El pasado día 5 se cumplieron 50 años de la muerte de Luis Cernuda, una de las voces más intensas, conmovedoras y de honda influencia del siglo pasado.
No han habido fastos, ni ediciones especiales, ni presencia significativa en los medios, pero sí unos cuantos artículos de gran calidad, así como abundancia de versos cernudianos en las redes sociales y en los rincones que Internet brinda a la inmensa minoría poética.
No hay mejor manera de celebrar a un poeta que volver a leerlo. Y como ya se ha escrito bastante y bien sobre su obra y su persona –abajo unos enlaces-, como subrayar estos aspectos no trae buena prensa, como no es políticamente correcto, voy a fijarme en una faceta que en mi opinión da a la palabra de Luis Cernuda una dimensión vertiginosa y a la que, por poco rentable hoy día, no todos se asoman. Me refiero a la presencia de Dios en su obra.
Pasada la mitad de nuestra vida –eso nunca se sabe, pero Dante siempre queda bien- empieza a dar un poco igual lo que el mundo opine de nosotros. No hay tiempo que perder ni vida que desperdiciar. Por eso comienza así Cernuda su monumental poema “La visita de Dios”:
Pasada se halla la mitad de mi vida.
El saldo de esos días pasados le parece un trabajo perdido; sin embargo el poeta vuelve los ojos al cielo esperando la lluvia, unas lágrimas que aviven su cosecha, una cosecha baldía, una existencia arruinada, perdidos ya trabajo, casa, amigos.
Exiliado el mismo poeta, este cúmulo de fracasos y tanto sufrimiento junto lo han dejado unido para siempre al número de los desheredados, los perdedores, los desterrados histórica y moralmente, pues, como se ha señalado “Cernuda no fue sólo un desterrado político; el suyo fue sobre todo un desarraigo de la conciencia, un exilio moral”, el de un hombre de izquierdas, el de un homosexual en esa España cruel y rancia que desprecia cuanto ignora y envidia casi todo lo que admira.
Por eso en esta conversación con Dios no quedan fuera, no pueden quedar fuera, todos aquellos con los que Cernuda comparte fracaso y, a la vez, dignidad moral ante el heroico trabajo que supone ganar un pedazo de pan y unos vestidos para abrigarse en medio de la ciudad alzada por y para el orgullo del rico. Cernuda se siente un artista más junto a otros artistas que cantan o exponen en las esquinas dibujos que él, Cernuda, tan poco sentimental, reconoce que le arrasan de lágrimas los ojos.
Justicia y Dios son inseparables para el poeta. Y es el dolor el vínculo que lo une a tantos otros fracasados, el dolor propio el que despierta en él la humana identificación con la ladera herida de este mundo:
Por mi dolor comprendo que otros inmensos sufren
Hombres callados a quienes falta el ocio
Para arrojar al cielo su tormento.
La urgencia por ganar el pan no deja tiempo a estos hombres para levantar su voz. Sí que la levantará el poeta, quien no puede copiar su enérgico silencio. Y es que, si en el lenguaje habla el cosmos, la realidad, el ser -porque el lenguaje es del hombre y el hombre es, pues, el lugar por el que el cosmos habla-, en el poeta que ha perdido los amigos y la tierra, es decir, en quien ya nada tiene que perder, toma voz lo que en el mundo está perdido.
Perder nuestro lugar en el mundo puede devolvernos el mundo como lugar nuestro.
Pero Cernuda no es un poeta social. No presta voz a nada. Más bien él se aniquila para que hable, quizás en un tiempo futuro, aquello que de suyo bien sabe lo que tiene que decir sin que el poeta se lo dicte. Así lo decía en “Himno a la tristeza”:
Grato ha de ser aniquilarse,
marchitas en los labios las delirantes voces.
Sin embargo, aunque todo sea inútil, porque el tiempo todo lo devora creando más nada, que es, al final, lo que hará el tiempo, crear más nada; aunque nada consuele, porque el tiempo –la certeza destructora de la muerte- acrecienta su voracidad aniquiladora nutriéndose de más vidas (como el agua del agua llorada por los hombres); aunque es mejor no rehuir esta certeza, Dios va a tener que escuchar alto y claro lo que el poeta ha de decirle. Con la muerte del hombre, con la lapidación del ser humano, quedan dilapidadas la belleza, la verdad y la justicia, sin las cuales ¿quién se acordaría de Dios? Nuevamente la hermosura, la verdad y la justicia unidas en un mismo verso cuyo verbo es “murieran” y que se dirige a un Dios al que llama Tú.
Pocas veces tanto abismo se ha alzado ante nosotros como en el final de este poema, "La visita de Dios".
Lo dicho entre los íntimos hay que decirlo públicamente cuando versos así nos empujan a no callarlo. Y es esto: que cuando el poema mira a Dios, la dimensión de las palabras crece. Crece hasta la dimensión y el eco del mayor de los ateísmos. Crece hasta el más razonado agnosticismo. Yo lo he visto claremente en Cernuda.
Viven y mueren a solas los poetas –dijo-. Son inútiles sus vidas y sus muertes –esto ya no lo dijo él-. Pero mejor es asumirlo, porque la libertad que dimana de ello –esa sí, la libertad independiente de la vida y de la muerte- es quizá lo único que en poesía merezca el adjetivo útil. Y necesario.
(…)
Pero a ti, Dios, ¿con qué te aplacaremos?
Mi sed eras tú, tú fuiste mi amor perdido,
mi casa rota, mi vida trabajada, y la casa y la vida
de tantos hombres como yo a la deriva
en el naufragio de un país. Levantados de naipes,
uno tras otro iban cayendo mis pobres paraísos.
¿Movió tu mano el aire que fuera derribándolos
y tras ellos en el profundo abatimiento, en el hondo vacío,
se alza al fin ante mí la nube que oculta tu presencia?
No golpees airado mi cuerpo con tu rayo;
si el amor no eras tú, ¿quién lo será en este mundo?
Compadécete al fin, escucha este murmullo
que ascendiendo llega como una ola
al pie de tu divina indiferencia.
Mira las tristes piedras que llevamos
ya sobre nuestros hombros para enterrar tus dones:
la hermosura, la verdad, la justicia, cuyo afán imposible
tú solo eras capaz de infundir en nosotros.
Si ellas murieran hoy, de la memoria tú te borrarías
como un sueño remoto de los hombres que fueron.
http://cultura.elpais.com/cultura/2013/11/04/actualidad/1383594006_759668.html
http://www.abc.es/cordoba/20131105/sevp-exiliado-moral-20131105.html
http://cultura.elpais.com/cultura/2013/11/04/actualidad/1383595664_888828.html
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