Dic
Memoria y esperanza en Noviembre
2 comentariosEscribir sobre el asesinato de los 6 jesuitas de la UCA sigue siendo, tanto tiempo después, peligroso. Al novelista y poeta Jorge Galán lo han amenazado de muerte, pistola de por medio, en plena calle. La amenaza venía precedida de insultos y mensajes anónimos desde que publicó esa novela, titulada “Noviembre”, en la que narra aquellos asesinatos aún impunes.
Como un personaje de su propio relato, tras unos días protegido bajo el techo de una embajada, Jorge ha tenido que abandonar El Salvador. Los hechos han sido dados a conocer y denunciados en un manifiesto firmado tanto por escritores y artistas como por responsables de órdenes religiosas, así como decanos de facultades de teología españolas.
No sé si la novela se encuentra disponible en España, pero he tenido el privilegio de adentrarme en el relato de Jorge Galán y asistir, una vez más, no sólo al despliegue de su talento, sino, muy especialmente, a la constatación de una verdadera vocación, la suya, en la que confluyen vigor narrativo y fe. Y digo bien, fe, sí, porque, al margen de las creencias religiosas del autor –de las que no voy a decir nada, porque es algo que sólo corresponde a él-, todo el relato está empapado de una fiebre, un compromiso, un fervor y una vocación que vuelven a poner en pie la fe comprometida de aquellos jesuitas.
Quizá quienes ahora han amenazado de muerte a Jorge no sólo son unos esbirros sino sus mejores críticos literarios: la novela está viva y eso, a ojos de los asesinos, es algo imperdonable. La novela te mueve, y eso, en tiempos de tanta palabra inocua, comercial e intrascendente, debe ser corregido, al menos con un aviso de parte de la muerte.
La vida es a veces la más profunda intérprete del arte. No porque le devuelva al mismo gloria o reconocimiento, sino porque certifica que sólo el escritor no vendido del todo a su tiempo puede dar cuenta de su tiempo aunque hable del pasado -no hay esperanza sin memoria, nos recuerda la antropología tomista- Y ello aunque le cueste una patria. Es así como alguien –y esto se me ha hecho muy claro leyendo esta novela- puede reconstruir no sólo el compromiso sino la misteriosa vocación que lo mueve. Porque entender algo tan denostado en nuestro tiempo como la vocación religiosa requiere haber puesto distancia de los gustos, condiciones y lobbies de este mundo. Quizá por eso algunas obras están destinadas a perdurar, porque no nacen con más vocación que la de ser testigos de la verdad, de su raíz y sus frutos, que son la justicia y la igualdad.
En este sentido, “Noviembre” abre sus palabras, en el preciso momento del asesinato, al origen de la vocación del Padre Ellacuría. Porque lo uno trae lo otro y lo explica. No me resisto a dejar aquí un trocito de esta novela que espero pronto llegue a los lectores españoles.
“Nadie podía ver el interior de la casa de los padres, pero sí escuchar lo que sucedía. Uno a uno, llegaron los otros, obligados por los soldados, y se tiraron a la hierba. Hubiera querido despedirme de mi hermana, dijo Ignacio Martín-Baró. He hablado con ella hoy y no le he dicho nada. Sollozaba. Alguien más le dijo: Que no nos vean llorar. Detrás de ellos, otro dijo: Esto es una injusticia. Y otro más giró la cabeza hacia los soldados: Sois unos desgraciados. Pero pronto dejaron de protestar o sollozar y uno de ellos empezó a rezar el padrenuestro. Tiempo después, los testigos de las casas vecinas dirían que escucharon una especie de lamento acompasado, pero no era un lamento lo que oían sino el leve canto del padrenuestro, que rezaron al unísono. Habían llegado al país, muchos años antes, como sacerdotes, y querían marcharse de la única manera que sabían. Después de unos minutos, uno de los soldados se acercó y realizó el primer disparo. Uno de los sacerdotes quiso levantarse pero no tuvo tiempo. Pronto el lamento acompasado cesó. Y todo cesó. Era la madrugada del 16 de noviembre de 1989.”