Oct
Misericordia veritatis
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En una de las homilías del pasado encuentro europeo de regentes de estudio el predicador nos narró la historia siguiente:
Un día el obispo del lugar se dirigió a un monasterio. Habló con la priora y le expuso la necesidad que tenía de que una de las hermanas se dedicara a anunciar el Evangelio. “Señor obispo, nosotras somos contemplativas. No salimos de aquí y no sabemos hablar en público”. El obispo insistió, porque la situación era apremiante.
La comunidad se reunió y eligió a una hermana para predicar el Evangelio. Le asignaron el oficio más humilde. En realidad la hicieron pasar por todos los oficios. Fue portera, tornera, enfermera, sacristana, cocinera, procuradora…
Tras un tiempo decidieron que era conveniente enviarla a estudiar. Con la bendición de las hermanas partió a la universidad en donde realizó el cursus apropiado al caso. Estudió filosofía, artes y teología. Se esforzó en comprender, someter las cosas que creía al análisis de la razón desmontando sus razones propias para volver a levantarlas desde diversos puntos de vista. Volvió un día. Pero, ante el capítulo monástico reunido, la hermana manifestó que aún no se sentía preparada para predicar.
La comunidad entonces la envió de nuevo a completar su preparación. Esta vez la monja vivió en la calle, fue mendiga, sintecho, parada… Durmió en casas de acogida, comió en comedores sociales en compañía de perroflautas. Convivió con prostitutas, drogadictos, alcohólicos. Lloró, sufrió, sintió vergüenza. Contrajo el sida. Le lamieron los perros las heridas. Envejeció de pronto varios siglos.
Volvió a su monasterio y entonces sí, consideró que ya estaba preparada para hablar de Dios.
La historia es muy hermosa y muestra por sí misma sus implicaciones. Pero, pasados unos días desde el momento en que la escuché, me pregunto cuál sería nuestra reacción ante una situación similar. Qué tipo de comentarios harían algunas hermanas ante la monja que vuelve de ese modo al monasterio. Qué opinión le merecería al obispo.
Ante mis dudas, tan sólo la certeza de que a Dios esto le parecería bien me devuelve la paz.