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Blog El atril

Fray Antonio Praena Segura, OP

de Fray Antonio Praena Segura, OP
Sobre el autor

1
Nov
2016

Sentimentalismo y muerte

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No es este un blog de teología. Nació como espacio para el arte y la cultura en su relación con la fe cristiana. Por eso a veces hay que transitar el puente en ambas direcciones. Esta vez, partamos de Instrucción Ad resurgendum cum Christo, donde la Congregación para la Doctrina de la Fe recuerda -no inventa nada: simplemente extrae algunas consideraciones- algunos aspectos respecto a la sepultura de los difuntos y la conservación de las cenizas.

Hay que tergiversar mucho las cosa para anunciar, como algunos medios han hecho, que este documento prohíbe la cremación. Se deja bien claro: la iglesia no prohíbe la cremación. En nada contradice ésta la fe en la resurrección de los cuerpos, que no es una creencia infantil en una reviviscencia burdamente materialista de tejidos y huesos.

El fondo del documento -y es lo que me importa- viene al caso de la que es la más sincera y sencilla fe cristiana: el cuerpo no es cualquier cosa. El cuerpo es digno fruto de la mano del creador y con dignidad ha de ser recordado y venerado, porque en ello no sólo damos cuenta de la que es nuestra esperanza final sino del que es nuestro modo de estar en la realidad y en el mundo.

Y en ese sentido, no todo vale; al menos, no todo expresa adecuadamente la que es la esperanza cristiana y su fe en la dignidad corporal y en la creación misma.

Mis amigos poetas -mis amigos más amigos de tantas horas de belleza- ya estarán poniéndome a caldo. (Nos queremos porque, en el fondo, nos encanta pensar distinto en tantas cosas). Pero no, no somos, en instancia última, polvo que se pierde en el polvo. No somos tampoco absurdo y nada que hay que disolver en nada. No somos sólo y resumidamente parte de la mar, ni del aire ni del fuego, por más estético que resulte. Somos todo eso porque somos mucho más, analógica e incalculablemente más. Y esa forma de entender la muerte no puede estar ausente en nuestra forma de entender la vida y de hacer presente la muerte en nuestra vida.

Nuestros ritos son símbolo y son realidad. Y mucho más habría que decir respecto a ciertas modas, porque no pocas veces son razones de bazar esotérico y sentimentalismos más bien cursis y hasta insanos sicológicamente, los que nos llevan a custodiar en el salón la ceniza con las urnas del ser querido, a repartirlo entre familiares o a convertirlo -reducirlo- en una joya, un colgante, un anillo de recuerdo. No me hace gracia alguna pensar que mis restos, mis cenizas, acaben convertidos -precio caro- en un brillante colgando en un escote.

En este punto, prefiero las razones del ateo coherente que las inconsistentes retóricas que afirman que nuestros seres queridos muertos nos acarician con el ala de la mariposa, con las flores de buganvilla de la terraza o con el arco iris. Más respetable me parece el ateo que nada tiene que teorizar a este respecto por coherencia con sus ideas que quien se refugia en vagos sentimentalismos sincréticos. La inteligencia es más digna que todo eso.

Una estética del respeto y la coherencia exige no banalizar algo tan serio como la muerte. Porque nuestra relación con los muertos en el fondo habla de nuestra relación con la vida y, en última instancia, deja su huella en nuestra relación con los vivos, nosotros.

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