May
Una noche en Madrid
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El pasado fin de semana, aprovechando un viaje a Madrid, tuve un encuentro con un escritor bastante conocido en el panorama de nuestra literatura, especialmente en el plano poético. Habíamos intercambiado correos y alguna conversación telefónica, pero quedaba pendiente vernos personalmente, a la espera de que algún viaje a la capital lo hiciera posible.
Estaba nervioso, lo confieso, y tenía miedo. Porque su obra, su persona y su experiencia de la vida parecen estar, de entrada, en las antípodas de la mía. Rompió definitivamente con el cristianismo a los 17 años y no ha vuelto a querer saber de la palabra Dios. En su poesía la influencia del cristianismo no está sólo combatida sino también olvidada.
Sin embargo leyó “Actos de amor” y me envió un correo. La del sábado fue una ocasión deseada y, por decirlo sin rodeos, maravillosa. Hablamos y hablamos. Fuimos más allá de los libros y abrimos nuestras personas. La verdad abre caminos insospechados y transitarlos nos conduce al encuentro. La humanidad común nos iguala en la esperanza, el dolor, el amor…, y no olvidemos nunca que el cristianismo, si es algo por encima de todo, es encarnación.
Sellamos nuestra amistad y rubricamos cuanto nos une en la vida. Acabamos paseando por el Madrid nocturno y literario y, de vuelta a casa –me cayó un pequeño chaparrón-, sentí más vivo que nunca lo que me trajo aquí, lo que me hizo dominico.
El diálogo con el mundo decantó mi vocación. Siendo como soy un hombre muy familiar y tímido, mi alternativa fue siempre quedarme tranquilamente en una pequeña parroquia de mi diócesis, cerca de los míos. Sin embargo Dios se sirvió de esta inquietud distinta para llevarme por caminos diferentes.
A veces algunas personas me cuestionan que compatibilice dos vocaciones distintas. Y respondo que de ningún modo: nunca me siento más auténticamente entregado que cuando estoy en estos terrenos alejados de la fe. Cumplo en ellos lo más profundo y arriesgado de mi llamada y de mí mismo. Con más pasión y convencimiento, si cabe, en estos malos tiempos para el diálogo con el mundo.
“¿Y esos riesgos del mundo?” –me replican-. Recuerdo de las lecturas de estos días que la primera carta de San Juan resume la que es la esencia de lo mundano: la codicia del hombre, los ojos siempre ávidos y la arrogancia. De ese tuétano de “mundo” no nos libra la reclusión en una sacristía, la huída hacia el desierto, los más tupidos hábitos. Lo que nos hace impuros está en el corazón. La lucha ha de lidiarsse ahí antes que nada.
Y no hace falta recordar que existe otra acepción de "mundo" en el NT. Aquella por la cual se dice: “tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo”.