Ene
Mustafá y su padre
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Es una de esa citas que recuerdas sin voluntad de recordar. Preguntado sobre qué es la pintura, Francis Bacon respondía sin titubeo que pintar es buscar la verdad.
La inspiración poética es también una experiencia de la verdad. No es más que eso, pero es nada menos que eso.
Se ha escrito mucho sobre la inspiración. Teorías las hay miles, y seguirán apareciendo, y ninguna será definitiva, porque la inspiración, unida como está al acto creador, es tan inagotable como ese mismo acto arcano que se pierde en la anterioridad a lo pensado.
Pero es eso; saber la verdad, una verdad en la que aquello que experimentamos y el modo de experimentarlo coinciden. Lo que estás conociendo en ese instante se abre camino para ser dicho. La manera de decirlo está naturalmente unida y provocada por lo que estás experimentando.
Por ello, en el arte, en realidad, no hay diferencia entre sentimiento y conocimiento. Estamos ante un sentimiento que se hace conocer; es una expresión comprensible de algo que estaba más allá de lo comprendido y ahora, sencillamente, se hace verdad alumbrada, comunicable. La esencia del arte es la comunicación de la verdad.
Me alegra haber descubierto por otras vías que la inspiración es la contemplación y la revelación de la verdad. Y que, una vez hecho esto evidente sin forcejeo alguno, cultivar el arte es una forma de entrega a la verdad.
Cuanto ocurrió, lo sabes, y basta. Nada o muy pocas cosas pueden disuadirte de alejarte de ello, porque entre la verdad y tú se signa una especie de sintonía, una comunión, una claridad que supera las cuestiones por el sentido, por la verificación y por ti mismo.
Digo esto porque algo de eso ha ocurrido. ¿Una inspiración radical? ¿Un acto en que los fundamentos quedan retratos como en una radiografía? ¿Una revelación cuyo contenido incluye al sujeto, lo destruye y lo recrea?
Es mucho más sencillo. En el telediario han dado la noticia de la acogida por parte de instituciones italianas del pequeño Mustafá, nacido sin brazos ni piernas debido a los medicamentos administrados a su madre para combatir las consecuencias de los gases empleados en la guerra de Siria.
El niño ha llegado a Italia con su padre. Allí comienza el futuro de ambos: la dotación de las prótesis que suplan la ausencia de extremidades del pequeño, así como su educación e integración en la sociedad italiana.
Todo comenzó cuando el Festival Internacional de Fotografía de Siena mostraba una imagen del padre de Mustafá, sin pierna también él a causa de un bombardeo, jugando con su hijo. Nadie más orgulloso que el padre y nadie más feliz que el hijo. En esta como en otras imágenes documentales les invade la felicidad más pura. No necesitan más que tenerse el uno al otro. Las adversidades y carencias parecen no contar.
Y ahora, en su llegada a Roma, el niño aplaudía, sonreía. El padre lo porta sobre sus hombros, sobre su regazo. Lo presenta orgulloso, como la cosa más hermosa que existe en el mundo. Un vínculo inmaterial los mantiene en la misma onda de gracia. Todo da igual frente al hecho de tenerse el uno al otro. La alegría de padre e hijo concentran, en un instante simultaneo, incesante y compartido, tantos significados a la vez que podrían escribirse miles de páginas y no se descifraría la verdad que se desprende de ellos, la luz que los sostiene.
Pero me quedo con un descubrimiento tan obvio que ahora manifiesta haber estado siempre ahí. Sé que he tenido en mi padre no sólo la revolución de existir, sino la razón viva de la felicidad de la existencia.
Ahora que no está, su partida hace evidente que no encontraré a nadie que me quiera de la manera que él me ha querido; a nadie en quien confiar con la certeza de la fidelidad que he tenido en él; que me proteja sin fisura como expresión de su misma vida.
Esta imagen revela que la vida de un padre solo puede remitir a la existencia de Dios. Pero también que su ausencia sólo puede remitir a la certeza de Dios. Y que hay felicidad que no es necesario construir ni aguardar porque ya es un hecho, porque ya se ha tenido y permanece muy a lo siempre en uno mismo.
Aun cuando no todos la hayamos experimentado, es un asunto de todos, y la muestra de que es un asunto de todos es que cuando, no la tenemos, hace sentir su ausencia en cada uno a modo de un no sé qué que se deja advertir aunque no tenga nombre.
Cuando brilla la inspiración, es decir, cuando una verdad se muestra, hay un punto de no retorno. No puedes mirar nada exactamente de la misma manera. De hecho, testimonio de la verdad de algo es la forma en que modifica irremediable y felizmente nuestra mirada sobre las cosas, empezando por nosotros mismos.
Y esto tampoco es algo exclusivamente personal. O sí: es tan personal e intransferible que resulta por sí mismo universal.
Un padre es siempre la cuestión del padre. Para hablar más allá del padre de Mustafá y o de mi padre tendría que hablar de Dios. El contenido de su revelación es él mismo y yo sin piernas y sin brazos sonriendo sobre sus hombros que me llevan. Todas mis taras no son entonces más que una ocasión para quererme. Es decir, para el arte; es decir, para la verdad.