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La vida de los otros
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Hoy han pasado 20 años desde la caída del muro de Berlín. Para no dejar pasar por alto la celebración, para refrescar la memoria o, al menos, para fraguar la memoria de los que no la tenemos, vimos anoche en comunidad la película La vida de los otros.
Al volver a ver esta maravillosa historia descubro significados nuevos. Descubro que nacer en libertad no es algo tan obvio. Descubro que hasta hace nada –y aún en muchos lugares del mundo- la existencia de infinidad de personas ha sido arruinada por muros ideológicos. Que familias enteras no volvieron a encontrarse jamás. Que algunas existencias transcurrieron, desde su primer día hasta el último, en una ciudad gris y blindada; gobernados por unas ideas que no eran las suyas; en un silencio enloquecedor o en la alternativa de tomar el camino del suicidio como única forma de escape.
El agente de la Stasi que protagoniza la película descubre el vacío de su vida al asomarse a la vida de los otros, de aquellos a quienes espía. Descubre que no tiene libertad, que no tiene amor, que ha entregado su inteligencia y sus enteros días al servicio de una clase política perversa. Es la frágil situación de la existencia de los demás, que depende de sus manos, de la información que él transmite, la que, paradójicamente, hace trizas su sólida ideología. Y, al final, ha de arrostrar su destino de hombre bueno como un ciudadano más, siendo, como es, un héroe que ha contribuido a cambiar la historia desde los cotidianos recovecos de lo que nunca se contará.
Recomiendo esta película encarecidamente. Siempre estará viva. Siempre será un aldabonazo de libertad en las puertas de tantos muros como aún quedan en pie. Porque La vida de los otros filma que la vida nuestra no comienza sino en la de los otros. Que nuestra libertad es menos libertad cuanto menos libertad es la libertad de los otros.
Y decir estas cosas sólo puede acabar en una oración.