Jun
Ya ves...
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Hoy he almorzado con Vicente Gallego. Era mi despedida de Valencia por este año y esta forma de acabar era el postre. Entiendo que esto puede parecer una chorrada a quienes no estén familiarizados con el mundo literario. Pero quienes sepan lo que Gallego ha representado en las últimas dos décadas poéticas me comprenderán fácilmente.
La cuestión es que Vicente acaba de finalizar un libro en el que ha estado embarcado tres años. No es un libro de narración, no es ensayo, no es espiritualidad al uso, no son poemas. Es un libro inclasificable, por fortuna y para desorientación de aquellos que buscan clasificarlo todo en géneros, estilos o corrientes.
La cosa es que Vicente ha ido enviándome capítulos de esta obra y los hemos ido comentando. Ya finalizado, le ocupa más de 300 páginas a un espacio y bien apretado. Lo cual, llevado a la imprenta, hace que pueda tratarse de un libro de más de 500 páginas.
Cuento esto porque él me da permiso. Incluso no tiene inconveniente en que el libro corra por ahí en fotocopias: no le pertenece -dice- no siente celo alguno por sus derechos. Le ha sido regalado y así lo ofrece él.
La cuestión es que lo ha presentado ya a algunas editoriales de las más importantes en nuestro país. Alguna de ellas –muy conocida- le respondió que es una editorial atea y que, en principio, no tenía cabida en ella. Pero claro, las cosas como son: comentábamos que los editores son astutos –al menos en este caso deberían serlo-. Por eso, conocida como es la trayectoria de Vicente, deberían darse cuanta de que la promoción está servida: el chico malo, el poeta gogó de discoteca, el que ha cantado el cuerpo humano embutido en cuero negro o en seda erizada de placer…, el poeta que –esto era parte del personaje público- se ha fumado todo lo fumable…, que ha sido el más pagano y descreído; que, cuando le preguntaban sobre la inspiración poética, respondía sobre el coito…; que acudía a recoger sus premios enseñando cuerpo tatuado… Que ahora ese poeta se descuelgue con un libro místico y religioso, pero no al modo superficial y esotérico de moda, sino de una forma erudita, compleja, profundísima, admirable…, eso, eso mismo, garantiza ya la provocación y la consiguiente promoción del libro. Si yo fuera el editor, no dejaría escapar la ocasión. Incluso los que no le perdonan a Vicente el giro que ha ido dando en sus últimos poemarios buscarían el libro.
Hoy hemos hablado mucho: de la nada de Eckhart, de teología negativa, del fondo infundado que nos sustenta, de la mística sufí, de lo accesorio de todo en esta vida, del desprendimiento total… Sin embargo, después de despedirnos, de vuelta al convento, me he dado cuenta de que había perdido el móvil. Y he vuelto a la pedestre realidad. Me sentía perdido y angustiado. ¡Qué vergüenza!: estaba en las antípodas de todo lo que habíamos hablado. ¡Y sólo por perder un móvil! De nada valían mística, desprendimiento, esencialidad, sufismo, conciencia de la muerte…
Ya ves. Nuestra dura terrenal verdad, a la que nos enfrenta un simple móvil desaparecido.