May
Más al sur
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La capacidad para lo concreto es el camino a lo infinito. Entiendo así las cosas y me afirmo en ello desde varios ángulos.
Desde el teológico. El acceso a la eternidad, al misterio, a la Gloria, está en la encarnación y en el camino de lo concreto.
Desde la poesía. Si no eres capaz de decir la vida cotidiana, si deprecias las voces y los rostros humildes, la materia y los signos del instante, difícilmente podrás dar cabida a una palabra perdurable y trascendente, por muy grandilocuentes que se pongan los versos.
Desde la pintura. Lo he experimentado en la exposición de José Saborit titulada “Más al sur” y que puede visitarse en el IVAM hasta el 24 de junio.
Se abre con la serie “Doble sombra” en la que Saborit recoge con la máxima simplicidad lo más esencial de la vegetación mediterránea. Le basta sólo trazar la sombra, sin más matices, sin más adornos que el trazo negro, para definir con los menos recursos la más perfecta identidad de cada ramita. Lo más particular, lo más específico con una simplicidad desprovista de retórica. Y, además, contemplado con amor, dejando que en la pequeñez de cada vegetal se diga la grandeza de una naturaleza mayor. Lo diminuto y humilde, limpiamente captado sin pretensión de grandeza, hace brillar ante nuestros ojos la perfección en pura desnudez.
Pero tras estas humildes anotaciones concretas, estamos ya en disposición de mirar en dirección a lo inmenso. Las siguientes secciones de la exposición nos abren, pues, al horizonte, al cielo, a la luz, al espacio, a la inmensidad. La humildad en la mirada garantiza que este giro a lo que podría llamarse horizonte infinito no sea un intento de escapatoria fácil, alienante; un intento por diluir los perfiles de lo concreto en una supuesta sublimación eternizante. Los horizontes que nos deja Saborit son la expresión de una mirada profundamente acostumbrada a contemplar y a vibrar, a dejarse impregnar por lo que se mira.
Los bellos amaneceres acontecen en el cuadro, no son meramente pintados. La técnica no reside en la saturación de efectos, virtuosos contrastes o voluptuosas tonalidades, sino en las gradaciones, las veladuras, los cambios de texturas, de trazo, de espesura… que nos llevan a un estado otro, cada vez más claro, hasta acercarnos el punto central de vibración del blanco, liminal de horizonte y, sin embargo, por su humildad receptiva, más acá de nosotros, más en la verdad del mundo.
En fin, a estas alturas sobra decir que me ha fascinado la muestra y que la recomiendo encarecidamente. Y espero que el contarme entre los amigos de Saborit no le quite objetividad a mis palabras.