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Blog El atril

Fray Antonio Praena Segura, OP

de Fray Antonio Praena Segura, OP
Sobre el autor

17
Oct
2013
Yoyear
3 comentarios


Contemplado las ruinas de un monasterio abandonado, anota en su blog un amigo -él se declara no creyente- que los hombres que allí vivieron no se hicieron monjes para encontrarse consigo mismos -esa manía contemporánea- sino para encontrarse con Dios. Subrayo que él no cree en Dios.

 

 

Esa manía contemporánea, me recuerda otro blog, quizá no sea sólo contemporánea, pero hoy en día prolifera la necesidad de encontrarse con algo al fondo de nosotros, como hiciera San Agustín. Si no fuera porque el Santo de Hipona sólo se encontró con los más profundo de su corazón cuando se encontró con Alguien, distinto de él, más profundo que lo más profundo de sí mismo y, a la vez, más elevado y diferente que lo más lejano de sí mismo.

 

Y es que, dando un repaso, las ofertas de autoconocimiento y autosalvación por el camino corto, dan, por lo menos, que pensar.

 

Al menos a mí me lo ha dado el programa de un congreso en el que encontraremos mezcladas conferencias y talleres sobre coaching, psicología, psicoterapia, kabbalah, budismo, terapias alternativas, medicina tradicional, medicina china, curación espiritual, taichí, feng shui, yoga, aromaterapia, arteterapia, constelaciones familiares, liberación emocional, musicoterapia, reiki, chakras, flores de Bach, meditación, naturopatía, osteopatía, quiromasaje, astrología, quiromancia, tarot evolutivo, tarot adivinación, tarot terapéutico, aura, mentalismo, hipnosis  regresiva, metafísica, ángeles, ambientación ecosana, programación neurolingüística, ciencia perdida de la Atlántida, energía qi, método Yam-ya de reconexión a la energía de los ancestros y liberación de memorias antiguas, astroenergética, quiroenergética, biorritmología y biomagnética.

 

Tanta sabiduría junta se vende a 9 euros por un día o 12 por los dos días de feria si se compran las entradas anticipadamente.

 

No tengo competencia ni conocimiento alguno como para valorar estas propuestas. Y además, mi formación tomista me invita más bien a pensar que en todo puede hallarse algún destello de verdad, si se busca con nobleza. Pero reconozco que muchas de estas -¿cómo llamarlas?: “¿artes?”- me suenan a enrocamiento sobre uno mismo, a autosuficiencia espiritual, a “yoyeo” revestido de palabros.

 

Me quedo con la necesidad de profundidad y liberación que denotan. Siempre, no obstante, creeré que la salvación, la felicidad, la libertad y la paz perdurables vienen por el encuentro con el diferente y, para quien quiera más, con el Totalmente Otro.


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8
Oct
2013
Lampedusa y la palabra
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Según la leyenda, Francisco de Asís recibió en su cuerpo las mismas llagas, en las manos, los pies y el costado, que Jesucristo recibió en la cruz. Se dice que así, de este modo, el hombre que en la historia más se pareció a Jesús de Nazaret llegó a la identificación total con el crucificado experimentando sobre sí el dolor mismo de la tortura de la cruz. Siempre he descreído bastante de estas leyendas…

 

 

…pero no de su significado.

 

Cuando la tragedia que se cierne sobre el inocente es tan descomunal, parece que las palabras no llegan y que otros signos se requieren. En la crucifixión Jesús se identifica con todos los inocentemente torturados y ejecutados de la historia, antes y después de él. El grado de acercamiento a los sufrientes, víctimas y perdedores de este mundo es extremo también en el pobre de Asís.

 

He pensado esta tarde en el momento de agonía de los doscientos hombres que viajaban en las bodegas de la barcaza hundida en Lampedusa. Eran, de entre los pobres, los más pobres, los que no habían pagado lo suficiente como para viajar en la cubierta. Aprisionados en la bodega, su hundimiento es el hundimiento de los ya hundidos. ¿Cómo puede decirse esta sobredosis de injusticia y de horror? ¿Cómo se expresa la asfixia hasta la muerte?

