Y sí: el fútbol es cultura. ¿Quién lo quiere negar? Venga: que lo haga, que hoy estoy chulito. Pero que hable de deporte, no de chequera, porque chequera también hay, y mucha, en el mundillo galerista, del cine, de la moda… Y ¡venga ya!: se puede leer mucho y ser un deportista consumado. Lo triste es que abunde quien ni lo uno ni lo otro. Entonces sí: “Sálvame de Luxe” se convierte en el libro y deporte favoritos.
Este poema va dedicado. Pero quede constancia de que soy madridista.
Es uno de los temas de Radiohead que me han acompañado muchas veces. El video es ya toda una referencia contemporánea. Pero lo que más me gusta es cómo el grupo madura aquí sus experimentos con el sonido y con la voz.
El camino es similar al de la poesía: se reciben influencias que se notan mucho al principio pero luego se olvidan y sólo importa el poso que dejan. Se hacen experimentos con la voz que resultan abruptos, a veces incomprensibles, ridículos, excesivos. Pero también pasa esa etapa y un día resulta que esas mismas excentricidades le han dado a la voz su tono personal: ahora se entienden los poemas sin que su sentido se agote. Una voz se nos ha hecho familiar. Ahora los experimentos, las rarezas con el sonido, forman parte del mensaje, de la letra. Las imágenes explotan cuando explota un significado y las llamas se ceban en las palabras a la vez que el sonido se ceba con las neuronas. Algo se abre a otro horizonte.
Las interpretaciones de este Karma Police son variadas. Predominan las que señalan cómo, al igual que se supone ocurre con el karma, la vida te devuelve aquello que le has dado. Y un día se gira y te mira a través de los ojos de alguien y te devuelve el daño o el amor.
Mas esa es sólo una interpretación. Yo tengo otra: este es un canto absurdo. Pero, como tantas veces en Radiohead, hasta en el absurdo hay un grito que dice: “sacadme de aquí”. Y digo todo esto -lo de la voz, las influencias, lo que has dado a la vida y la vida te devuelve, lo del absurdo- porque tiene que ver con la predicación y con el tiempo en que vivimos.
No sé si hoy he desobedecido al Espíritu Santo. Tenía que predicar en la Eucaristía comunitaria de la mañana y había pensado unas palabras basadas en la expresión “no sabéis lo que pedís” que dice Jesús en el Evangelio de hoy. Pero durante el canto previo de los laudes, quizá conmovido por la voz del salmista, Vicente Botella, quizá por la fiebre que acarreo desde hace días, he visionado una escena basada en otra frase del evangelio del día, la que, hablando de la subida a Jerusalén, dice: “y Jesús se les adelantaba”.
Era como una visión de las que leemos en autoras medievales y en las que relatan aspectos de la Pasión que ellas veían y revivían. He visto a Jesús con prisa por subir a Jerusalén, feliz de llegar allí donde tenía que culminar su misión, entusiasmado por predicar en el Templo lo que ha predicado en las aldeas, deseoso de curar, de anunciar salvación, perdón, misericordia.., como quien, intuyendo el desenlace de rechazo, pone toda su energía pensando que aún es posible, que está en lo cierto, que hace lo que su Padre quiere.
En mi visión Jesús subía tratando de salvar la inocencia de su instinto más niño: el de quien cree que aún es posible, que va allí donde está el centro de la religión en que ha crecido y aprendido y aún alberga la esperanza de que, seguramente, encontrará quien comprenda su mensaje y vea en él la coherencia con la historia de la salvación que su madre, María, le ha transmitido. Jesús subía con esa emoción que siente quien ha decidido llegar hasta el fondo y, sopesado el riesgo, decide que el sentido de su vida está en seguir adelante.
Veía yo todo esto y lo sentía. El sentimiento de Jesús me embargaba.
Mi exégeta de consulta me dirá que la explicación del versículo es completamente otra. Mi teólogo asesor me hará ver que la interpretación personal y subjetiva de la escena está fuera de sentido coherente. Mi director espiritual tratará con paciencia de hacerme asumir la incompatibilidad de mi vida pecadora con el hecho de ver visiones. Mi sicólogo me mostrará cómo, en vez de sentir yo las emociones de Jesús, mi imaginación ha hecho vivir a Jesús los que son sólo sentimientos míos.
