Sep
Vicky Cristina Barcelona
0 comentariosEstá muy lejos de ser la mejor película de Woody Allen. No escribo para recomendarla. Pero sí porque va de artistas atrapados en su propia insatisfacción vital. Gente de esa generación sobradamente preparada que, desde pequeños, han aprendido idiomas, música, pintura... Autónomos, desenvueltos, librepensadores, se mueven por todo el mundo en busca de experiencias. Tienen sus propios criterios morales. Viven relaciones sentimentales y sexuales sin a prioris ningunos. Pero en sus vidas, después de cada nuevo ciclo, reaparecen una insatisfacción y una infelicidad de tintes crónicos.
No son los seres angustiados, desesperados, dramáticos de la literatura clásica o existencial. Lo tienen todo. Son brillantes. La vida no es problema para ellos, ellos mismos no son problema para ellos, la sociedad no es problema para ellos... pero la falta de concreción del problema es el problema mismo.
Son esos jóvenes, bien metidos ya en los treinta y muchos años, a los que nos han preparado para conquistar el mundo, sin drama, de buen rollo, con todas las oportunidades, superando los traumas a golpe de autoanálisis, pero incomprensiblemente insatisfechos.
Porque al final, el problema es haber cerrado el horizonte a la trascendencia, olvidando que lo que hace verdaderamente bella la libertad es la posibilidad de comprometerla. Que lo que hace verdaderamente hermoso el conocimiento es la aceptación del misterio que lo trasciende y lo funda. Que lo que hace verdadero amor al amor es su gratuidad y, como decía Balthasar, hasta su inutilidad. Seguro que muchos no estáis de acuerdo conmigo.
¡Ah: y quien lo borda es Rebecca Hall!