Mar
Prepárate para vivir
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La semana pasada me regalaron dos entradas para escuchar la Sinfonía nº 2 de Mahler, conocida como “Resurrección”. Se trata de un grandioso himno con párrafos como: “¡Resucita, sí, resucitarás, / polvo mío, tras un breve descanso” y “¡Deja de temblar!/ ¡Prepárate para vivir!”.
El despliegue sinfónico es colosal, incorporando todos los recursos corales y orquestales y hasta desbordándolos, pues en el momento de máxima elevación hay incluso intervenciones fuera de escena, para lo cual se abrieron las puertas de la sala de conciertos y, desde los aledaños, llegaban sonidos de percusión y viento interpretados en los pasillos del Palau por instrumentistas allí situados. Mahler recurre a la máxima expresión para cantar la resurrección: solistas vocales, un gigantesco coro mixto, el mayor número posible de instrumentistas de cuerda, quince de viento madera, veinticinco de viento metal, siete percusionistas, dos arpas y órgano. Más los citados elementos fuera de escena. Verdaderamente subyugante. Y todo por la resurrección.
En ese momento recordé un correo recibido esos días. Se trataba de la respuesta de un poeta bastante profano al mensaje encadenado que yo había mandado a diversos escritores y amigos pidiendo sugerencias para el seminario que quiero dar el año que viene, titulado “Dios en la poesía contemporánea”. Este poeta y amigo laico y de paganos versos me sugirió una serie de autores del s. XX pertenecientes a la izquierda intelectual. Y añadía: “verás que la izquierda del pasado siglo no era tan cateta como la de ahora”.
No entro a valorar el comentario. Pero, viniendo de quien venía y recordándolo yo con la “Resurrección” de Mahler arrebatándome, comprendí que, sin ciertas realidades capitales del cristianismo, como la resurrección, no se pueden entender expresiones máximas de la música y la poesía occidental.
Eso, más o menos, quería decir mi amigo pagano, heterodoxo y poeta.