Dic
Un Dios salvaje
5 comentarios
Somos más ridículos cuanto más sublimes nos creemos. En más ocasiones de las que advertimos, la cultura no ha conseguido más que envolvernos con una melosa pátina de civismo y frases grandilocuentes o políticamente correctas. Esa es una de las sensaciones con las que se puede salir de esta excelente sátira para con la sociedad bienpensante.
Dos matrimonios se reúnen para abordar la pelea que han tenido sus dos hijos, una reunión en la que ambos matrimonios ponen toda su intención conciliadora, educada y sensata pero que deriva en una confrontación que desnuda mordazmente sus personalidades hasta dejarlas sin un trapito de convencionalismo con el que cubrir sus vergüenzas.
Estamos ante sólo cuatro personajes y ninguno cerrado sobre un único estereotipo. Comienzan siendo una cosa y acaban en su contraria. El más irritante, desde mi punto de vista, es el interpretado por Jodie Foster: una mujer inteligente, “evolucionada”, comprometida con el mundo y con la educación de sus hijos, sensible al arte, pero en quien todo esto resulta ser tan sólo una construcción, cívicamente admirable, que le impide reconocer las cosas como son en realidad, en su ritmo normal, con su dosis de violencia natural. Al final es la única que llega a las manos.
Me gustan especialmente las interpretaciones de los maridos -espléndido Christoph Waltz-. Geniales en su frialdad, como si el papel y lo que allí se dirime y se representa les importara un bledo, lo que les otorga a sus personajes ese verdadero punto de credibilidad que sólo se consigue estando más allá de la interpretación y del abordaje concienzudo de un personaje.
La grandeza de la película reside en el guión, que reproduce fielmente la obra teatral de Yasmina Reza. Lo que demuestra que en el cine todo es perdonable excepto el guión. Éste es hilarante y serio, horada en cuestiones importantes sin salir de la trivialidad de las cosas, rotundo y ágil a la vez, inteligente y superficial, rítmicamente perfecto.
El mérito del director consiste en desaparecer, en dejar hablar a las cosas sin impronta de sí mismo y sin discurso artístico alguno. Es lo más difícil en arte. Y en la vida misma.