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Por puertos y cunetas
5 comentariosA Pablo le sentaron mal aquellos comentarios. -Son unos retrógrados y unos cursis –pensaba de vuelta al piso. Si de ellos dependiera, un poema no sería más que una sarta de rosas ripiosas y alegres claveles. -Pero, bueno, y a mí qué; que escriban como quieran. Esa tertulia huele a naftalina. Siempre dando vueltas a los mismos lugares comunes.
En el fondo a Pablo no le daba igual:
-Una cosa es que no se enteren y otra que su sensibilidad acartonada sea la medida de lo que un poema puede y debe decir.
-¿Por qué no hablar de las cunetas, de los puertos oxidados? ¿Qué se creen que hacía San Juan de
-¿Acaso no se han dado cuenta de cómo Federico, el rojo, el homosexual, el egocéntrico, vale,... cantó como nadie, en su Oda al Santísimo Sacramento, el contraste entre la pureza admirada y anhelada de Cristo Sacramentado y la brutalidad violenta, banal, ciega y obscena del mundo circundante... precisamente porque lo dijo con otras palabras, otras imágenes?
-¿Y cómo les digo que poner en verso las cunetas, los arrabales, las plazas de barrio, los polígonos industriales... es una forma de buscar decir el mundo en su totalidad, buscar los túneles internos -porque existen y alguien tiene que encontrarlos, si el mundo, de verdad, es una unidad de destino- que han de unir el cielo con la tierra...?
Cuando llegó por fin al piso, Pablo ya había exorcizado en parte su cabreo. Quizá porque en los pensamientos del camino lo había ido comprendiendo. Quizá porque sus ganas de ser poeta eran más fuertes.