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Ene2022En estado de gracia
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Ene
En estado de gracia.
Carmelo Guillén Acosta
Renacimiento, 2021
Algunos poetas han dedicado gran parte del tiempo de su madurez literaria a encontrar y dar una oportunidad a voces nuevas. Carmelo Guillén Acosta lo viene haciendo desde hace muchos años a través de la coordinación del Premio Adonáis, que este 2021 ha celebrado 75 años de existencia con, entre otras actividades, una exposición en La Biblioteca Nacional.
Guillén Acosta es igualmente el artífice del extensísimo catálogo de dicha muestra, para lo cual ha rescatado nombres, títulos e imágenes de quienes en estos 75 años han encontrado en Adonáis la oportunidad de sus vidas poéticas. Es, por otro lado, la colección por la que ha pasado gran parte de los poetas más significativos de estos tres cuartos de siglo de versos en español.
Por si fuera poco trabajo, Carmelo Guillén Acosta ha publicado este ya pretérito año 2021 un nuevo poemario. "En estado de gracia" es su título y Renacimiento la editorial elegida.
Dividido en tres partes sin más título que los sencillos números romanos, la última de ellas consta de un único poema titulado "Gratitud". En él el autor se separa de sí mismo como poeta y da gracias por la palabra misma, la cual es no solo la que enhebra biografía y poesía sino la que, con perspectiva y desapego, las revela en estado de gracia. La gratitud es la expresión de quien está en gracia y la manera de hacer esta extensiva mediante la comunicación, que es el centro de la literatura.
Podría intentar divagar sobre la razón de ser de las dos primeras partes del libro, pero no haría más que sobreinterpretar; buscar razones donde, en realidad, quizá solo estemos ante dos momentos de escritura. Sin más, pero sin menos. Al igual que hay dos testamentos bíblicos pero una sola promesa y una sola realidad. Al igual que muchos asuntos tienen, cuando los comprendemos, un antes y un después.
Los poemas están escritos en tránsito y en entrada. Por alguien que va de camino pero que, a la vez, está tocando con sus pies la patria de llegada. Por eso celebra las cosas del aquí, en su mundanidad -que no mundanalidad- más humilde; se adentra en ellas y, a la vez, las trasciende; cruza en dirección a algo más grande, a una belleza, bondad y hasta existencia total, eterna y objetiva.
Parece fácil decir esto; pero no lo es tanto si las cosas mismas de este mundo incluyen el desmoronamiento del tiempo, la vejez, la enfermedad, el dolor, la fragilidad, la soledad. Es entonces cuando el estado mismo de gracia lo es o, contrariamente, la realidad no se nos antoja más que estado de desgracia, condena o sinsentido. En este resquicio despunta el asombro. Este libro le ha conquistado a mucha noche oscura una claridad más fuerte para que permanezca en los poemas y, sobre todo, llegue a nosotros.
Los versos nos hablan de entrega, de gratitud; ajetreo diario, astros y gusanos; de sacramentos, de la pobreza; de pedigüeños, de las virtudes ajenas, de misericordia, de la cercanía; de la ignominia, toda vez que, en estado de gracia, todo tiene su lado misterioso, acorde, fértil.
Dice más de lo que dice mediante el pudor de no decirlo todo. Por ejemplo, que en el momento peor, justo cuando pensamos estar de más en el mundo, se levanta el velo y aparece la belleza donde no parecía. La fidelidad a lo difícil tiene una recompensa no cuantificable.
Menos idealista, pero sin realismo plano ni tampoco mágico, sí quizá transignificado, incluso hasta transustanciado, el poemario da el paso hacia la aceptación del tiempo y de la materialidad -no solo la materia, sino la materialidad- con que comparecen los hechos. Sin ellos nos sería opaco el prodigio, el valor que se esconde en lo aleatorio: el amor.
La finitud es una condición de revelación de lo infinito. Podría haber sido otra, pero esa otra habría sido igualmente necesaria y eso la incardina en algo más grande. Por ello el dolor ya no es solo un consabido lugar de perdición, sino un inaudito y escandaloso lugar de redención.
El dolor da bocados. Carmelo Guillén Acosta da rienda suelta a la sinceridad -la verdad literaria no es ni confesionalismo ni autobiografía- más allá de pertinencias estetizantes. Carmelo no oculta, no sus asideros, sino las raíces que lo sustentan; las cuales son la cruz de signo resucitado y el misterio del crucificado. Con la particularidad de que no es este un libro que fácilmente pueda ser un bestseller en librerías religiosas, donde la editoriales especializadas en poesía no son muy reclamadas y donde suele proliferar cierta versificación piadosamente nacarada. Tampoco, desgraciadamente, será un libro especialmente celebrado por los círculos poéticos más populares, en los que una sincera profesión de fe del Dios Cristiano es puesta en cuarentena por aquello de lo políticamente aceptable.
Es esta singularidad contracorriente la que, por tanto, da fuste y promete un futuro sólido al libro que reseñamos. Hacia el final -lo veníamos presintiendo, porque de hecho está en el origen mismo del libro- el poeta se abre completamente a los otros. En ellos descubre lo mejor de su existencia. Los canta, los agradece. Vuelca y abre a ellos su mano.
La verdadera mística cristiana -sí: a veces hay que distinguir lo verdadero de lo que no lo es- tiene su prueba del nueve ahí precisamente. Cuando de verdad se está en trato con Dios, nuestra apertura al otro es más radical, incondicional. Una espiritualidad que, por el contrario, se aleja de la realidad, del mazazo de la encarnación, del rostro concreto del otro concreto, es una mística sospechosa de alguna de las tentaciones de enajenación a las que está el alma nuestra expuesta a cada instante.
Dicha desembocadura en los otros tiene epílogo en el libro. Se trata de explicitar el papel de las palabras como vínculo con los demás, como posibilidad de redención que se comparte, de creación, de amistad. ¿Cómo entregar lo que somos si las palabras no abren la puerta? Por ello el libro es también metapoético.
Prueba no alambicada de la excelencia de un libro es el deseo irreflexivo de que muchos lo conozcan, lo lean, se sumerjan en su influjo. Esto es lo que se siente al cruzar estas páginas.
"En estado de gracia" es sencilla y sinceramente un regalo del cielo. Sin afán de exageración ni de moderación, decir que se nos da a saber que el libro está tocado de Dios porque está tocado de humanidad profunda; ebria y cuerda a la vez.