Ene
Vida literaria
1 comentariosAl día siguiente de la presentación en Granada de su excepcional “Insectario”, Jesús Montiel escribía en su muro:
“Yo era más joven y codiciaba publicar muy pronto, ser reconocido, y así se lo expresé.
Entonces Miguel d'Ors, al otro lado de la mesa, me dijo ese día en su despacho lo siguiente:
—La vida literaria son muchos recitales y muchas conferencias y muchas amistades interesadas y muchos elogios en muchas reseñas. La literatura una mesa y folios y mucha constancia.
Hoy, luego de haberme fiado de su consejo, no tengo nada que reprocharme ni libros de los que arrepentirme demasiado. Y los amigos que tengo, casi ninguno, son de verdad.”
Supongo que en muchas otras vocaciones de la vida ocurre de forma similar, pero en la artística, dada la complejidad de factores que inciden en la recepción y valoración de la obra de arte, el fenómeno es frecuente.
Por lo que respecta a la literatura, se puede estar presente en muchos actos, aparecer en numerosas revistas, reseñas, presentaciones, manifiestos, recitales, antologías, y dar la impresión de tener una obra muy importante (y, por supuesto, un talento incuestionable). Pero, en realidad, lo que cuenta y lo que queda es algo que decidirán sólo el tiempo y las lecturas, una vez despejado el cúmulo de factores de eso que Montiel llama “vida literaria”.
La realidad nos muestra que autores excepcionales apenas se mueven en esa vida pública. Y que, por otro lado, la aludida presencia literaria, vista un poco desde dentro, esté influenciada por una especie de habilidad a la hora de establecer contactos: te invito a participar en un acto y me invitas a tal otro, te reseño y me reseñas, te cito en mi página y me lo devuelves en tu medio. Claro: esto nunca se explicita tal cual, es como una red de intereses invisible. Pero funciona.
Y también, muy honrosamente, encontramos casos de verdadera honestidad crítica y de una generosidad inusitada a la hora de valorar y dar cancha desinteresada por el mero hecho de celebrar y compartir lo bueno sin esperar nada a cambio.
Pero en fin, una cosa no quita la otra. La parte más triste del aspecto impostado al que nos hemos referido estriba en que, realmente, un autor puede perder la perspectiva de sí mismo. Por un lado, confundir el valor de su trabajo con la apreciación interesada del mismo. Por otro, vivir más de la inmediatez del reconocimiento que de la labor paciente, concienzuda y cada vez más exigente. Finalmente, como apunta el comentario de Jesús Montiel, acabar pensando que tienes multitud de amigos cuando en realidad pocos lo son sinceramente.