 

La conclusión de una tarde triste me dice que no hay más respuesta que la de hacer, con esperanza y con convencimiento, lo que hay que hacer. Comprometerse. Actuar. Porque además me parece inmoral convertir lo intolerablemente injusto e incomprensible en materia de literatura. Callar, no obstante, es más intolerable aún. Llorar, insuficiente. A los que no recuerda la historia –sobre sus ataúdes no hay un nombre siquiera, sólo un número escrito con rotulador- los debe recordar la literatura.

 

Y he recordado tristemente un poema que no me gusta demasiado pero que quedó escrito y publicado. Es propio y necesario a la poesía buscar las formas que, más allá de las palabras cuando estas son insuficientes, expresen en los límites del lenguaje lo que desgarra y rompe al lenguaje mismo. Juan Gelman lo hacía hiriendo la sintaxis y el cuerpo mismo del poema. Al igual que las llagas de Francesco -que eran las llagas de los inocentes- dolían en su cuerpo desnudo entre los lobos y la nieve, sus amigos.

 

A veces los márgenes del poema quieren ser una playa para los cuerpos vomitados por el mar, el mar de un sueño nunca alcanzado y sí trampa mortal.

 

Italia dará la nacionalidad a los ahogados. Un sarcasmo, una crueldad tan vergonzosa como cualquier programa de alguna cadena de Berlusconi.

 

Siento vergüenza por las leyes contra la inmigración de una Europa de la que soy ciudadano. También por eso este poema, sin casi alcanzar a ver en su momento el alcance del recurso, al final de sí mismo se volvía contra sí mismo y contra el poeta que lo había escrito movido quizá por la vergüenza y por la culpa. En días como este la palabra se vuelve nuevamente contra el poeta con más indignación. Pero sería vano y vanidoso regodearse en la indignación cuando el horror real desborda el dolor escrito. Así es que me vengaré armándome de esperanza, que nunca es, no puede ser, irascible ni retórica. Un poema ha de ser siempre un primer paso. No más, pero no menos.

 

Nos queda la libertad de decirlo y la esperanza de seguir diciéndolo. Aquí lo dejo, en este otro mar de las noticias que devoran con vértigo y olvido.

 

 

Las profundidades del mar escupen hombres
ya muertos o camino de la muerte
como mi corazón me escupe a mí.

 

No es asco lo que el mar siente en su fondo:
su única manera de salvar lo perdido.

 

No sé si un sentimiento similar
tiene mi corazón al vomitarme.

 

Lo único seguro es que sus muertes
no pueden compararse con la mía:
yo muero de estar muerto, me muero de mí mismo.

 

Varones de dolores, magullados
de sal, hermanos míos
sufriendo mi silencio.
Despojos de la mar, dolor oscuro
me una a vuestra piel. Pido perdón
por esta pena chica
de un pobre corazón que ya está lejos
de mí, libre de mí,
posiblemente navegando
tan indocumentado que tan sólo,
tan sólo es corazón sobre la playa.

 


…y tú, mientras, Antonio,
estúpido hijo mío,
hablándole a tu voz.

 

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24
Sep
2013
La velocidad del sueño
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No suele sucederme muchas veces quedarme quieto y no querer pasar la página. Desear leer otro poema pero que no acabe el libro. Que perdure el sentimiento de armonía -una confluencia de claridad inteligente y paz cordial felizmente convocadas- y, a la vez, la necesidad de ir más hondo en el ilegítimo paso de conocer más al poeta, de pasar de lo que el escritor nos ofrece a la que es su persona.

 

 

No suele sucederme muchas veces, pero aún estoy inmerso en el asombro que “La velocidad del sueño”, el último libro de Juan Pablo Zapater, ha despertado en mí.

 

Estamos ante una obra de plena madurez vital y literaria. Al final de estos 30 poemas descubrimos lo que más o menos acabamos reconociendo al final de nuestra propia vida: que todo lo que ha sido, en realidad no ha sido casi nada –incluidos nosotros mismos-; que la vida ha pasado como un sueño y que cuanto en ella hemos ido persiguiendo ha sido inalcanzable y lo seguirá siendo -ahora que avistamos la meta- porque todo en esta vida-sueño corre y huye a la velocidad del mismo sueño:

 

Y entonces te das cuenta
de que no existió el bosque, ni esa extraña
silbada melodía, ni aquel ciervo que nunca
corriendo alcanzarás, pues huye y huye
con la velocidad del sueño.

