Ago
Ser y amor
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Estos días de verano son propicios para mirar desde una perspectiva distanciada los momentos más significativos del pasado curso.
Vienen a mi cabeza algunos versos de “Actos de amor” y trato de cerrar ese capítulo poético con un cortafuegos a veces inútil. Se quería allí verso, entre otras influencias, la afirmación de Balthasar según la cual ser y amor son coextensivos. Con cierto desenfado playero, de forma un tanto alucinada por los baños de sol, magullo si es cierto eso de que nuestro ser queda irreversiblemente marcado por el amor. Y como para mí amor es siempre alteridad, me pregunto, sin excesivo rigor, si la vida de los otros cala hasta la esencia de nuestro ser.
Más por fortuna que por desgracia concluyo que sí. Unos ejemplos.
Nos nacen, no nacemos.
En un orden ya personal, mi vida ha quedado determinada, sin retorno, por el nacimiento y el crecimiento de Emmanuel. De alguna forma la trastoca; no en la dirección de un desvío de su órbita, sino en el sentido de llevarla auténticamente a lo que es, a lo que está llamada a ser desde lo que era. Cuidar de él, acompañarlo en la maratón de la vida, empujarlo a su misma e inintercambiable persona, son aspectos que me definen ya. No me son un accidente.
Otro ejemplo. La separación de una vida, la imposible recomposición de una relación, permanece en nosotros como por vía negativa, a manera de vacío definidor de lo que somos. Casi casi una ausencia metafísica que se instala en lo que habremos de ser. Porque somos, también, lo que ya jamás será. Algunas ausencias son tan profundas que quedamos convertidos nosotros mismos en una especie de ausencia.
En estos ejemplos la vida de los otros es la nuestra. Me atrevería a decir que hasta lo es con intolerable arrogancia, si no fuera porque conceder intolerancia a este aspecto no haría sino instalar en nosotros mismos una intolerancia a nuestra propia realidad. Aparte, claro está, de ser un error, porque nada hay tan hermoso como esa inevitable coexistencia del amor con la esencia que de otro modo no seríamos.
Es este el camino de la verdad y la belleza. Encuentra, en cierto modo, un paralelismo con la encarnación, la cual, a su vez, no revela sino la esencia verdadera de Dios: hacerse existencia para los otros porque desde siempre era alteridad. Descubrirlo es la fuente de la paz y de ese motor de creación inagotable que es la costumbre de trato con el misterio.