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Blog El atril

Fray Antonio Praena Segura, OP

de Fray Antonio Praena Segura, OP
Sobre el autor

7
Dic
2020

Homenaje a Emilio Rodríguez

8 comentarios
Emilio Rodríguez

Emilio Rodríguez nació en Villar de Adralés, Asturias, el año 1938. Tenía, en el momento de dejarnos para regresar a la casa del Padre, 82 años. Destaco su edad porque el conjunto de su obra nos recuerda que estamos ante un trabajador incansable, no solo en el arte de la poesía, por el que era referente para poetas de generaciones bien dispares en época y estética, sino, y debemos subrayarlo, en el arte gráfico y el dibujo, ámbito en el que desarrolló un estilo propio, reconocible. Podemos encontrar alguna de sus ilustraciones e inmediatamente pensar en él. Creó un universo y hasta una técnica propia, uno de los elementos más valiosos y difíciles que un artista puede aportar.

Era, además, profundamente generoso: llegaba con su cartapacio de obras a tinta, bolígrafo, acuarela -o diversas técnicas a la vez, hasta el empleo de texturas manufacturadas del papel y los textiles-, abría la carpeta y te decía: escoge todas las que quieras.

En casa de mis padres están enmarcadas algunas de sus ilustraciones. No pasa el tiempo por ellas, misteriosas e ingenuas, comprensibles a la vez que sugerentes. Destaca en su obra gráfica la composición, la inocencia y el trazo firme. Muy románicas y vanguardistas a la par. Era en esto muy asturiano, savia lenta pero sólida.

También, y por ello ocupa un lugar especial en el terreno poético, las raíces y el paisaje natal suponen un lugar fundamental en su obra lírica. Nos deja, nada más y nada menos, que una veintena de poemarios en los que la infancia, la aldea, lo sagrado, el mineral, los maizales, la lluvia, los castaños, el musgo o la piedra están plenamente vivos para la memoria y son cimiento de una poesía robusta, sin concesiones, siempre creciendo. De gesto contenido, hasta tímido muchas veces al recitar su propia obra, había mucho más de lo que se ve al primer vistazo. O, lo que es lo mismo, la belleza y calidad de su escritura se aprecia entrándose cada vez más en ella, como en las minas ocurre o en los bosques. Era en esto también muy fiel a su paisaje originario.

Vivía su entrega a la poesía como una forma intensa y fiel de su vocación de dominico, la actitud de quien todo lo da en el servicio de, en, por y para la Palabra. Anunciándola a los hombres en su grado más intenso, verdadero y hermoso.

Me atrevo a sugerirlo. Si Ángel González despliega desde Oviedo una influencia fundamental en la poesía española de la segunda mitad del siglo XX, dejando su magisterio una marca insustituible para entender la poesía hispana de esa mitad de siglo poético, Emilio Rodríguez, desde un plano invisible, representa muy bien una escuela diferente, la otra voz, complementaria, más oculta, acaso ejercida desde la nostalgia de los prados y los valles; una voz necesaria e interior como el rumor freático de los veneros antes de ser veneros, o como el viento de los bosques y el eco de las minas. Ejerce una poética más telúrica e interna, pero presente para muchos poetas como ladera sustentante de una montaña, esa que no se ve pero está al otro lado de una tradición de la que sólo conocemos la parte visible, accesible, evidente.

Emilio estudió teología y periodismo. Dirigió, por los años 80, Radio Popular en Salamanca. En esta ciudad, en el Convento de San Esteban, fundó la “Tertulia de los Martes” la cual, por las noticias que llegan, sigue reuniéndose y publicando la revista “Papeles del Martes”, que, 20 años después, nos sigue llegando a muchos de forma totalmente altruista.