 


Juan Pablo Zapater tiende ante nuestros ojos poemas limpios y sin arruga en los que nada sobra ni falta; poemas largos de patronaje impoluto. No hay alarde innecesario más allá del de invisibilizar la propia mano para dejarnos una sensación de sencillez que tiene, en realidad -cómo no- muchas horas de oficio tras de sí. Hacer fácil lo difícil y hacer aflorar en nuestra piel las cosas más profundas: el paso del tiempo, la pérdida del hijo, el carácter irremediable de algunos de nuestros actos, el valor infinito que late en el don de las cosas más cotidianas, la contemplación de cuanto nos rodea con mirada futura, esa mirada que un día, destruido, recordará este mundo como el paraíso que es sin que en el presente hayamos reparado en ello.

 

 

 

Y me duele admitir aquellas faltas
que el tiempo recrudece en la memoria,
algunas por no haberlas evitado,
las otras por no haberlas cometido.

 

“La velocidad del sueño” es uno de los libros que más admiración me han despertado en los últimos años. Y lo recomiendo a sesudos y sencillos, paganos y creyentes, poetas y desertores del verso.

 


MILAGROS COTIDIANOS

 

Amanecer envueltos de otro mundo
en el santo sudario de los sueños.

 

Caminar sobre el agua de los días
sin hundir nuestros pies en la tristeza.

 

Echar con fe la red al mar oscuro
y capturar la luz que allí se esconde.

 

Multiplicar el aire y repartirnos
una hogaza de sol cada mañana.

 

Imponer una mano en nuestra sombra
para así acariciar su imagen pura.

 

Devolver la mirada al niño ciego
que nos guarda la flor de la conciencia.

 

Ungir el corazón con el aceite
que sana las heridas más profundas.

 

Vencer la tentación aunque sepamos
que el ángel y el diablo son amantes.

 

Oír al mudo amor y ver el tiempo
que baila sin pareja a nuestro lado.

 

Levantarnos y andar hacia la vida
cuando nos dan por muertos.

 

Anochecer creyendo en quienes somos
sin apenas habernos conocido.

 

 

 Juan Pablo Zapater, La velocidad del sueño. Renacimiento, Sevilla 2012.

 

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9
Sep
2013
El derecho a la admiración
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En esta tarde hermosa de septiembre y Granada, en el claustro silencioso donde las últimas rosas del verano sobreviven a la tormenta, vuelvo a las cosas de la palabra, a los mensajes pacientes, a los poemas amigos, a las páginas que aguardan.

 

 

Y leo un artículo de Luis García Montero que me llega muy hondo. Se titula “El derecho a la admiración” y no me resisto a transcribir algunos párrafos que me parecen especialmente lúcidos, pues aúna en ellos Luis eso que tanto busco siempre como lector y como autor: una inteligencia que concite emoción, una emoción que despierte inteligencia. Si un grano del pensar arder pudiera...

 

García Montero subraya que es un lujo excesivo renunciar a la esperanza. Esta frase trae a mi memoria aquel título de Ángel González, “Sin esperanza, con convencimiento”. Ese título, debidamente contextualizado, ponía la convicción en un mundo más favorable por encima del abatimiento o la desesperanza del poeta. No era necesario esperar desiderativamente, sino estar convencido de que un mundo bueno, nuevo y justo llegaría.

 

Era un paso a dar, pero ahora parece necesario ir más allá sobre esas mismas huellas y unirle al convencimiento la esperanza. Porque el balance del siglo 20 ha abierto grietas en los pilares del convencimiento y la esperanza ve más lejos.

 

La resignación a la mediocridad, la refutación de las ilusiones posibles, el descrédito, el escepticismo sobre cualquier propuesta de futuro -una vez las propuestas absolutas de futuro del siglo 20 y de este, el 21, han arrojado su saldo de desgracias- son hoy una forma más de servil absolutismo. Dice Luis:

 

Como el mundo está mal, va a peor y ya no sirve eso de que vivimos en la realidad menos mala de las posibles, me parece un lujo excesivo renunciar a la esperanza (por modesto que sea el valor que queremos darle a esta palabra).

 


La sospecha metódica, como mecanismo perpetuo y perpetuado de paralización social y cultural, puede anclarnos en el mal absoluto cubierto de una suavizante pátina de resignación. Ante ello hay que reivindicar el derecho a la admiración de todo aquello que merece ser admirado, que es mucho, aunque sobreviva como ruinas y entre basuras que forman parte del paisaje, nuestro paisaje.

