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Dic2006SI ALGUNA VEZ VIAJÁIS A FREIBURG
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Dic
(Queridos amigos. El texto y las imágenes que aparecen a continuación han sido elaborados por mis amigos Ana y Javi, que colaborarán en este Blog para que sea un trabajo de equipo. Ana es una excelente artista y profesora de pintura y Javier se doctora en sicología a la vez que ejerce la docencia en la universidad de Sevilla. Juntos hemos compartido horas intensas de vida, de arte y, sobre todo, de fe. Mi gratitud de amigo y hermano)
Si alguna vez viajáis a Freiburg
Si alguna vez viajáis a Freiburg (Alemania), no dejéis de visitar la iglesia (Católica) de
Tras su correspondiente portada barroca se encuentra uno de los crucificados más impresionantes que he visto. Justo sobre el altar, se alza una especie de viga de perfil rectangular de más de diez metros, que como si fuera una lanza clavada en la tierra o el mástil de una bandera, se eleva hasta casi tocar la bóveda. A lo largo de esa herida abierta en el espacio “cuelga” la escultura de Jesús crucificado de Franz Guttmam (1955). La monumental figura de Jesús de unos cinco a seis metros, de extrema delgadez y sin rostro, se contempla con sobrecogimiento desde la entrada de la iglesia. La cabeza de Jesús se encuentra sustituida por una gigante corona de espinas. La escultura no tiene brazos. Aunque se le pueden identificar las costillas y unos grandes pies cruzados y atravesados por un clavo. La sencillez de la talla recuerda, al mismo tiempo, al cristianismo antiguo, a la sobriedad del románico y al arte expresionista alemán. La verticalidad y la sensación de inestabilidad del conjunto escultórico, como si se nos fuera a caer encima, son dos sensaciones sobresalientes al contemplar esta obra. Tras el crucificado un altar vacío. Tan sólo un árbol en una gran maceta acompaña a Jesús.
No es posible orar en esa Iglesia como lo solemos hacer en las nuestras. Aquí es difícil pedir por nuestras necesidades o buscar consuelo a nuestros dolores. Es más bien Cristo quién nos pide, nos exige y nos impulsa a cambiar nuestra vida. Junto con la paz y el recogimiento habituales, un soplo de inquietud y desasosiego, como si nos faltará algo importante que hacer en nuestra vida y nos quedará poco tiempo, recorre nuestra alma.
Y yo me pregunto: ¿es capaz el arte al que estamos acostumbrados en nuestras Iglesias de provocarnos espiritualmente como lo logra el arte contemporáneo de calidad? ¿No encontramos en nuestras Iglesias demasiada paz y sosiego, las cuales pueden llegar a anestesiarnos? ¿No es quizás función del arte contemporáneo hacernos preguntas, impulsarnos a la acción, llevarnos más allá de nuestras seguridades? Funciones que quizás un hermoso crucificado barroco o una imagen procesional de cualquiera de nuestras Semanas Santas, hoy en día, no las pueden cumplir. ¿O sí?
Texto:Francisco Javier Saavedra.
Fotografías:Ana Rodríguez.