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MÁXIMA FIDELIDAD VITAL
5 comentariosDonald Kuspit decidió quedarse aquella tarde paseando por la orilla del Támesis. ¡Máxima fidelidad vital! Era el colmo. En cierto modo se lo había ganado. ¿Cómo pudo estar tan engañado escribiendo elogiosas columnas enalteciendo a los del ready-made y sus creaciones escatológicas? Esto es demasiado, pensaba mientras se balanceaba sobre el puente del milenio rumbo a casa de Maria del Mar.
Claro, cuando se es joven –se decía para sus adentros- cualquier cosa con tal de ser diferente. Y golpear a los demás con nuestros gustos excedidos, a ver si la constrictiva moral academicista se ahogaba en su propio aburrimiento y esta provocación nos ensanchaba el espacio vital, sexual sobretodo. Pero esto es demasiado y no estoy dispuesto, a mis años, a aguantar más chorradas. ¿Así es que la artista pretendía “dejar constancia” de la vida “imitar la máxima fidelidad vital” con ese montón de bragas y calzoncillos sucios sobre la tarima? ¿Esto es vivir: excretar?
Donald Kuspit se sentía, por primera vez, burlado: ¿Y dónde está el supuesto carácter curativo y salvífico que el catálogo atribuye a la exposición? Nadie se lo va a esperar, pero esta vez voy a dar un giro realmente sorprendente y en mi libro –Donald comenzó aquí a urdir el libro como se urde una venganza inesperada- lo voy a decir: lo que yo mismo defendí y denominé “mundo artístico post-estético” es un ámbito francamente indigesto, de torpeza deliberada, pura entropía o Triunfo de la Muerte, entretenimiento alejandrino o mierda (sic) camuflada conceptualmente. Y el libro lo titularé “El fin del arte” (Akal, Madrid 2006).
Sin darse cuenta, como suele ocurrir con las cosas realmente importantes en la vida, Donald Kuspit había llegado al apartamento de Maria del Mar: querida, ponme un café español que vengo horrorizado. A ver si tu Dios crucificado nos salva...