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Blog El atril

Fray Antonio Praena Segura, OP

de Fray Antonio Praena Segura, OP
Sobre el autor

3
Feb
2013
After
8 comentarios


Es una de esas películas que se te pasan en su momento pero que tenías que ver y un día llega pillándote desprotegido.

 

 

After, dirigida por Alejandro Rodríguez y protagonizada por Tristán Ulloa, Blanca Romero y Guillermo Toledo, se estructura en tres partes, cada una de las cuales nos muestra un fragmento de la vida de los tres protagonistas.

 

Pero lo más importante es que cada una de ellas está unida por una misma noche a la que continuamente regresamos, una noche que comienza con la cena de estos tres amigos y acaba, bien entrada la mañana, en un after abierto ante nosotros como un abisal ojo de noche.

 

Alegría, angustia, celebración, olvido, violencia, sexo, droga, ternura, rechazo, éxtasis, infierno, paraíso, fosas morales… qué sé yo. Lo cierto es que por esa noche y por ese after desfilan el vacío y la insatisfacción de una generación. Y, lo que más mérito tiene: sin contar nada, dejando que una nada muy toda, más potente de lo que un director puede domesticar, se vaya escribiendo ella solita. Sin intención de decir, sin intención de juzgar nada. Sin contar con el espectador, suficiente en su abismo y en el lenguaje propio de su abismo. Lo que no se ve, lo que no se dice, lo que nadie parece saber y está claro en cada plano, también acaba haciendo metástasis en nosotros.

 

Lo que puede escandalizar es lo que no se ve. Más escalofriante que una peli de terror. Sencillamente, brutal y hermosa. Te abre los ojos y no te deja parpadear. Los actores están soberbios.

 

Una película para entender una época y a la que asomarse sin prejuicios morales. No apta para espectadores muy sensibles, pues tanto vacío produce un vértigo de infarto y después… pues eso, como dice la canción, sólo quedan las ganas de llorar, pues ya no queda nada de que hablar. Nada. O sí.

 


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26
Ene
2013
Guarani purahéi
5 comentarios


Guarani purahéi. Cantos guaraníes. Edición de Cristian David López y José Luis García Martín. Impronta (Gijón, 2012) 70 pp.

 

 


Gran parte de la mejor poesía de la historia es de autor anónimo. Lo más hermoso que le puede suceder a un poema es acabar siendo voz del pueblo, tan del pueblo que al final dé igual quien lo haya escrito.

 

Esto es lo que sucede con estos Guarani purahéi, cantos guaraníes, editados por Cristian David López y José Luis García Martín. Son poemas o cantos que el pueblo guaraní ha conservado por tradición oral manteniendo de ese modo vivos pequeños tesoros cuya pérdida supondría un empobrecimiento para la cultura universal.

 

Al leerlos tenemos la sensación de encontrarnos ante dos realidades muy distintas y, sin embargo, relacionadas. Por un lado, la pureza, la ingenuidad de aquello que brota de forma primera y sin someterse a un cuidado demasiado reflejo. Se trata de esa sensación de estar ante palabra recién nacida, limpia aún, no maliciada y que, en analogía, nos retrotrae al misterio original del canto, del lenguaje y del hombre mismo, porque decir lenguaje es decir hombre.

 

Por otro lado, dada su tradición oral, en seguida nos damos cuenta de que, en realidad, estamos ante palabras que sí que han rodado mucho por el mundo, de boca en boca, de generación en generación, de esquina en esquina, por lo que, como todo lo que deambula por el mundo, estamos ante cantos muy rodados: el paso del tiempo y el andar callejeando puede manchar y estropear pero, a la vez, puede despojar de mina e impureza unos versos hasta dejar de ellos lo que no puede destruirse.

 

Así es que, a la vez, canto original y canto rodado, ambas cosas; asombro, ingenuidad, pureza y, en unas mismas palabras, voz trajinada, pública, muy usada. Estamos, en estos versos, ante dos maneras radicalmente diferentes de llegar a la poesía y, sin embargo, tan cercanas.