En la ciudad del Tormes no sólo se le recuerda, sino que se le quiere mucho. A finales de los 90 visitaba la ciudad y la tertulia, en la que, reunida por esa época en Sotomayor, yo hacía de portero siguiendo sus deseos. Sobre todo, visitaba a sus amigos, les regalaba su obra gráfica y ejercía un magisterio discreto, involuntario. Ejemplo de su impronta es el estudio introductorio a “Mar que huye”, la antología de su obra publicada en 2010 por la Editorial San Esteban, firmado por Antonio Sánchez Zamarreño. El hilo clarificador de una obra extensa y variada lo encontramos en este concienzudo estudio. Como "un pentecostés en casa" presenta el catedrático salmantino el legado de Emilio. Y señala que el poeta dominico ejerce el ministerio de la palabra poética como una prolongación de su sacerdocio.

Fascinado tanto por los libros proféticos como por la literatura de las vanguardias, los versos de Emilio emergen desde un hondón espiritual, a modo de polifonía que en cada libro se concreta mediante una línea musical imprevista pero que, con perspectiva, perdura como una sinfonía. La suya es poesía arraigada pero escapa a lo habitual en esta clasificación, porque se desprende de lo transitado y da giros de guion en los que es perceptible un trabajo continuado de experimentación y búsqueda que, por otro lado, evita el hermetismo si bien exige, en algunos libros, una especial concentración.

Su poesía brota desde un centro y se dirige sin miedo hacia todas las preguntas, porque, en el fondo, aun cuando esto pueda pasar desapercibido para no avisados, la entera obra del poeta asturiano tiende un puente entre el Misterio y la existencia concreta de quienes buscan sentido y redención. Este puente lo construye Emilio Rodríguez con sus propias piedras, con su propia materia, con su entera disección, reconstrucción y ofrenda al lector.

Es un tópico la premisa según la cual el crítico debe leer en el poeta aquello que el poeta no lee de sí mismo, aquello que desconoce; incluso lo que teme y lo cree sin saber que lo cree.

Por ello, sin ejercer ahora la crítica literaria sino sólo homenajeando la figura y la obra de Emilio como hermano y camarada en la escritura, me atrevo a contravenir el lugar común para creer que, felizmente, no se cumplen en Emilio estos versos suyos tan de una tarde de diciembre:

 

“No descansan los muertos

porque nadie

encuentra los caminos

cuando son de mineral

hasta las tumbas”

 

Porque estoy seguro de que su generosidad y su bondad le han flanqueado el camino a la resurrección. Y así, sí que son ya verdad estos otros, también suyos:

 

“Al otro lado de la noche

permanece

                  en vigilancia

                                   tu silencio”.

 

A Él se ha unido mientras su obra poética sigue glorificando.

 

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Loreto
7 de diciembre de 2020 a las 19:33

Tengo buen ojo, me encantan los dominicos.
Fray Emilio, Fray Felix me parece, el pintor y Fray Felicisimo y much@s más
Hasta mañana

Juan viejo
7 de diciembre de 2020 a las 20:00

Muy querido en la ciudad charra

Hilario barrero
7 de diciembre de 2020 a las 21:15

Precioso y emotivo homenaje.

JUAN JOSÉ DE LEÓN LASTRA
8 de diciembre de 2020 a las 13:33

Desde la tierra de Emilio, gracias, Antonio por el "homenaje" que le brindas. Me gustaría que apareciera en algún periódico de Asturias, La Nueva España o El Comercio. Puede que, si se lo envías, lo publiquen

Jorge Parise
8 de diciembre de 2020 a las 17:29

Llevó la poesía hasta el altar de la Iglesia de Parquelagos. En todas y cada una de sus homilías, la Palabra nos era dada con dulzura y amor, y una serenidad contagiosa. Lo llevamos dentro nuestro con su sonrisa tímida y su sacerdocio literal.

Loreto
9 de diciembre de 2020 a las 09:18

Y su silencio

Raquel
1 de marzo de 2021 a las 03:55

Asimismo nos ha dicho el papa que nos sugiere profetizar con la poesía . La pastoral penitenciaria de Pamplona Navarra España, nos daba talleres de iniciación a la lectura. El voluntariado que acompaña

Techi Molina (argentina)
28 de abril de 2021 a las 12:57

“Al otro lado de la noche

permanece

en vigilancia

tu silencio”.
El otro lado de la noche, la vigilancia, el silencio. Que paz para el alma convulsionada por una pandemia cruenta.

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