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Oct2008Rembrandt en el Prado
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Oct
Hasta el 6 de enero podremos disfrutar en el Museo del Prado de la exposición Rembrandt. Pintor de historias. Es una ocasión única para ver reunidas, si no las mejores obras del pintor holandés -es casi imposible reunir sus mejores obras en una exposición- sí un grupo más que importante.
Se abre la exposición con un autorretrato de juventud y se cierra con otro en edad anciana. Entre la petulancia, la pretenciosidad, la autoexaltación de un joven ambicioso y la decrepitud, la simplicidad, la depuración de un anciano al que la vida ha golpeado, transcurren todas las historias pintadas.
Sin duda, el último autorretrato, el del anciano Rembrandt pintado como Zeuxis, es mi favorito. Porque el estilo se sale de su tiempo brutalmente: la pincelada gruesa, deshecha, completamente libre, la pintura a golpes de emoción, sin pretensión de detallismo, la masa empastada casi sin mezclar, el aspecto inacabado... parecen más de un pintor del siglo 20 que de uno del 17. Y, sin embargo, ese anciano se autorretrata sonriendo, con los ojos abolsados del que ha mirado mucho y ha llorado más. Es alguien a quien no le importa ya caer bien o pintar un bonito cuadro para colocárselo a un marchante.
El fondo, la forma y la intención se funden en una pintura que parece hecha en dos brochazos. Pero dos brochazos cuyo aprendizaje nos ha llevado toda la vida.
Rembrandt era un pintor de las emociones. Algunos de sus cuadros parecen inacabados, o, mejor, acabados justamente cuando el artista ha conseguido plasmar la emoción que perseguía. Su religiosidad está presente más allá de los temas. Está presente en la manera en que su estilo se va depurando y profundizando, haciéndose cada vez más libre y a la vez más universal.
Llevado a la vida cotidiana, el detalle es una actitud moral. Una forma de estar en el mundo como quien sabe que se encuentra en un jardín muy muy frágil por el que tiene que caminar con delicadeza, cuyas flores debe rozar con suavidad, cuyo equilibrio entre silencio y gorjeos no debe romper.
Está muy lejos de ser la mejor película de Woody Allen. No escribo para recomendarla. Pero sí porque va de artistas atrapados en su propia insatisfacción vital. Gente de esa generación sobradamente preparada que, desde pequeños, han aprendido idiomas, música, pintura... Autónomos, desenvueltos, librepensadores, se mueven por todo el mundo en busca de experiencias. Tienen sus propios criterios morales. Viven relaciones sentimentales y sexuales sin a prioris ningunos. Pero en sus vidas, después de cada nuevo ciclo, reaparecen una insatisfacción y una infelicidad de tintes crónicos.
Encuentro cada vez más verdadera esa expresión que acuñó Pablo VI y que tanto repitió Juan Pablo II para referirse a algunos aspectos de nuestra cultura como cultura de muerte.
Ahora vuelve Damien Hirst con sus animales conservados en formol. Al menos esta vez se ha ahorrado diseccionarlos, lo cual, no nos engañemos, es una forma de hacer mas comerciales sus creaciones. Y así, mientras los mercados bursátiles caen uno tras otro, Damien Hirst, quizá el más conocido de los llamados jóvenes artistas británicos, va y gana 200 millones de euros en 24 horas subastando obras realizadas directamente para las salas de subastas, sin mediación alguna de las galerías de arte. Los detractores de Hirst siempre le han reprochado su excesivo amor al dinero: no sólo de escándalo vive el hombre.
como objetos de decoración o como trofeos es algo bastante viejo.
Bueno. Llega la normalidad. El trabajo nos devuelve al orden, pone claridad en nuestra mente. (Perdonen, debo ir a por otro klinex, este lo tengo ya empapado)
Seguramente muchos ya la habréis leído. Esta reciente entrevista con Gustavo Gutiérrez acaba hablando de poesía:
¿Podemos tranquilamente escribir poemas, hablar de música, de deporte... mientras a nuestro alrededor se pone en peligro la vida de los más débiles? Si la belleza no sirve para llegar a la verdad...., si la verdad no sirve para llegar al amor...., si el amor no es amor a los más débiles de los débiles..., estamos arruinando nuestra existencia y nuestro arte.
A veces nos damos razonamientos muy progresistas, pero estamos montados en el tren equivocado, en el tren que va, sin que queramos darnos cuenta, en la dirección contraria: hacia la barbarie, hacia el fascismo más diabólico, hacia la deshumanización, hacia la oscuridad.