 

Por otro lado nos recuerdan que el canto popular, por sus propios derroteros, acoge las mayores profundidades del ser humano singular. No encontramos mero folclore, mito, rito u oración, sino también asombro ante la vida y la naturaleza, amor, angustia, culpa, denuncia social y hasta metapoesía:

 

Si yo canto, danzan
todas las hijas del mundo
y también las alimañas,
la luna y las estrellas
y los peces del río.

 

Por lo demás los editores hacen el inmenso regalo de descubrir a los lectores españoles (-dispongo de una edición cubana de poemas escritos en guaraní, esta vez no anónimos-) un tesoro, pues cualquier lengua lo es y no puede perderse. Parecen impronunciables y daría cualquier cosa por escucharlos de labios guaraníes, de la voz del propio editor, Cristian David López, por ejemplo, quien, junto a García Martín, ha traducido y adaptado de tal modo que también en la versión española hay música y belleza formal.

 

Una auténtica belleza estos Guarani purahéi. Una revelación inolvidable.


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21
Ene
2013
El mirador de piedra
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Que algo se mueve en la poesía española contemporánea es evidente. Nuevas voces, nuevos aires, nuevos hallazgos.

 

 

Una de la características que encuentro en estas últimas tendencia es la búsqueda de un horizonte nuevo, un no sé qué que está en el límite de la palabra, de la vida, de la naturaleza y del mundo y que, de entrada, me atrevo a llamar horizonte trascendente, por más que éste no sea religioso y se trate, en todo caso, de una trascendencia profundamente arraigada en el aquí y en la materia, en la inmanencia hermosa de este mundo y este tiempo.

 

Pero el vuelo hacia lo distinto es a veces errático. Lo desconocido, el misterio de las cosas más profundas y más elementales, parece que no se encuentra muy a gusto en propuestas y versos que parecen distintos pero que no lo son y, sobre todo, no dicen nada y hasta pueden estar simplemente jugando al “te golpeo, oh lector, oh crítico, con mi genialidad”.

 

La cuestión fundamental me parece que es esta: ¿cómo y, sobre todo, quién activa lo distinto, dice la hora mágica, el misterio del mundo, lo más allá que nos rodea y, a la vez, nos trasciende, de una manera verdadera, honesta y lo suficientemente valiente como para que este misterio se deje sentir, quiera anidar auténticamente en sus versos?

 

En quienes esto sea una realidad felizmente alumbrada está la clave de la poesía futura, la que ya está llegando. Y, desde luego, para mí uno de esos poetas diferentes y de ningún modo domeñables por cualquier otro interés que no sea la libertad, la belleza, la profundidad y el riesgo es Rubén Martín Díaz.

 

Ya nos había asombrado con “El minuto interior” (Rialp, 2009), merecedor del premio Adonáis, y ahora vuelve a confirmar lo que allí anticipaba regalándonos “El mirador de piedra” (Visor, 2012), merecedor del Premio Hermanos Argensola.

 

Encontramos en los veros de este libro ese algo más al que apuntábamos: un vuelo hacia el fulgor y una inmersión en el misterio de la naturaleza y del hombre que no necesita romper la lógica, la armonía, la claridad y la compresión para introducirse y arrastrarnos consigo hacia zonas de la realidad y del lenguaje que trascienden lo meramente visible estando profundamente inmerso en ello.

 

Los poemas consiguen despegar de lo ya sabido, lo ya dicho y sus escenarios, sus tonos y sus registros sin necesidad de golpearnos con rarezas, extraños silencios, misticismos vacíos o rupturas sintácticas. Y es en ello donde considero que la poesía de Rubén se nos presenta como exponencial de esa novedad que venia queriendo romper en la poesía española, lográndolo desde lo mejor de la tradición y haciéndolo como si no fuera difícil.

 

En “El mirador de piedra” está Claudio Rodríguez y a veces escuchamos a Colinas, el último Vicente Gallego, Javier Lorenzo o algún eco de Carlos Marzal (ese preciso empeño de los días / que estriba en arrimar su lumbre al ascua). Pero Rubén es completamente su propia voz y ello, ser él sin pretenderlo y sin subrayarse a sí mismo, es lo que permite esta simbiosis de influencias. Lo que hace el libro tan suyo, tan de todas otras voces y tan nuestro.

