Jun
Si Dios quiere
0 comentariosComo película no es gran cosa, más bien es una mala película. La comedia italiana “Si Dios quiere” parte del conflicto que se desata cuando el hijo de un prestigioso cardiólogo marxista comunica a toda la familia su intención de ingresar en un seminario para hacerse sacerdote.
Pensamos que este será el argumento principal, tratado con un humor que, sin ser demasiado fino, recurriendo incluso a gags previsibles, resulta efectivo y nos arranca unas cuantas carcajadas. Pero a mitad del metraje la atención se traslada a la amistad que el médico entabla con el sacerdote a quien este acusa de responsable de la vocación de su hijo. La cosa es sencilla: el padre del muchacho vocacionado trata de acercarse al religioso que ha influido en su hijo para encontrar algo en su vida con lo que desacreditarlo e impedir así que el joven siga adelante con su intención de entrar en el seminario.
El giro de guion viene a poner de manifiesto una realidad no menos interesante. La de esa generación que un día tuvo ideales comprometidos social y políticamente y que, con el paso del tiempo, ha acabado vistiendo trajes a medida de 1.200 euros y un día, muy a pesar suyo, se da cuenta de eso que José Emilio Pacheco retrató en dos versos: “Ya somos todo aquello / contra lo que luchamos a los veinte años”.
Cuando el hijo expone que antes se sentía perdido, que nada le importaba, pero que ahora tiene ilusión, ha encontrado algo que le hace feliz, los miembros de la familia parecen lanzarse en busca del sentido de su propia vida. La madre, que fue activista en los 70, de repente quiere revitalizar sus ideales, dejar de ser la mujer florero que organiza cenas glamurosas y adopta telemáticamente niños en África, para implicarse en los movimientos sociales tan ahora vivos en Italia como en España. Claro, que todo le quedará un poco grande; está desfasada y fuera de lugar. La hija mayor, que tiene pocas neuronas y es muy pija, se anima a leer el Evangelio y, tras prepararse un batido, ponerse sombrero, bronceador y mullidos cojines -está tan ilusionada que no quiere que nadie le cuente el final de la historia de Jesús de Nazaret-, se atasca en la primera página de lectura.
El cura es simpático, carismático, inteligente y está interpretado por Alessandro Gassman. Así es fácil ¿quién no quiere ser como él?
Pero estamos ante una comedia italiana y, la verdad, dentro del buen momento que vive el cine italiano, hasta una película tan flojita como esta tiene su aquel. Porque, más allá del arranque a propósito de la vocación religiosa -que podría haber dado más juego afinando los chistes o diferenciándose de una mera serie de videoclips cómicos-, aparece por aquí uno de los problemas de fondo de nuestro tiempo: las contradicciones que nos llevan a ser marxistas de filosofía, capitalistas de cartera, clasistas con el servicio, solidarios a distancia y, en fin, seres perdidos en nuestro laberinto de inercias.
Es el vacío de ideales, el olvido de las razones y las pasiones que nos movieron un día, la ausencia, al cabo, de algo tan imprescindible como la vocación y la esperanza lo que está al fondo de esta comedia.
Vale la pena verla, reírnos un poco de nosotros mismos -buen principio para cambiar- y pensar en la vida, la muerte, la fe y nuestras contradicciones, aunque sea en plan palomitas y refresco, pues no siempre hay que estar cultos, estupendos y metafísicos.