Dic
Navidad de Amor
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Cada vez más me convenzo de ese axioma literario según el cual la originalidad es un mito. Nada tenemos, nada damos, que no hayamos recibido. Muy poco, tal vez nada, es original. Todo nos llega, incluso para sacar lo que tenemos dentro, desde otras vidas. Y, desde la de mi hermano, me ha llegado qué predicar.
El P. Lobato reflexiona sobre la Navidad como Misterio del amor. Él habla, a su vez, desde S. Agustín y Santo Tomás. Nos recuerda: entre todas las operaciones apetitivas, el primer puesto lo tiene el amor. Déjalo de lado y lo verás; sin el amor no tendrás gozo al conseguir algo que no amas; no sentirás tristeza, si te la causa algo o alguien a quien ya no amas. Si quitas el amor quedan borradas todas las operaciones del apetito, que en buena parte se reducen a la tristeza y al gozo.
Y es verdad. Para mí estos días son como un cuadro de Caravaggio o como una de esas funciones para retocar imágenes digitales: cuando acentúas la luz hasta lo máximo, quedan, a la vez, acentuadas las sombras con una intensidad mayor. La luz desbordante del Misterio de la encarnación me ilumina la vida, pero, al instante, me le acentúan sus sombras. Gozo máximo y percepción, a la vez, de sombras profundísimas en mí y en cuanto me rodea.
Pero, y ahí la belleza, siempre es el sentido de la luz el que explica el sentido de las sombras, las cuales nada serían sin la luz. Por eso -me inspiraba el texto del P. Lobato- entiendo que es que hasta es el amor la causa de la melancolía y de la sombra. Sólo quien no lo tiene no sufre, ya está muerto. Quien no lo tiene se hace insensible a los contrastes. Quita el amor si es que no quieres sentir. Pero ve entonces cosiendo tu mortaja. Y este no es tiempo de mortajas, sino de pañales.
¡Oh sol que naces de lo alto: no me tengas en cuenta el espanto de las sombras; desciende, brilla intenso, irradia. Haz de la mía una existencia claroscuramente intensa, que no otra cosa somos sino amor y para nuestro amor tú vienes!