 

El derecho a admirar merece ser cultivado en estos tiempos. Forma parte de la ética de la resistencia dentro una sociedad dominada por el descrédito. La perspectiva de la sospecha ha abandonado las filas del pensamiento crítico, ese que pone en duda los valores y los poderes establecidos, para alinearse con las estrategias de control rutinario. Una cólera humillada. Se trata de inutilizar cualquier opción alternativa. Más que justificar sus propios argumentos, la parálisis reaccionaria prefiere desacreditar las ilusiones emancipadoras. Por eso no hay organización, iniciativa o voz rebelde que escape a las garras del descrédito. Se ha perdido la capacidad de admirar, de amar, de confiar en lo que nos llama a comprometernos. Como escribió Bécquer, tenemos nuestra ropa puesta a secar. La memoria del naufragio desmiente las promesas de futuro.

 

Ante esto, señala Luis que la condición de la poesía es la admiración. Si alguien se decide a escribir un poema propio, un diálogo con su conciencia y su imaginación, es porque en algún momento feliz quedó deslumbrado por unos versos ajenos. Escribimos porque otros han escrito antes y nos han convencido (…).

 

Somos creadores porque hemos sido lectores, y somos lectores porque necesitamos crear. Para un creador es importante cuidar al adolescente que se deslumbró con un libro en las manos. La admiración es el reconocimiento de que la vida sigue abierta, y nos reclama, y puede hacer algo con nosotros mientras nosotros hacemos algo con ella.

 

Recomiendo la lectura íntegra de este artículo de uno de nuestros poetas mayores. Veanlo aquí:

 

http://www.infolibre.es/noticias/opinion/2013/09/06/el_derecho_admiracion_7407_1023.html

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7
Sep
2013
Madrid lo merece
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Hoy puede ser un día importante para Madrid si es elegida sede de los Juegos Olímpicos de 2020.

 

 

Aparte de conveniencias, he recordado estos días esta canción que La Oreja de Van Gogh compuso y en la que desgrana una historia de amor que concluye aquel 11 de marzo fatídico de los atentados terroristas con los que la capital española fue golpeada.

 

Conocemos bien la canción y su historia: la de dos personas que intuyen que se aman, que se ven diariamente en uno de estos trenes, que no se atreven a dar el paso, a expresar sus sentimientos y que un día son sorprendidos por las bombas asesinas. El tema es un homenaje a estas personas anónimas, a estos madrileños cotidianos que cada día toman estos trenes de cercanías. Es un canto al amor, a las historias pequeñas que son grandes por dentro. Un homenaje a los anónimos.

 

 

 

Al ver el video me he dado cuenta de que si por algo merece Madrid una celebración es por su gente. Madrid es una ciudad acogedora, abierta, cosmopolita, habitada por mujeres y hombres llegados de muy diversos lugares y circunstancias. Sus ciudadanos han sufrido estos atentados y muchos otros. Me gusta que en el video sean los rostros de estos madrileños al natural, en primer plano, los que vayan dejando fluir la música y su historia de amor fatalmente truncada en ese 11M. La luz atraviesa sus miradas como lo hace a través de las ventanas de un tren.

 

Lo mejor para Madrid. No lo tiene fácil, pero sus gentes lo merecen.

 

 

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31
Jul
2013
Carroña
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Estos días de playa y de sol en un pueblo mediterráneo pero aún a salvo de la parafernalia turística son días propicios para acercarse a la realidad de una forma distinta o para conocer otras formas de realidad con las que en la vida corriente uno no está muy familiarizado.

 

 

Las publicaciones que más veo en manos de los playeros bañistas – a lo mejor es que tengo muy mala puntería en mis observaciones- tienen nombres como QuéMeDices, Cuore, Love, Sálvame, Ragazza, Glamour, Hoy Corazón…

 

Y no sin cierta desazón, compruebo que los programas de televisión más vistos en terrazas, bares, peluquerías y salitas de estar con la puerta abierta a la brisa marina, son programas de cotilleo; una especie de aquelarres conducidos por brujas con kilos de maquillaje encima que pretenden hacerse pasar por respetables periodistas pero que son, en realidad, hienas execrables que se dedican a destripar y exhibir los trapos sucios de una galería de personajes –tantas veces cómplices- de cuyos nombres prefiero no acordarme.

