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Angelica Liddell: pantera y colibrí
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Mientras todavía tenemos en la retina las imágenes de esa osamenta habitable, casa desprendida de las nubes, que es la Sagrada Familia de Barcelona, voy a hablar de otra catalana, Angélica Liddell.
No tanto de ella cuanto de la entrevista que le dedica un suplemento semanal y que me ha parecido –quiero decirlo con respeto- una ocasión desaprovechada.
En primer lugar, antes que de dejar salir de Angélica lo que quiera dar de sí, el entrevistador trata una y otra vez de reconducirla por los caminos que él se ha aprendido y por los esquemas en que él cree que debe clasificarla. Y la cansa con lo del nihilismo. Un verdadero nihilista nunca se autocalificaría de nihilista.
Angélica pasó su infancia en un cuartel y en un colegio de monjas. El entrevistador avista un filón: seguro que mucha disciplina –eso podría explicarlo todo-. Pero su respuesta es que no. Ni la vida en casa ni las monjas eran severas. Nada de traumas que hallar aquí. Frustración para el entrevistador que me parece va a tener que currarse bien en casita las respuestas de la Liddell hasta darse cuenta de que con ella no valen los esquemas. Tiene delante a una pantera y un colibrí y no se da cuenta.
¿Con qué se queda, con el Bernabeu o con el Prado? –le pregunta ahora. Menos mal que la de Girona está de buenas, porque podría haberle soltado un zarpazo; pero se contiene y, no eligiendo tontamente entre dos cosas entre las que no hay que elegir, le responde airosa que se queda con Cristiano Ronaldo.
Al final el encuestador se sigue asombrando cuando, ante otra de esas preguntas típicas de revistas como la Super-pop, la fiera-colibrí le responde que ni Shakespeare ni Fellini son sus máximos inspiradores, que es la Biblia: es un libro bellísimo. Su estructura, su fraseo, su tempo.
No sólo me gusta su obra sino la Liddell enterita. Porque es de esas criaturas en las que no media adulteración alguna entre lo que percibe y lo que expresa. En un poema lo sentí así:
No lo sé razonar: es algo semejante
a las gotas de lluvia sobre el polvo.
Algo inmediato, sin concepto.
Algo animal, dolor que cae
directamente sobre el alma
y el cuerpo que son uno y son el libro
(…)
Y acaba volviéndome a desasosegar cuando, preguntada por aquella escena en que llegaba a cortarse la piel, responde: aquello fue un acto de amor. Me desasosiega por la coincidencia: Actos de amor es el título del inédito que algún día espero publicar.
Acto de amor, mi único sintagma para empezar el siglo.