May
Techo y comida
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Sin embargo, hay una historia que contar y un mensaje comprometido que trasmitir. “Techo y comida” se limita a reflejar el día a día de una joven madre y su hijo en los límites de la supervivencia a los que la crisis económica ha llevado a tantas personas.
No tiene trabajo, no puede pagar el alquiler y hay amenaza de desahucio. No tiene para comer. La cena de todos los días son salchichas de oferta -tres euros 6 paquetes- y, cuando llega el cheque comida, una hamburguesa y patatas suponen un banquete. Le han cortado la luz, le han cortado el agua y la escena final nos deja los ojos pegados a la incertidumbre imaginando -o temiendo- cómo será su futro más inmediato.
Tampoco hay música, no hay iluminación especial. No hay de nada, sólo talento narrativo y, como todo el mundo sabe, una actriz, Natalia de Molina, que, en estado de gracia -o de desgracia-, acaba difuminando los límites entre película y realidad.
Cercana a veces al documental, la cinta incurre en algunos defectos notables. Se nota cuándo se cuenta la verdad o cuándo se recurre a un cliché. Lo siento, debo haber estado en los lugares erróneos, pero en ninguno de los comedores sociales que conozco he visto que se pida “rezar” a quienes acuden. Tampoco he visto a nadie cantando flamenco mientras rebusca en un contenedor de basura. Ya, ya…: hay cosas que se quieren decir, relaciones que se quieren sugerir, pero cuando nacen de una intención más intelectual que vital, en películas tan desnudas como esta, salta a la vista. Captamos la intención, pero la cinta pide al espectador también una mirada sincera y en ese juego entramos.
De todas formas, insisto: hay talento, hay algo que decir desde dentro y se dice muy bien. Hay compromiso y exigencia artística. Juan Miguel del Castillo, su director, tiene voz propia y arriesga. Ello justifica sobradamente los peros. Incluso el escaso presupuesto se convierte en un aliado, en una parte más del argumento y del estilo. Como en poesía, decir más con menos también en cine reconcilia la ética y la estética. Porque sin verdad no hay belleza y decir cosas bonitas no siempre es un acto hermoso.