnos a poner dentro de ella nuestra presencia, nuestra mano, nuestros pies, nuestro rostro, nuestras heridas. Nuestra vida en carne y hueso, en volumen y discurrir.
Alguna corriente pictórica actual invita a pintar con todo el cuerpo, dejando sobre la superficie del cuadro las huellas, marcas y texturas de nuestro cuerpo, que se convierte así no sólo en el artífice de la obra de arte sino en obra de arte misma.
El pensamiento posmoderno que reclama memoria para las víctimas de la historia, para todos los débiles y caídos cuyo nombre nadie recordará, aquellos por quien nadie cantará, llorará o rezará, bien encuentra en este icono una reivindicación para las víctimas. Y más: si ahí hubo un hombre injustamente asesinado, ahora lo que hay es un hombre que venció de su mortaja para siempre.