Sé que a algún lector le horroriza la idea de que un fraile, como yo o como otro, vaya a ver películas como esta, en la que el sexo es una parte tan importante en la trama.
La última película de Isabel Coixet, Mapa de los sonidos de Tokio, deja mucho que desear. Tiene varios problemas serios. El primero, que la historia está impostada y no te la llegas a creer. El segundo, que los actores, especialmente un Sergi López que recita robóticamente las frases de un personaje que no se traga, están desaprovechados. Me encanta Rinko Kikuchi, que estaba brillante en la maravillosa Babel, pero aquí la directora parece no haberle transmitido el alma de lo que podría haber sido, perdiéndose en las superficies de su personaje.
Hay otros problemas más, comenzando por el guión y acabando por los prescindibles 5 minutos finales que estropean lo que, al menos, podría haber sido un final más poético, abierto, dramático..., pero en el fondo todos se resumen en uno:la falta de profundidad y alma y la consecuente disolución de toda garra en puras apariencias. Apariencias, sí, porque Coixet quiere parecerse a Won Kar-way, quedándose en una serie de escenas, planos y sonidos al estilo Deseando amar pero sin el fondo, el misterio y la poesía de esa película ya antológica. Como en otros tramos de su trayectoria –no en todos- esta obra de Coixet parece un largo anuncio publicitario que seguramente a ella la hace sentir muy cool y muy intelectual. Es de justicia decir, por otro lado, que Coixet me cae bien y que le alabo el desmarcarse de la tónica y la planicie del resto del último cine español.
Pero hablemos de sexo, pues éste me parece un aspecto salvable de la película. Unos personajes perdidos, solitarios e incomunicados encuentran en el sexo un asidero. A ver, que luego me malinterpretan: no me resigno a que el sexo sea una solución compensatoria para vidas sin deriva. Sólo digo que, desgraciadamente, lo es. Y eso, el hecho de que así sucede, es lo que Coixet refleja en toda su materialidad. Vacíos de amor y de sentido, la necesidad de contacto físico y directo, brutal y hasta suciamente orgánico, deja preparadas al sólo sexo las riendas de nuestra sin deriva. Pero ¿qué es higiénico y qué no lo es entre cuerpos?
Algo muy lejos de lo que el deseo y el contacto profundo de nuestros cuerpos podría ser si fuera comunicación, comunión, fusión oblativa, locura de tú... Pero real como la vida misma. Aunque siempre habrá quien se escandalice de que un fraile sepa de estas cosas.
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