22
Dic2010Cuento de Navidad
3 comentarios
Dic
La acompaña una amiga con flequillo rebosante de laca. Esta Yoli que entra en la sacristía va pintada con esmero: ni un centímetro de rostro se ha librado de la brocha y de los lápices.
-¿Le puedo hacer una pregunta?
-Vosotras diréis.
-Me han dicho que hay aquí un niño Jesús que tiene mucha devoción.
-Bueno, no sé, hay varios.
-Uno que lo sacan en Semana Santa con unas campanillas de barro y que es muy milagroso.
-Bueno, no sabía que era tan milagroso, pero sé el que dices.
-Es que tengo que hacer un trabajo de religión y le quería echar unas fotos, si se puede.
-Claro, claro. Está en la penúltima capilla saliendo a la izquierda.
-Ah, pues vale, muchas gracias.
Cruzo al rato por la Iglesia y veo a la Yoli, con sus pendientes de aro y el rabillo del ojo más tatuado que pintado, en actitud compungida delante del Niño Jesús. Parece muy apenada y su amiga la acompaña en silencio un paso detrás de ella. Me acerco.
-Bueno ¿ya le habéis hecho las fotos?
-¡Ay, no, perdone…!
-¿Qué te pasa? ¿Estás llorando?
-Pues sí. Es que mi novio pasa de mí y ya no sé que hacer. Es que lo quiero mucho y yo me voy a morir si no me hace caso.
Es casi siempre así. En chándal y teñidas, con los dedos llenos de anillos horrorosos, las yolis también lloran. Las yolis de supermercado que hablan azín mientras mastican un chicle. A la grupa de la moto de su Dani rapado y bakalilla, de su Dani flaco con Nike-air, las yolis peluqueras o cajeras se mueren de amor por las manos hechas al ladrillo de su tron. Y, por un instante de renuncia racional, me siento conmovido ante esta Yoli que se aferra a la cintura de su nene y es la envidia de otras yolis de su barrio un poco más gorditas y más bajas. Porque a lo mejor, después de todo, quizá el amor no sea otra cosa.
Y al niño Jesús, que se da cuenta de la escena, impotente dentro de su talla, se le enrasa el barroco cristal de los ojos.


Ayer celebramos el primer acto del ciclo Poesía y música en los conventos. Estuvo dedicado a la poesía espiritual y mística India. La lectura de los textos en estos actos nunca va acompañada del nombre de los autores; y así, los asistentes pudieron escuchar juntos, pero sin saber de quiénes eran, desde versos devocionales indios a oraciones de Teresa de Calcuta, Ghandi, Clara Janés o 

Mientras todavía tenemos en la retina las imágenes de esa osamenta habitable, casa desprendida de las nubes, que es la Sagrada Familia de Barcelona, voy a hablar de otra catalana, Angélica Liddell.