Dic
Lugares comunes
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Reconozco que estos días previos a la Navidad me alteran interiormente. Apenas quiero salir a la calle, porque una sensibilidad extrema y poco saludable despierta en mi mente comentarios irónicos, sarcásticos y hasta corrosivos. Todo me parece falaz y muy aparente. Se detiene mi mirada sólo en los aspectos negativos. Me da la sensación de que cubrimos con una inconsistente pátina de dulzura una realidad personal no dispuesta a mejorar más allá de un puñado de bonitos gestos, sensiblonas palabras y lugares comunes del comportamiento muy recurrentes para días como estos.
Por otro lado, advierto en todo una soledad que también en estos días se hace más visible; la ansiedad, las ganas de consumir y su correspondiente vacío. En fin, no continúo, porque el problema está en mí, seguramente, que, como ya me conozco, me pongo a mí mismo entre paréntesis y en cursiva para no hacerme demasiado caso.
Me salva el decirme: “quédate con lo esencial. El Dios cuya bondad es tan grande que no encontramos nombre con que llamarla, se hace absolutamente pequeño, indefenso hasta el extremo de ser un niño que se confía al cuidado de unas personas insignificantes a los ojos del mundo, y nos salva de la infinita soledad y de nuestras irresolubles contradicciones.”
Y me quedo en paz. Me introduzco en un abismo de silencio y oración y aguardo y recibo cuanto amor significa y es de hecho este pequeñín en el cual toda verdad, todo sentido, toda belleza, toda palabra verdadera.
Así es y así lo reconozco, pese a la posible consideración de poco literario, demasiado subjetivo, excesivamente piadoso que a algunos colegas del gremio artístico les pueda parecer esto. Quienes nos comprenden nos van a comprender de todas las maneras, aunque sus sentimientos, sus ideas y sus versos sean completamente diferentes a los nuestros.
Y, así las cosas, se libera la mirada y se encuentra, por fin, un nacimiento en que poner los ojos. Pero eso lo contaremos en el capítulo siguiente.