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Viriditas
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Fuego, agua, calor, viento, pájaro, vino…Y una imagen más que recientemente he encontrado. Quien la utiliza no siempre la asocia al Espíritu Santo. Pero tampoco podemos decir que no se trate del Espíritu Santo. Es la palabra viriditas.
Se trata de una de las imágenes más importantes en los escritos de Hildegarda von Bingen. La viriditas, o el poder de enverdecer, es una palabra latina que ella inventó -(bueno, no, pero casi)- para expresar el poder fertilizante de la divinidad, que crea, alimenta, alienta, vitaliza, vigoriza... Viriditas es el florecimiento primaveral que anima la creación y que también despierta la fuerza vital en los seres humanos. Como explicó en un sermón en la catedral de Colonia, sin viriditas todo se torna yermo y marchito:
Él Quien lo ha creado todo mostró el testimonio de los testimonios en todas Sus obras, para que cada cosa creada se hiciera presente… Pues el sol es como la luz de Sus ojos, el viento como el escuchar de Sus oídos, el aire como Su fragancia, el rocío como Su gusto, emana viriditas como Su boca… Si las nubes no tuvieran fuego y agua, no habría vínculo firme, y si la tierra no tuviera humedad y viriditas, se derrumbaría como las cenizas…
En otros lugares, habla de la viriditas referida al dedo enverdecedor de Dios (O viriditas digiti Dei), lo cual ha suscitado en algún comentarista la idea de intentar un metafórico rotacismo fonético que cambie la d por l y hablemos de la virilitas de Dios. Entonces el Espíritu sería la virilidad de Dios, su poder viril vitalizador.
Sin embargo, este juego de palabras nos perdería de vista la vertiente femenina del Espíritu (Ruah, espíritu en hebreo, es una palabra femenina).
En todo caso, florezcamos con la viriditas Dei en este Pentecostés y con la música de Hildegarda, quien, además, era una excelente compositora.