Pero lo que más me duele es que al final he predicado lo que tenía preparado. Y no sé si he obedecido al Espíritu.
Todo el mundo subraya la importancia de las redes sociales en las revoluciones que prenden por los países islámicos y árabes. Parece que Internet es ya un elemento esencial en la vida del mundo desarrollado. Y aun del no desarrollado o en vías de desarrollo. Por más que queramos, un correo es más barato que un sms. Antes acceder a determinada información era algo restringido a quienes podían comprar ciertas publicaciones. La presencia de suplementos culturales, el acceso a obras de arte, videos, documentales, páginas de opinión, etc., está ahora a toque de un clic y, aunque nunca bastará decir que se trata de un medio propio del mundo desarrollado, siempre ganará el argumento que señala que, nos pongamos como nos pongamos, es más barato, en proporción a las posibilidades que abre, que cualquier otro medio.
Ni la literatura se libra de esta influencia. Cada uno puede publicar por entregas su novela, su poemario. Ya pueden filmarse cortos con el móvil y colgarlos en Youtube. Y no se trata sólo de un medio de divulgación y opinión. Se trata de un medio que es también objeto y materia de literatura. Ahí va un poema al respecto.
No sé por qué, pero la música de Schubert me hace ver películas. Ayer Daniel Barenboim interpretó al piano dos sonatas del músico del siglo XIX y yo tenía dos opciones: o bien perderme en el jaleo de opus, números, variaciones estructurales, matices, inventivas, densidades y coloraciones o simplemente dejarme llevar por la música como si no fuera de Schubert ni fuera Barenboim el que tocaba. Y opté por lo segundo.
Fue entonces cuando vi la película. Bueno, más bien documental, porque las imágenes partían de la realidad, aun cuando fuera una realidad que ya nunca más volverá a existir. Recorrí, como si a una sesión hipnótica me hubiera sometido, la casa en la que transcurrió mi infancia deteniéndome hasta en los más mínimos detalles: los rodapiés, el aspecto de cada enchufe, el peso y el sonido de cada puerta, la diferente luz de cada ventana, el olor y la densidad de cada habitación, la temperatura de los sábados de limpieza, el dibujo de una losa partida…
Cualquier amante de la música me tachará de tonto y de cateto. Pero hace tiempo que dejé de leer cartelas de museos y programas de mano. Los dejo para otra ocasión cuando el disfrute está ante mí. Me parece hasta pedante no levantar la vista de las explicaciones, querer "abordar" la comprensión de una obra de arte en vez de dejarte arrastrar por ella.
Me cansa comprender cuando el placer tan sólo pide que me entregue.
Nos ocurre con el arte lo que a veces a la teología le ocurre con Dios y a la metafísica con el ser: nos quedamos atrapados en el "qué es" y nos olvidamos de "que es".
Hoy Schubert no pertenece al siglo XIX y en los ademanes de Barenboim ni me fijé. Tan sólo sé que el desaparecido tiempo de la felicidad en aquella casa, de la que quedan sólo la fachada y cuartos en ruinas, vive en mí. Y en Schubert y en Barenboim, aunque ellos nunca lo sabrán. Ni falta que les hace.
Me lo he encontrado en el muro de facebook de Vicente Niño. Es un grupo cordobés y se llama Los Aslándticos. Puro optimismo en vena. Siempre he dicho que ni realismo mágico ni sucio: el andaluz es un realismo esperanzado. Se puede realizar con 4 euros, un texto bien medido y las palabras más canis y gamberras. Este video no tiene gente guapa: la belleza consiste en la sonrisa y en razones para recomenzar la propia vida mil veces en un día si hace falta.
No pienso revisar este poema: no encaja en ningún libro, es ex profeso para este blog. Lo digo como viene por puro impulso ciego de alegría -nótese que aquí ciego significa lo mismo la ebriedad que el desengaño-.
Y sí: son cosas que se tienen por el hecho de haber nacido donde Góngora nació o el mismo Pablo G. Baena: un instinto con música llamado poesía. No se cura. Es contagioso como el buen rollo de este video colgado en el Youtube:
El poeta y amigo Luis Alberto de Cuenca ha leído su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia.
