Jun
Luna en junio
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Son pasadas las tres de la madrugada. No puedo dormir. Algo tira de mí hacia el claustro. Salgo. Es la luna de junio. Todos los junios me sucede igual. Porque la vida de uno se parece al nacimiento de uno y yo he nacido un junio. Y nací en el bosque. Y no puedo dormir y algo me llama al patio.
A las tres de la mañana el cielo es cielo y es azul. Las magnolias de junio lucen con la luna de junio. Están más nuevas que nunca. Nunca he conocido el olor de las magnolias porque las magnolias no huelen. Bueno, supongo que son magnolias. Siempre las he llamado magnolias, así es que no voy a cambiarle el nombre a las magnolias esta noche de junio en que las magnolias son más magnolias que nunca. Y huelen. Huelen a algo completamente desconocido. Porque lo que no tiene olor huele siempre a algo completamente desconocido. Y he pensado que esta noche de insomnio se explica por sí misma, pues el claustro y la luna y el olor de las magnolias me estaban llamando y yo me he levantado porque para eso he nacido en junio.
Y he sabido que mi vida es como esta noche de junio, tan similar a todas las noches de todos los junios de toda mi vida. Enfebrecida, como la fiebre de esta luna de junio que me mostró la primera luz. Mi primera luz fue de luna. Así me va. Sin olor, como el olor de las magnolias que sólo los insomnes conocen. Tan rara como el azul del cielo de esta noche que no es azul y es, sin embargo, azul y cielo. Tan sin noticia de mí, porque estoy dentro de ella y, dentro de ella, me siento tan bien que mi presencia aquí lo estropearía todo.
Porque he nacido en el bosque y en junio y las cosas que nacen en junio y en el bosque son salvajes y delicadas. Y misteriosas. Tanto que jamás como en esta noche he sabido tan poco de aquel niño que nació en el bosque y he tenido tan presente, sin embargo, tan claramente -en este claro que no contiene ni una sombra de sueño- quién no soy. Ni es.
Y son ahora las seis cincuenta y dos. Y el cielo es blanco y empieza, ahora sí, a ser tiempo de sueño.