 

Acoge en el poema el paisaje que mira y abraza con la palabra lo mirado:

 

No te pienses el agua desde ti,
sé el agua desde el agua
y no regreses nunca a la duda del hombre.

 

No hay mera recreación de la naturaleza; hay fusión entre el paisaje y la verdad de las cosas que en él se esconde y que se manifiesta en la voz del poeta sin que el poeta lo agote, lo atrape, lo posea. Hay sujeto y no lo hay.

 

El libro se distribuye en tres partes flanqueadas por un preludio y un epílogo. El preludio nos prepara para fundirnos con la naturaleza y el epílogo culmina revelándonos el secreto del mirar: captar el detalle y preservar la armonía del todo.

 

En la primera parte un paisaje concreto de la Sierra de Cazorla y sus naturales habitantes son los protagonistas. Son los nombres concretos de animales, fuentes, picos y el propio mirador que da nombre al título y al que el poeta ha regresado encontrando lo que allí dejó de niño y algo más: ahora él es un hombre que mira -sin que le preocupe definir ese mismo acto- y todo se le ofrece en el misterio de la luz, la gran presente en todos los poemas y la que está sin que nos sea necesario disertar siquiera sobre su esencia. Encontramos en esta primera parte algunos de los versos más hermosos del libro, como los del poema “Ceremonia del alba”, quizá mi poema preferido de este libro mirador:

 

Has de aprender a convivir con ello.
Cuando el día despunta te abandonas
a un letargo que es como desnudarse
de cuerpo para adentro, ser la luz
en cada poro abierto de la noche.
(…)
Pero vivir del gozo tiene un riesgo
que has de correr: la carne se desgasta.

 


En el detalle está el secreto del todo. No necesita quien contempla este paisaje abarcar ni decir con palabras totalizadoras y abstractas ese todo y esa nada. Basta entregarse a lo concreto, estar con humildad en lo concreto y dejarse ser en ello.

 

En la segunda parte partimos de la sierra hacia otros paisajes, respirados esta vez  por el poeta y vivos en él. Siguen siendo concretos y materiales, pero de una forma diferente: en la memoria, en la respiración, en la conciencia, en el lienzo. “Lo contemplado está en el pensamiento”. El atardecer, el aguacero o la rama madre son la imagen de un paisaje conceptual, interior, pero salvado precisamente de la fría abstracción por la concreción material de estas imágenes. Está la conciencia contemplando, pero es una conciencia desubjetivada. Se ha unido a las cosas y es en ellas. No se importa a sí misma.

 

En esta parte el lenguaje se vuelve más conciso y certero como corresponde a ese conceptualismo material característico ya de Rubén Martín. Uno de los poemas que mejor lo expresan es “Hacer leña”:

 

Cada mitad es la otra, sin ser la misma
pues todo lo que fue
un solo cuerpo
mantiene intacta la unidad. (…)

 

Y por esta senda depurada continúa la tercera parte, en la que precisión y transparencia intensifican cada una a la otra. El aire, como espacio de la transparencia de las cosas y de la conciencia en ellas, es el hilo conductor y el autor se va haciendo, como el aire, cada vez más transparente. En los poemas de esta parte encontramos una voz precozmente madura. A la concisión e intensidad viene a unirse la fluidez, esa característica de estar escribiendo sin demasiado cuidado de ello mismo que le otorga a la profundidad una asombrosa y paradójica naturalidad:

 

¿A qué verdad de quien
de qué, me debo ahora?

 

Si estoy solo en la luz
y yo soy todos, ¿soy
también la transparencia?

 

¿Acaso soy la luz?

 

Pues no sabemos, Rubén, si eres la transparencia y la luz. Pero nos has dejado muy dentro de ellas.

 

Un libro excelente que no podemos perdernos de ninguna manera y que perdura en nosotros mucho después de leerlo. Una obra en la que encuentro lograda esa tendencia hacia el misterio de las cosas, la naturaleza y el hombre que venía abriéndose paso en la poesía española joven y que no siempre se alcanzaba. Creo que un libro imprescindible y de referencia para una generación que ya está aquí y en la que Rubén Martín Díaz tiene, por mérito propio, un lugar preeminente.