Con ocasión de ello, la tercera de ABC del día 7 extractaba sus palabras. En ellas de Cuenca alude al poema Lepanto de G. K. Chesterton como uno de los grandes poemas épicos de la historia. Curiosamente esta semana hemos inaugurado el Año Jubilar que celebra el cincuentenario de la coronación de la Virgen del Rosario de Granada, la cual, según la tradición, es la que iba en la nave de D. Álvaro de Bazán en esa la más alta ocasión que vieron los siglos, en el decir de Cervantes, quien también estuvo allí.
Así es que no he desaprovechado la ocasión para, en amistad, pedir a Luis Alberto algún poema al respecto, el cual honraría y enriquecería el acervo de nuestra Archicofradía del Rosario de Granada. Aunque, como es lógico en estas cosas, si la inspiración no llega no hay nada que hacer.
Sin embargo lo que más llamó mi atención fue el párrafo en el que de Cuenca subraya que, cuando el poeta revela pormenores de su biografía más recóndita, nos está procurando una información preciosa y fidedigna acerca de alguien que no es real en la medida en que no tiene un nombre propio determinado, pero que sí es real en la medida en que representa, simboliza o encarna las reacciones psicológicas, los miedos, los afectos o los rechazos que experimenta el grupo humano. Por todo ello, no es difícil adscribir a un nombre propio individualizado cada una de esas pulsiones presuntamente colectivas que no son tales, pues han partido de la invención de un ser humano individual —el poeta— acerca de aquello que bien podría haber sucedido, aunque no lo haya hecho de manera documentalmente probatoria.
Hay cosas que no han sucedido pero que dicen una verdad que sin ser expresada en el poema no podría salir a la luz.
Y me he dado cuenta de que este párrafo llamaba mi atención porque andaban en mi cabeza una serie de preguntas que me han hecho a propósito de este poema que circula por ahí y yo ahora pongo por aquí:
DEDICATORIA
A la taxista de Madrid que después de una noche de juerga y de pecado intenso me condujo hasta el hotel y hablaba de sus hijos y llevaba un jersey con pelusas y unas gafas antiguas y una trenza de amor sobre la espalda; a la taxista que decía que aparcaba a las ocho y que se iba para el piso del barrio de San Blas a hacer el desayuno; a la taxista que no volveré a ver y que a la hora en que las azoteas de Madrid se teñían de rosa y algún pájaro mostraba en el reverso de sus alas un rosa aún más intenso sin duda proveniente del lado de la aurora; a la taxista que vio mi vida entera desfilar por mis ojos en el retrovisor de la mañana, la vida que salvó, la mía, aquí le dejo.
Se ha sabido de las cenas que la ministra González Sinde ha ido manteniendo con personajes del "mundo de la cultura" para intercambiar pareceres sobre aspectos en los que interviene la ley que lleva su nombre.
En una de ellas se reunió con, entre otros, Alex de la Iglesia, Gutiérrez Aragón, Antonio Muñoz Molina, Ouka Leele y Amador Fernández-Savater.
Este último es un joven editor vinculado a los movimientos copyleftcultura libre. En su blog publicó un post sobre la cena: se sentía 1 contra 15 representantes de la “cultura oficial”. El artículo es muy interesante. No dejéis de leerlo, porque detalla el que, según él, era el menú de la cena: miedo. Miedo al público, miedo al futuro, miedo a los jóvenes, miedo a otro sistema… El asunto no es fácil y creo que deberíamos pensar en los motivos de unos y de otros y en lo justo o no de las reivindicaciones de usuarios y creadores. Pero eso sí: sin miedo y sin egoísmo.