 

Descubro que la influencia más importante de la literatura sobre la opinión pública la constituye la participación de una conocida novelista en un reality show: quizá sea el impacto del mundo de la cultura sobre la vida social española más reseñable de los últimos años.

 

Pero lo que de verdad consigue indignarme es comprobar el uso de un lenguaje sensible, buenrollista y afectivo en orden a unos intereses mezquinos por parte de alguna cadena televisiva, Telecinco concretamente.

 

Un cámara y una periodista están en la habitación del hospital de uno de los heridos en el accidente ferroviario de Santiago. En un momento dado de la entrevista, la periodista le pregunta al herido si ha visto las imágenes del accidente. A la respuesta en negativo le sugiere si está preparado y quiere verlas en ese momento. Ese momento es ahí, ante la cámara y el micrófono, en una tablet del equipo televisivo de Telecinco. Y el herido lo ve, claro que lo ve. Pero lo irritante son las palabras en ese tono sensiblón, pseudocompasivo: “¿qué has sentido?, ¿te ha despertado alguna emoción o algún recuerdo…?”

 

Se trata de extraer para la audiencia unas muestras de llanto, de angustia, de bloqueo súbito…, no sé: algo conmovedor, impactante, que cause nudo en la garganta del espectador o nuble sus ojos. En fin: algo rentable mediáticamente, porque nada es más rentable en estos tiempos que lo emotivo, la sentimentalidad barata y tanto más carente de ética cuanto más compasiva y empática se nos pretende presentar.

 

Nada me parece tan maligno como la manipulación del lenguaje emotivo con intenciones carroñeras, de casquería públicamente rentable.

 

Un baño de realidad. Porque esto es lo que se ve, lo que se lee, lo que se comenta a pie de calle, a orilla de playa, bajo el secador de las peluquerías... y lo que a veces desde eruditas torres de marfil y sesudos conceptos y metáforas no vemos.

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18
Jul
2013
Las cosas que se dicen en voz baja
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Las cosas que se dicen en voz baja (“Premio Ciudad de Burgos”, Visor 2013,) es el último libro de Daniel Rodríguez Moya: Están aquí los días de los interrogantes/ de las horas que asedian como lobos,/ del insomnio voraz de rojo intenso. Y, sobre todo, está aquí el compromiso en su forma poética más sincera.

 

 

El compromiso con los desheredados de este mundo y con los más débiles de un mapa que no es de geografías sino de la esperanza. Hacia allí donde el déficit de esperanza tiene nombre y rostro, un verso de Daniel nos dirige con un dedo que no sólo apunta sino que toca y se deja afectar.

 

Cuando algunas cosas carecen de nombre y de voz, que es carecer de existencia y dignidad a los ojos incluso de uno mismo, hay que señalarlas con el dedo (parafraseando una cita de García Márquez incluida en este libro). Por eso Las cosas que se dicen en voz baja no tiene miedo a poner en palabras las realidades que deberían darnos miedo por amenazantes e injustas. Y sí da cuenta de la urgencia que sentimos ante esas cosas que se dicen casi temblando, un murmullo descoyuntado que alguna vez tomará cuerpo y pondrá sobre la mesa las verdades y justicias que, ya dichas y calientes como pan sobre la tabla, no admitirán escapatoria ni prórroga:

 

Siempre ha habido un murmullo envolviéndolo todo,
un ruido permanente.

 

Más que el miedo al silencio,
el temor a sentir
las cosas que se dicen en voz baja.

 

 

Daniel Rodríguez Moya escribe desde una conciencia que trasciende el ámbito español para hacer suya la perspectiva hispanoamericana. No sólo en cuanto a los temas y preocupaciones éticas que se abren en sus poemas, sino también en la asimilación plena de un estilo y un vocabulario mestizo y liberado de lo preconcebidamente poético.

 

Si poesía es una forma de decir algo que no puede decirse más que en la forma en que se dice, esta obra transcurre dejando que el fondo actúe sobre los versos, su ritmo, sus rupturas, su color. Es decir: aunque no de forma plana ni evidente, un buen puñado de poemas toma conciencia de cuantas cosas querríamos decir y no siempre es posible; de cuanto al lenguaje se le escapa porque querríamos ir más allá, tener más respuestas y no siempre vamos ni siempre las tenemos; de cuantas palabras no retornan al hueco de mundo –el poeta- del que partieron.

