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porque mi oficio es sólo el mirar Vuestra Obra
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Lo encontré, me emocionó y pensé: quiero contarlo.
Desde hace unas semanas me acompaña la Poesía completa (1940-2008) de Pablo García Baena. En ella he encontrado un poema dedicado a fray Rafael María Cantueso O.P. Rafael Cantueso fue un dominico cordobés a quien conocí, aunque no sabía yo por entonces de su amistad con Baena ni él de mi voluntad poética. Ahora es tarde para compartir ese vínculo. En una ocasión dijo García Baena que el Padre Cantueso fue quizá uno de los que mejor comprendió su obra y su persona. Por eso, encontrar en uno de los pocos clásicos vivos de nuestra poesía -y uno de mis preferidos- un poema tan hermoso dedicado a un hermano mío me emocionó. Quería contarlo y es lo que hago. Y me callo ya, que el poema es largo.
LOS QUE UN DÍA OS LLEVÁSTEIS
A fray Rafael María Cantueso O. P.
Los que un día os llevásteis*, Señor, ¿qué hacen ahora?
Sí, ya sé que tenéis un estrado lujoso
donde en sofá de rojos querubines ardientes
dialogáis altamente las Tres Santas Personas.
Y el escabel de luna de la Virgen María
y la fronda de solios, de tiendas, baldaquinos,
donde, bajo el granate del vellorí, los Santos
reciben coronados al Esposo de Sangre.
Sí, ya sé; pero nada sabemos los mortales
y Vos lo sabéis todo. ¿Qué hacen, Dios, ahora?
¿Olvidaron por siempre sus terrenales patrias?
¿No recuerdan? ¿O temen escuchar en la noche
el gradual suspiro de la tierra girando?
¿Oyen las campanadas, las trompetas, el sordo
combate de los besos, la voz de los responsos?
¿Y no echarán de menos la gloria que termina,
la gloria de los días como la del olivo
bajo la pesadumbre de la muela del sol?
¿Tenéis a Vuestra Diestra a aquel joven suicida?
¿Y aquel que por los vagos coliseos de la noche
su soledad arrastraba como un ala, comprando
con monedas de angustia un símil del amor?
¿No piensan? ¿Son ajenos a ellos nuestros gritos,
nuestros cantos y el rezo tenaz de letanías,
como la espesa lluvia en torno al mausoleo?
Tal vez en Vuestra Inmensa Sabiduría, Vos
que sabéis que son niños, como asustados niños,
les daréis una sombra, un aroma o palabra
que les recuerde aquello que en un alba dejaron
precipitadamente: una gubia de oro
para tallar mi padre los celestes alerces,
un confuso rumor de aguas vivas cayendo
desde Generalifes de luna a Federico,
a mi madre una larga tarea de pespuntes,
al labrador la comba granazón de la espiga,
al leproso una carne de mármol y violetas
y un faisán como arpa vibrante de color
al estancado asombro de los ciegos extáticos.
Si alguna vez llegara, cumplidos ya los días,
con las manos tendidas como alfolí vacío,
a la última grada de Vuestro Sacro Estrado,
por el umbral dejadme, desde donde yo vea
un camino de tierra, una higuera sedienta
y, a la rosa del véspero, una voz campesina:
porque mi oficio es sólo el mirar Vuestra Obra.
* Transcribo la acentuación tal cual aparece en la edición.