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Los ritmos rojos: un cuento triste
1 comentariosTras muchos años dedicado a la búsqueda de lo mejor entre las nuevas voces, las voces ya consagradas y las voces extranjeras para ofrecérnoslas con las mejores garantías de edición, Jesús Munárriz se ha ganado con creces el derecho a hacer una excepción y publicar un libro suyo en el sello por él creado y llevado a lo más alto, la Editorial Hiperión.
El ritmo de haikus del título, “Los ritmos rojos / del siglo en que nací. / Un cuento triste”, es un recurso que contribuye a acentuar, por contraste, las sombras de las que este poemario da cuenta. Porque de haikus nada: ni contemplación de la naturaleza, ni cambio de estaciones, ni ausencia de sujeto, ni aire zen. Este poemario es, en efecto, un cuento triste, el relato de quien da cuenta del desencanto ante los ideales de la Revolución Rusa precisamente en el año de la celebración del centenario de esta, 2017.
Según el mismo autor declara, “el triunfo de los revolucionarios rusos en 1917 cambió el curso de la historia y condicionó de una u otra forma las vidas de cuantos nacimos en el siglo XX, al igual que su fracaso y sus consecuencias condicionan también a su manera lo que sucede en el XXI. Las vidas de los humanos nunca escapan a su circunstancia. Ni la poesía, si no quiere tintinear en el vacío, debe hacerlo.”
En efecto, el primer verso de este poemario es “Mil novecientos diecisiete”. El último poema se refiere a “Jesús de Nazaret, aquel judío / que andaba por la vida con lo puesto / dijo que siempre habrá pobres y ricos / y arreó a los banqueros zurriagazos.” En el medio, una auténtica crónica de lo ocurrido en este siglo, con versos claros, a veces premeditadamente prosaicos, que buscan agilidad ante todo, pero que no pierden la intensidad, una elegancia incluso adusta basada en la depuración y en la claridad.
Rusia, Budapest, Berlín, Múnich, Turín…: los escenarios de la obra. CHEKA, GPU, OGPU, NKVD, KGB…: las siglas de la trama. Y, cómo no, los nombres de los poetas, los seres, en nada especiales entre millones de seres más, para los que esta trama fue tragedia:
“Antes que nadie, Blok, acorralado
por sus propios versos.
Yesenin luego, suicidado, Jlébnikov
gangrenado en el frente, Mandelshtam
aniquilado en el gulag, el entusiasta
Vladímir Mayakovski, suicidado,
la vacilante Marina Tsvietaieva
suicidada también, y sus controladores
y acusadores Lev Trotsky y Anatoli Lunatcharski
asesinados a su vez…”
Munarriz mantiene un tono racional y frío, una clara opción por el carácter reflexivo de la poesía, una reflexión pegada a la historia y a los nombres propios de esta, especialmente cuando la tentación del sentimentalismo, la afectación y el escapismo están al orden del día en la poesía.
Un cuento triste, sí, pero lúcidamente comprometido. Sincero al dar cuenta de la decepción. Y, aunque no es fácil atisbar esperanza en este poemario, no puede haber futuro sin confrontación sincera con el presente y el pasado que hasta aquí nos ha traído.
A uno, que aparte de camarada poeta no deja de ser teólogo y está por tanto obligado a ejercer la reflexión crítica sobre todo aquello que habla de Dios, no deja de llamarle la atención que el poema epílogo finalice dándole la razón al Nazareno. Me pregunto, seguro de que a Munárriz no le ha faltado nunca sinceridad y valor, qué traerá el “Continuará” del Colofón. No se pierdan estas páginas.