 

Aunque en la última parte, Me gustan los poemas y me gusta la vida, el libro se hace más transparente y abierto, más inmediato, con poemas en que los amigos y las personas más cercanas al poeta (y pensamos que también a la persona del poeta) toman todo el protagonismo, echo en falta algo de luz. Una cierta resignación y una cierta sordina me impiden alzar el vuelo y reafirmarme en una esperanza y un convencimiento del que estoy seguro parte también el poeta (y la persona) de Daniel. Auqnue es posible que este efecto de contención sea pretendido por el buen oficio del poeta, uno desearía al menos una celebración del compromiso mismo y de la conciencia misma que rompan cierta neblina gris en el decir de estas cosas. Pero señalo esto desde la amistad y la misma conciencia crítica a la que Daniel nos urge y nos emplaza. Porque este excelente libro, más que nunca, es necesario en tiempos en que cerrar los ojos es una tentación para el arte y la medra.

 

Lo recomiendo y me alegraría que páginas así se abrieran ante muchas miradas.


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10
Jul
2013
Barbara
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Después de “La vida de los otros”, una de las mejores películas de la década pasada, responder a las expectativas sobre su nueva entrega no debía de ser una tarea fácil para Florian Henckel von Donnersmarck. Un artista tiene derecho a decepcionar, especialmente cuando ha dado una obra maestra.

 

 

Sin embargo creo que este director alemán ha elegido el camino mejor. Se ha olvidado de que ha realizado una obra difícilmente superable y ha seguido la senda más humilde volviendo a filmar en tono menor, sin retórica, una crónica mínima que, como suele suceder cuando hay algo verdadero que decir y se dice inteligentemente, arroja un mensaje universal.

 

“Bárbara” es la historia de una médico que ha estado encarcelada en la Alemania del Este por su oposición al régimen y que ha pedido salir del país. Mientras esta concesión llega –es decir: mientras ha de convencerse de que no llegará jamás- es destinada a un hospital infantil en una ciudad periférica donde cada uno de sus movimientos y palabras son controlados.

 

Con esta historia el director Henckel vuelve sin complejos al mismo contexto y la misma situación angustiante y sórdida de los últimos días de la RDA en que se desarrollaba “La vida de los otros”. Y todo sigue siendo igual de insoportable; hasta el punto de que llegamos a comprender la necesidad de suicidio de quienes no tienen ni libertad, ni historia propia ni posibilidad alguna de ser felices en ese contexto.

 

Sin embargo aquí es donde brilla el talento del cineasta. Lejos de ofrecer un relato de buenos y malos, de oprimidos y opresores –basta mirar sin subrayar nada- el mensaje mínimo que se nos queda dentro sin que nos demos cuenta, como en las verdaderas lecciones importantes de la vida, es que se puede elegir entre la felicidad personal y la felicidad de los otros. Que podemos no tener nada de lo necesario para vivir dignamente -lo cual no nos exonera de luchar por la libertad y la dignidad- y, sin embargo, aceptarlo con tal de estar del lado de las víctimas, paliar su dolor, ser útiles y ayudarles desde dentro mismo del horror, quedándonos en el horror mismo si es que eso es necesario.

 

Una película maravillosa, sin chantajes emotivos, sin retórica, sin banda sonora, sin sentimientos añadidos, sin efectos dramáticos. La recomiendo más que encarecidamente. Y me felicito de encontrar en Florian Henckel von Donnersmarck un artista verdadero con poca pose de artista, como debe ser; fiel a sí mismo, a lo pequeño, a la historia en minúscula.


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4
Jul
2013
La angustia de los pájaros
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Entre los pasos de la multitud de turistas, en el suelo empedrado de Granada, dos pájaros adultos intentan que una criaturita de pájaro eche a volar. Se ha caído del nido y su vida peligra entre los viandantes ajenos, turistas banales cuya mirada está más fija en la cámara digital, la tablet y el móvil que en la piel viva de la ciudad.

 

Lo custodian bajo una papelera, saltan y vuelan por turnos para que el pequeño pájaro los imite y pueda escapar de una muerte segura y horrenda. Pían estruendosamente, saltan acelerados y lo intentan, pero no, la criatura no alza el vuelo. Es demasiado joven; sus alas demasiado débiles. Parece un juego pero es angustia, la angustia de los pájaros.