-No confundas piratear con compartir. -Yo vivo de mi trabajo artístico, y me lo están copiando. -Tú conviertes el arte y la creatividad en una materia más de mercado. -Pues dime cómo realizarla si no… -¿No puede haber otro modelo que no sea el de cerrar páginas por decreto? Los que salís ganando sois los mismos, los famosillos, ya ricos. No creo que esto beneficie mucho a la legión de artistas desconocidos, que no pueden vivir de sus discos o de sus libros. -Te equivocas. Detrás de toda esta industria hay mucha gente trabajando. Las compañías ganan dinero con estos famosos y con los bestseller, y, con esas ganancias, trabajan y pueden promocionar nuevos artistas. -Que yo sepa, la mayoría de esos artistas desconocidos se tienen que pagar sus grabaciones. -No se trata sólo de música o de cine. Libros, fotografías, videojuegos… toda esa industria. -Es que ese es el problema. Estáis pensando todo esto en términos de industria y con Internet lo que ha empezado es otro modelo de distribuir y compartir la cultura.
Me lo manda Natalia, una amiga de los años de Salamanca, y es poesía pintada. Nunca he sido muy providencialista, lo confieso, pero –debe ser que nos hacemos viejos- cada vez atraen más mi atención las pequeñas coincidencias: estás buscando una palabra y en la radio alguien la dice. Estás pensando en alguien y te manda un sms. -Está nevando en Salamanca. -¡Anda: también está nevando en Granada! Escribes sobre pájaros y alguien te envía un video poblado de pájaros. Lees el prólogo de un amigo de Salamanca que ha escrito un poemario ecologista poblado de nidos y de árboles y una amiga, ajena a él, desde Salamanca envía un video ecologista.
Posiblemente simples tonterías. ¿O quizá la necesidad de encontrar armonía, conexión, entre los trozos rotos de la propia vida, confluencias?
En fin. El caso es que el prólogo que leía dice así: los poetas, los lectores de poesía, estamos con la naturaleza. Somos naturaleza. Nuestro tiempo es el suyo. Quienes queráis, podéis saber de quién se trata: lo he citado tantas veces que ya me da un poco de vergüenza volverlo a hacer.
El video de Natalia -gracias, primor- nos enseña a descubrir cómo una partitura y un poema puede estar lleno de reivindicación, de nidos y de grúas. De cerezas, de ramas y de
La semana pasada iban a quitar de cartelera la película De dioses y hombres. Sin embargo, a petición del público, la han dejado una semana más. La sala estaba repleta. Bastante gente joven, más con cara de erasmus que española. Me acompañaba mi amigo Salva. El hermano de Salva, José María, es el Provincial de los Padres Blancos en el norte de África y ya le han matado 4 frailes: cualquier día se cargan a mi hermano. Silencio, como en la película.
La película transcurre lenta. Es de esas que llamo no construidas, es decir, de las que –aparentemente- no están montadas sobre un guión visible ni conducidas por el director, sino captadas según ellas dan de sí, una de esas en las que plantan la cámara y dejan que las cosas sucedan –aparentemente, repito: el manejo del tiempo oculta una planificación y una estructura muy inteligente-. Se acerca en ello a los planteamientos del manifiesto Dogma´95: no efectos, no banda sonora, cámara única quieta o en mano… Todo nace de lo que ocurre, algo que acerca la película a una visión contemplativa de las cosas.
Y las cosas son estas y, además, son históricas: la comunidad cisterciense de un monasterio en el Atlas argelino está en el punto de mira de los terroristas integristas islámicos. Saben que pueden ser asesinados en cualquier momento y la película recoge el proceso por el que, personal y comunitariamente, van pasando hasta decidir si permanecen o se marchan a otro lugar más seguro. Se quedan.
Soy un hombre libre, dice en una conversación un monje. Y eso marca una inflexión en esa invisible estructura de la película, porque resulta que, ya que una vez escaparon de morir a manos de los integristas y ellos no cierran su trato a nadie, el ejército ve también a los monjes con animadversión. No están ni en un lado ni en otro del conflicto, así es que desde ese momento se tiene la sensación de que cualquiera puede acabar con ellos.
Al final, tras la lectura de la carta que tiempo atrás había dejado escrita el prior, en la que dice que espera ver un día en la presencia del Padre también el rostro de los hijos de Alá, incluido el de quien le quite la vida, monjes y asesinos se van adentrando en la blancura de la nieve. Todo acaba en un fundido en blanco: maravillosa metáfora.
Ya en la calle, alguien hablaba de Belén Esteban: me parecía mucho más absurdo que otras veces.