 

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14
Ene
2013
El tercer día
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De entre mis obligaciones, esta es la que prefiero, la que obedezco con más gusto: salir y entrar por portillos, grietas, ventanas y demás heridas en mi propia fe para verla desde dentro, desde fuera, de cerca y de lejos.

 

 

Especial atención pongo al leer poesía contemporánea y recibir cuanto desde el extrarradio de la fe cristiana se dice de ella. Porque, aunque parezca extraño, de distintas maneras y por distintas razones está muy presente –y eso es lo primero que me asombra- en la literatura contemporánea. Supongo que no es fácil desprenderse de algunas experiencias por más rabia o daño con que hayamos abandonado la fe que un día tuvimos.

 

Me ha ocurrido con dos poemas de Katy Parra. Saliendo fuera –o entrando en los ojos de Katy, que viene a ser lo mismo en este caso- puedo mirar de nuevo con asombro, perplejidad y limpieza cosas que he mirado demasiado y gastado mirando por tenerlas muy cerca. No siempre se trata de encontrar nuevas respuestas, sino también, y sobre todo, nuevas preguntas.

 

Por ejemplo, con una ironía que no se disuelve en el ingenio vacío, este poema hace que vuelva a preguntarme cuántas veces Dios no es más que un tapagujeros recurrente en momentos de angustia o un suplemento muy socorrido ante la inminencia de situaciones que requieren un plus que nos desborda.

 


EJERCICIO DOMINICAL

 

Hay un lugar en ti que no te pertenece.
Puedes llamarlo Dios.
Tendrás a quién culpar de tu desdicha.

 

 


En realidad debería ser una presencia constante ante el ininterrumpido y asombroso milagro del tiempo, de la cotidianidad, de la existencia entera. Del amor, sin ir más lejos.

 

Y otro poema, de hermoso y contundente final, me echa en cara qué hemos hecho con un mensaje que se quería –y se quiere- vital, liberador, luminoso, colorido… resucitante. ¡Tengo a veces la sensación de que aún no hemos sabido qué hacer con esta llave de la sabiduría!

 


EL TERCER DÍA

 

Volvió para decirnos
que no existe la muerte.
Para que no cayéramos
en la imbecilidad
de los que sólo ven
en blanco y negro.
Volvió para otorgarnos la custodia
de la sabiduría
y entregarnos la llave
que abre todas las puertas.

 

No supimos qué hacer con el mensaje.

 

 

 

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3
Ene
2013
2013, 2014, 2015...
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Los años no saben que pasan. El tiempo no tiene noticia de su mudanza en los calendarios. El desplazamiento de las agujas del reloj nos pone de acuerdo, es consecuencia de nuestra necesidad de contar, de estar sincronizados, de organizar la memoria y el futuro, pero el silencioso cielo violeta del amanecer del día 1 de enero no tenía signos de resaca de la noche anterior.

 

 

Y es que poner cifra al paso de los días nos ayuda a saber en dónde estamos, como si de una geografía del tiempo se tratase. Pero no desvía mi atención: me es más necesario medir el transcurso de la vida poniendo en rojo los acontecimientos que no pueden olvidarse. Dibujar una cartografía de las cimas y los valles, de los cruces de caminos, los oasis, las veredas perdidas y los puntos de encuentro en el paisaje interior del tiempo trascurrido.

 

Sería algo así como un mapa repleto de “personas con encanto”, “momentos en compañía 5 estrellas”, “rostros telúricos”. Mapas de “abrazo histórico”, “ruta alternativa de revelaciones interiores”. Un almanaque con “día del perdón y el olvido” o de “aquí cambió algo”. Un anuario con muchas “noche de poema encontrado” o “vigila de corrección acertada”. Un cronograma cuyas fechas, unidas por una línea de esperanza, apuntan decididamente al “más difícil todavía”.

 

Atravieso una Puerta del Sol que no declina. Es decir: amanezco como ayer, como mañana, como siempre; por planetario mecanicismo, por costumbre, por voluntad indestructible o pura gracia. Bienvenido tiempo nuevo. Igual que bien viniste ayer y bien vendrás mañana.


