Mar
Ver visiones
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No sé si hoy he desobedecido al Espíritu Santo. Tenía que predicar en la Eucaristía comunitaria de la mañana y había pensado unas palabras basadas en la expresión “no sabéis lo que pedís” que dice Jesús en el Evangelio de hoy. Pero durante el canto previo de los laudes, quizá conmovido por la voz del salmista, Vicente Botella, quizá por la fiebre que acarreo desde hace días, he visionado una escena basada en otra frase del evangelio del día, la que, hablando de la subida a Jerusalén, dice: “y Jesús se les adelantaba”.
Era como una visión de las que leemos en autoras medievales y en las que relatan aspectos de la Pasión que ellas veían y revivían. He visto a Jesús con prisa por subir a Jerusalén, feliz de llegar allí donde tenía que culminar su misión, entusiasmado por predicar en el Templo lo que ha predicado en las aldeas, deseoso de curar, de anunciar salvación, perdón, misericordia.., como quien, intuyendo el desenlace de rechazo, pone toda su energía pensando que aún es posible, que está en lo cierto, que hace lo que su Padre quiere.
En mi visión Jesús subía tratando de salvar la inocencia de su instinto más niño: el de quien cree que aún es posible, que va allí donde está el centro de la religión en que ha crecido y aprendido y aún alberga la esperanza de que, seguramente, encontrará quien comprenda su mensaje y vea en él la coherencia con la historia de la salvación que su madre, María, le ha transmitido. Jesús subía con esa emoción que siente quien ha decidido llegar hasta el fondo y, sopesado el riesgo, decide que el sentido de su vida está en seguir adelante.
Veía yo todo esto y lo sentía. El sentimiento de Jesús me embargaba.
Mi exégeta de consulta me dirá que la explicación del versículo es completamente otra. Mi teólogo asesor me hará ver que la interpretación personal y subjetiva de la escena está fuera de sentido coherente. Mi director espiritual tratará con paciencia de hacerme asumir la incompatibilidad de mi vida pecadora con el hecho de ver visiones. Mi sicólogo me mostrará cómo, en vez de sentir yo las emociones de Jesús, mi imaginación ha hecho vivir a Jesús los que son sólo sentimientos míos.
Pero lo que más me duele es que al final he predicado lo que tenía preparado. Y no sé si he obedecido al Espíritu.
Y aún sigo con fiebre.