Dic
¿Quién nos salvará de Santa Teresa?
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Dadme muerte, dadme vida;
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Santa Teresa de Jesús
Las mujeres podían dar placer, podían dar hijos pero no podían dar palabras. “Porque la mujer es defectuosa y mal nacida, no debe enseñar ni tomar autoridad frente al hombre”. ¿Podía una mujer pretender reformar una orden de frailes? Lo suyo es hilar.
Con todo, la acusación principal contra Teresa es la de practicar e incitar a la oración mental. ¿Qué significa esto de “mental”? Significa guiarse en la oración por el pensamiento hasta más allá del pensamiento. Es decir, para Teresa orar no es cosa del entendimiento, sino del corazón, que está más allá. Pero lo peligroso en ella es su defensa de guiarse libremente por la mente, por el diálogo interior con Jesús, aparte y fuera de las fórmulas oracionales establecidas, hasta llegar a un estado de sólo estar amando con Aquel que nos ama. Conducirse según el diálogo interior, la conversación amorosa con Jesús, suponía riesgo de extravío. Era, en el fondo, una desconfianza en la libertad y capacidad del entendimiento para entablar una conversación con Dios fuera de las palabras y las fórmulas prefijadas. Y ese riesgo lo era más para las mujeres, privadas de la inteligencia y formación teológicas suficientes.
Y luego estaba el resto, porque el itinerario mental tan sólo era camino para adentrarse en el amor. Y eso sí que es peligroso, ya que en el amor son imposibles los controles. Máxime cuando para Teresa este no es un amor abstracto, indeterminado, sino encarnado, el amor recíproco entre el Jesús hecho hombre y el alma suya. Humano demasiado humano. Peligro por todas partes.
Lo siguiente es su reflejo en la escritura: esa palabra suya tan sincera, esa franqueza y frescura, esas imágenes tan vivas. Literatura terriblemente bella, donde terrible significa amenazante por su instintivo realismo, su coloquialidad terrena, su vívida cercanía, su pasión en castellano callejero.
Si en su tiempo no faltó quien la tachara de vulgar, lo que hoy inquieta es otra cosa, algo frente a lo que nuestro tiempo se ve obligado a oponer resistencia. Me explico con palabras de otro: decía Francisco Umbral que a Teresa en su época no se le perdonó ser mujer y nuestro tiempo no le perdona que fuera monja.
Nos cuesta aceptar que una biografía y una palabra así surjan de un centro, una experiencia y un amor que no existen. A la vez que admiramos el torbellino de su personalidad, la intensa luminaria de su prosa y su verso, así como la belleza de su experiencia, nos vemos obligados a negar lo que la mueve, lo que la hace posible, lo que la sustenta y la desborda y nos desborda. Y ese epicentro no es otro que el amor a Dios. Amor que, porque no entendemos, negamos. Porque no sentimos, despreciamos. Y vienen entonces todas las perífrasis y explicaciones que, ayudándonos incluso a comprenderla desde ángulos necesarios, sin embargo nos privan de ella misma, de su más vivo fuego, de su corazón encendido de amor. ¿Cómo puede una palabra decir el amor de Dios? ¿Quién nos protegerá de esa incandescencia?
Es pecado ser una mujer ambiciosa, pecado hablar a Dios sin melindres, pecado ser una escritora en cuya palabra toma cuerpo la presencia del absoluto. Y ahora sí, ¿quién nos defenderá de su belleza?
Esta semana tendrá lugar un ciclo dedicado a Santa Teresa en la Cátedra García Lorca de la Universidad de Granada en conmemoración del V Centenario de su nacimiento. No faltará quien se extrañe. Pero si pienso en Federico y en Teresa, veo amor, persecución y asombro transformado en belleza ante lo que siempre será maravilla.