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22
Dic
2012
Una caja de bombilla
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Como decíamos ayer, liberada la mirada, uno encuentra un nacimiento en que poner los ojos.

 

 

Decidido a hacer mis compras navideñas en las tiendecitas de mi barrio –esta Navidad sólo he comprado una bombilla- me dirigí a la de productos eléctricos. La dependienta del pequeño local, seguramente la propietaria, tenía un bebé en brazos mientras en el mostrador un niño de unos 8 años hacía los deberes.

 

-¡Hombre! estás haciendo los deberes aquí
-sí
-¿y de que son?
-de lengua.
-¿Te gusta la lengua?
-no. Me gusta leer.
-¿Y te enteras bien de lo que lees aquí en la tienda?
-sí, porque en mi casa no hay nadie ahora.

 

Y bueno, pues ya está. Eso es todo. Ah, me olvidaba: la mamá dependienta me sacó una amplia gama de bombillas de bajo consumo. –Esta es, esta es la que necesito. –Ya pero de 60 o de 100? –Pues creo que de 60 va bien. –Bueno, lo que hace es que no rompa la caja y si la luz le parece floja, la guarda de nuevo y me la trae y le doy una de 100, que cuesta lo mismo.

 

Y repongo mi bombilla fundida con una de 60. Y se encienden de pronto los deberes hechos en el pequeño negocio del pueblo, aquellos tubos fluorescentes de las tardes de invierno, la humildad de todo lo que se había apagado y perdido.

 

Ah: en la caja de la bombilla de 60 he escrito unos versos. Y ando por la casa buscando bombillas estropeadas. Aunque temo volver y que ya no esté la dependienta ni el bebé ni el niño de 8 años haciendo los deberes de lengua en el mostrador.

 

Me quedan, al menos, unos versos en una caja de bombilla y la certeza de que nada se perderá, que sólo hay que esperar y limpiar la mirada.

 

Feliz Noche Buena
Bon Nadal i feliç any nou
Gabon zoriontsuak eta ondo izan
Bon Nadal e ano novo


 

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20
Dic
2012
Lugares comunes
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Reconozco que estos días previos a la Navidad me alteran interiormente. Apenas quiero salir a la calle, porque una sensibilidad extrema y poco saludable despierta en mi mente comentarios irónicos, sarcásticos y hasta corrosivos. Todo me parece falaz y muy aparente. Se detiene mi mirada sólo en los aspectos negativos. Me da la sensación de que cubrimos con una inconsistente pátina de dulzura una realidad personal no dispuesta a mejorar más allá de un puñado de bonitos gestos, sensiblonas palabras y lugares comunes del comportamiento muy recurrentes para días como estos.

 

Por otro lado, advierto en todo una soledad que también en estos días se hace más visible; la ansiedad, las ganas de consumir y su correspondiente vacío. En fin, no continúo, porque el problema está en mí, seguramente, que, como ya me conozco, me pongo a mí mismo entre paréntesis y en cursiva para no hacerme demasiado caso.

 

Me salva el decirme: “quédate con lo esencial. El Dios cuya bondad es tan grande que no encontramos nombre con que llamarla, se hace absolutamente pequeño, indefenso hasta el extremo de ser un niño que se confía al cuidado de unas personas insignificantes a los ojos del mundo, y nos salva de la infinita soledad y de nuestras irresolubles contradicciones.”

 

Y me quedo en paz. Me introduzco en un abismo de silencio y oración y aguardo y recibo cuanto amor significa y es de hecho este pequeñín en el cual toda verdad, todo sentido, toda belleza, toda palabra verdadera.

 

Así es y así lo reconozco, pese a la posible consideración de poco literario, demasiado subjetivo, excesivamente piadoso que a algunos colegas del gremio artístico les pueda parecer esto. Quienes nos comprenden nos van a comprender de todas las maneras, aunque sus sentimientos, sus ideas y sus versos sean completamente diferentes a los nuestros.

 

Y, así las cosas, se libera la mirada y se encuentra, por fin, un nacimiento en que poner los ojos. Pero eso lo contaremos en el capítulo siguiente.

