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Serán las madres las que digan: basta
4 comentariosHa habido sobre exposición mediática y algunas cadenas de televisión han traspasado los límites de la ética periodística convirtiendo el trágico suceso en un espectáculo sobre el que se vertían todo tipo de bulos, comentarios banales, informaciones falsas y detalles morbosos que inmoralmente buscaban audiencia.
Por ello, lo importante es quedarnos con la altura moral de Patricia, la madre del pequeño Gabriel, con su grandeza de espíritu al pedir que tras el dramático asunto no quede sentimiento alguno de rencor, venganza u odio, pues los hechos demuestran la generosidad de la gente, la capacidad de entrega solidaria y desinteresada para ayudar: hay más personas buenas, inmensamente más e inmensamente más buenas, y, por lo tanto, no hay que darle al mal y sus agentes el protagonismo que no merecen.
Todo el dolor de esta madre se convierte en un mensaje en el que la apuesta por el bien y la necesaria actuación de la justicia encuentran su lugar propio sin detrimento la una de la otra.
La rabia, por más comprensible que sea, no puede ofuscar la recta razón, la mirada clarividente, especialmente a la vista de esta ola de solidaridad y ayuda que ha movilizado a miles de personas. Y es la mirada de esta madre, Patricia, la mirada de la parte más afectada de todas, la que nos deslumbra con su serenidad de fondo y con esa sabiduría del corazón que va más allá del dolor.
Quizá sea oportuno este poema de Ángela Figuera. También ella perdió un hijo. Parece que estos versos llegan como rocío al alma en estos días. ¡Ah!: y dejemos las redes sembradas de girasoles, como Patricia ha pedido.
Serán las madres las que digan: basta.
Esas mujeres que acarrean siglos
de laboreo dócil, de paciencia,
igual que vacas mansas y seguras
que tristemente alumbran y consienten
con un mugido largo y quejumbroso
el robo y sacrificio de su cría.
Serán las madres todas rehusando
ceder sus vientres al trabajo inútil
de concebir tan sólo hacia la fosa.
De dar fruto a la vida cuando saben
que no ha de madurar entre sus ramas.
No más parir abeles y caínes.
Ninguna querrá dar pasto sumiso
al odio que supura incoercible
desde los cuatro puntos cardinales.
Cuando el amor con su rotundo mando
nos pone actividad en las entrañas
y una secreta pleamar gozosa
nos rompe la esbeltez de la cintura,
sabemos y aceptamos para el hijo
un áspero destino de herramienta,
un péndulo del júbilo a la lágrima.
Que así la vida trenza sus caminos
en plenitud de días y de pasos
hacia la muerte lícita y auténtica,
no al golpe anticipado de la ira.
¿Por qué lograr espigas que maduren
para una siega de ametralladoras?
¿Por qué llenar prisiones y cuarteles?
¿Por qué suministrar carne con nervios
al agrio espino de alambradas,
bocas al hambre, sombras al espanto?
¿Es necesario continuar un mundo
en que la sangre más fragante y pura
no vale lo que un litro de petróleo,
y el oro pesa más que la belleza,
y un corazón, un pájaro, una rosa
no tienen la importancia del uranio?
Ángela Figuera Aymerich. “Rebelión” (El grito inútil, 1952)