 

No sé que hacer. Si me atrevo a tomarlo, posiblemente enardecería a los dos pájaros mayores. Además haré el ridículo, tendré que perseguirlo por la acera porque tendrá miedo de mí. Los viandantes pensarán que estoy pirado, y bastante tengo ya con lo que tengo. Bueno, la verdad es que eso no me importa. Mejor reconocer que me da miedo hacer ese ridículo de perseguir un pajarillo abriéndome paso contra la muchedumbre y fracasar en mi intento salvador. Además ¿qué haré si consigo cogerlo entre mis manos?, ¿dónde lo pongo?, ¿no entorpeceré el trabajo de los pájaros adultos que intentan iniciar en el vuelo a la criaturita? A lo mejor lo único que consigo es ponerlo en mayor peligro, impregnarlo de mi sudor y hacerlo aborrecible a sus progenitores.

 

Tantas veces la prudencia no es sino una forma de cobardía. Tantas veces los pájaros nos hablan, en verdad, de nuestra propia vida: nos retratan, nos confrontan, nos delatan, nos desenmascaran.

 

Y ahora, ¿qué habrá sido de él? Quisiera pensar que no ha muerto a los pies de los banales turistas en una calle hermosa y angustiante de Granada. Quisiera pensar que alzó el vuelo. Pero no: la vida –especialmente la de un pájaro- es demasiado corta como para pasar por ella pensando en lo correcto a los ojos de los viandantes, que no son, no somos, sino banales turistas en un mundo donde vida y muerte son el reverso del mismo billete de pasajero.

 

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24
Jun
2013
Disfruten del vuelo
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CRÍTICA LITERARIA : Disfruten del vuelo
Praena persigue aunar la emoción, la claridad y el rigor formal extremo


Título: ‘Yo he querido ser grúa muchas veces’. (Premio Tiflos de Poesía).
Autor: Antonio Praena (Purullena, 1973).
Editorial: Visor.
Páginas: 84.
Precio: 10 euros.

 


El dominico Antonio Praena (Granada, 1975) obtuvo el Premio Tiflos de Poesía que concede la ONCE por el libro ‘Yo he querido ser grúa muchas veces’, y quizá se ha convertido en el galardón más merecido de los que ha publicado el sello Visor en esta temporada. Su poesía condensa esa posmodernidad que aúna lo contemporáneo con el clasicismo, en este caso lo helenístico.


Emoción, profundidad, realidad y humanismo conforman la línea de su poesía, pero en este poemario Praena se aprecia más libre y alza el vuelo, con más frescura y esponteneidad, y también menos dosis clásica. El poemario es una celebración del vuelo, de la dimensión misteriosa, festiva y trascendente del ser humano y de la vida. Se trata de un libro muy orgánico: en todos los poemas hay viento o pájaros, aviones, vuelos. Lo que persigue es una síntesis entre la claridad y la cotidianidad y las dimensiones más profundas y misteriosas del hombre.


Es un libro rabiosamente posmoderno, con poemas dedicados a una taxista de Madrid, al fútbol, a videoclips de Sigur Ros e incluso aparece algún poema escrito en el gimnasio o ante la web cam. Hay mucha muerte y las referencias intertextuales a la filosofía griega, la estética medieval y renacentista son abundantes.

 

Praena persigue aunar la emoción, la claridad y el rigor formal extremo. En contextos y lenguajes posmodernos pero nada banales, sino en profunda continuidad con la tradición y con los grandes temas del ser humano. Que no pierde el norte, vamos, el de la tradición, aunque si el resultado es darle una patada a tanta poesía experiencial y de discurso culturalista, pues bienvenida sea esta lectura clásica de Praena, en la que encontramos a un poeta lanzado al funambulismo del riesgo y la exigencia formal.

 

Si lo más importante es que la obra hable, que en ella se encuentre una visión profunda de la realidad y del hombre, en este poemario Praena se encuentra próximo, y me permito opinar, que toda vez que se ha liberado de algunos corsés y aproximaciones a corrientes imperantes en determinados círculos poéticos, cuando cada vez más va tomando soltura y lo que se llama voz propia. Señores lectores, disfruten del vuelo.


Fuente: http://www.ideal.es/almeria/20130622/mas-actualidad/cultura/disfruten-vuelo-201306220201.html

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