 


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11
Dic
2012
Religión y poesía
2 comentarios

 

 

Últimamente mi cama está rodeada de volúmenes de obras completas. No soy uno de esos autores tan geniales y tan originales que dicen no leer mucho a otros por si les influye demasiado, por si les resta originalidad o afecta a su estilo. Es un camino completamente erróneo.

 

A mí me gusta que me influyan, necesito que me influyan y que me influyan bien. Por eso estoy rodeado de otras voces, cientos de voces, para que así ninguna pueda fagocitar tal variedad ni tome el control de las demás.

 

Voy pasando de un autor a otro en una misma noche, a veces hasta altas horas de la madrugada. A veces leo y releo cuando encuentro un poema que me sorprende. Últimamente Luis Alberto de Cuenca ha compartido mi almohada y este “Religión y poesía” me ha parecido deslumbrante. Por su valentía al dar cabida al tema teológico tan descaradamente -¡cuánto le agradecemos a Luis Alberto que escriba lo que quiere sorprendiendo a propios y extraños, sin mirar a derecha o izquierda!-. Por su profundidad tan naturalmente traida a este estilo de “línea clara”. Por su culturalismo completamente desprovisto de pedantería. Por esa matemática perfecta del 11 que parece que no ha sido medido, completamente naturalizado y sin sonsonete.

 

La alabanza, el júbilo se ser y de serlo con sentido y el drama: lo que el catolicismo puede aportar (no sólo) a la poesía. Una sesuda conferencia no lo expresaría mejor.

 

Os lo dejo sin más preámbulos.

 

 


RELIGIÓN Y POESÍA

 

(Paul Claudel)


Mi religión, o sea, la católica,
aporta a la poesía tres conceptos
que son fundamentales: la alabanza
de lo creado y de su Creador
(como en Akenatón, los himnos védicos,
San Francisco, Espronceda, Pound y Perse);
el júbilo de ser, pero el sentido
también de ser, al margen del azar
y de las ciegas fuerzas naturales;
y, por último, el drama, la tensión
de la lucha en un mundo relajado
que prescinde del cielo y del infierno.

 

Feliz quien, al amparo de la fe,
escribe poesía desde el júbilo,
el drama, la alabanza y el sentido.

 


De Por fuertes y fronteras.

 

 

 

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5
Dic
2012
El jazmín y la noche
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“El jazmín y la noche” es uno de los volúmenes más felices de este año. Reúne la poesía de Almudena Guzmán desde 1981 a 2011 y abre ante nuestros ojos, como un abanico, ese misterio de la madurez, la madurez por dentro y por fuera.

 

 

A cierta altura de una vida y de una vida poética fiel a sí misma, echamos la vista atrás y descubrimos asombrados cuántas de las que han sido nuestras realidades latían ya germinales en aquel que fuimos con 17 años, que es la edad en que Almudena publicó su primer libro, “Poemas de Lida Sal”. Ahora descubrimos que en aquella adolescente ya estaban la capacidad de deslumbramiento y el deseo de mantener una mirada infantil, nueva y fresca sobre las cosas del mundo. También estaban la pasión como fuerza motriz, la conciencia de las propias sensaciones como forma de conocimiento del mundo y del mundo interior, el amor como energía para transformar la realidad, la ironía como inteligencia para apuntar hacia lo injusto… Todos estos elementos latían allí y resisten al desengaño con que el paso de la vida nos va signando a todos.

 

Por eso, cuando llegamos a su último libro, “Zonas comunes”, descubrimos que la poesía tiene un potencial de resistencia misterioso para hacer que sigamos siendo los mismos a pesar de haber cambiado tanto. Incluso nos ayuda a decir con más claridad las cosas más complejas del mundo que fuimos, del que ahora somos y del que nos rodea. Tras el camino confirmamos aquello que decía Claudio Rodríguez, que el desengaño en el poeta no significa desamor, sino afirmación y reconocimiento.

 

Crecer puede entenderse “como una broma de mal gusto”, pero ese sentimiento –señala Luis García Montero en el prólogo- no invita a la renuncia de la vida. Se trata de asumir las contradicciones, las marcas de la soledad, las realidades descarnadas de la existencia, y de buscar un diálogo con el presente y el porvenir, un hueco para la dignidad en medio de la intemperie. Almudena lo hace.

 

Invito a disfrutar de este camino que “El jazmín y la noche” despliega ante nuestros ojos. Particularmente he disfrutado releyendo aquel “Usted” con que Almudena sorprendió a público y crítica en los años ochenta. Aquel desenfadado y descarado poemario contenía en el fondo de sí mismo unas terribles ganas de vivir que Almudena ha conservado, de distinta manera, muchos años después a pesar de lo que ha llovido y le ha llovido, como da cuenta también en “El príncipe rojo”.

 

Almudena nos ha enseñado cómo se mira el poeta por dentro y como esa mirada es penetrante cuando se vuelve hacia fuera y se dirige a la realidad; un rasgo que, aunque la poesía de Almudena no sea nada mística, comparten sólo los poetas verdaderos y los hombres de verdadera espiritualidad.


Quien hace del dolor ajeno
impasible,
rentable y vanidosa inspiración,
no debería pasar a la historia
ni como hombre ni como poeta.

 

Hombres y poetas hay pocos.

 

Raposas entre las viñas los más.

 

 

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25
Nov
2012
Emoción formal
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El Premio Nacional de Poesía de este año ha sido concedido a Antonio Carvajal, el poeta granadino cuya obra representa la continuidad del clasicismo formal más exigente así como su renovación en temas.

 

 

El Premio Nacional de Poesía es una distinción que otorga el Ministerio de Cultura y, aunque se otorga a un libro concreto, en realidad se trata del reconocimiento a toda una trayectoria.

 

La obra premiada en este caso es “Un girasol flotante”, la recopilación de los poemas de Carvajal dedicados a amigos. Es de agradecer que el libro premiado coincida con una celebración de la amistad y de las relaciones personales y literarias fraguadas a lo largo de toda una vida entregada a la poesía. Vida y obra, palabra y amistad unidas en este caso.

 

Como director que era en aquel momento de la Cátedra García Lorca de la Universidad de Granada, Antonio quiso presentar la primera lectura que hice en esta ciudad y desde entonces la confianza entre nosotros ha ido en aumento. Tanto que intrépidamente le dije en una ocasión que me gustaba su obra, que he disfrutado mucho y aprendido en ella –Antonio es uno de los mejores especialistas en métrica española- pero que siempre he echado en falta algo de emoción, que la belleza formal de su poesía es perfecta, pero que me quedaba siempre una necesidad de ir más allá, de unir a la experiencia estética una llamarada, un no sé qué…

 

Bueno: supongo que Antonio justificó mi impertinencia con dosis de magnanimidad y paciencia. Pero la cosa es que un día, no sé cómo, llegaron a mis manos unas fotocopias de unos poemas compuestos por él para acompañar la interpretación de las 7 palabras de Jesús en la Cruz de Haydn. Se trata de 7 poemas nacidos de cada una de estas palabras y en los que por primera vez encontré la angustia vital, la soledad, la impotencia, la desolación por el amor traicionado, la oscuridad y el silencio de Dios en la voz de Carvajal a través de unos poemas de belleza tan rotunda que rayaba lo sublime.

 

Tiempo después, en el transcurso de unas jornadas a las que Antonio, hombre poco dado a ambientes religiosos, tuvo la osadía de invitar a un cura -con la mala prensa que da eso en algunos ambientes intelectuales- para dar una conferencia… Digo, en el transcurso de esos días de reflexión y arte, volví con mi habitual impertinencia a decirle a Antonio que me habían conmovido esos poemas. Y que me llamaba la atención que hubiera sido precisamente en el abordaje poético de este momento de la vida de Jesús donde yo había encontrado más espléndidamente desarrollada su genialidad.

 

En fin, Carvajal ya me aguanta todo tipo de impertinencias. Supongo que me da por un caso perdido. O que la amistad suple.

 

Le felicito por este reconocimiento y espero seguir aprendiendo de él y en su compañía.

 

 


 

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