Nov
Los justos
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El festivo de Todos los Santos es un día en que muchos aprovechan para visitar el cementerio y adecentar el lugar donde descansan los restos de los suyos. Sin duda porque al día siguiente es el día de todos los difuntos. Pero, si bien entre nuestros difuntos hay seres que posiblemente llevaron una vida anónimamente santa, el día de Todos los Santos es una fiesta que nos recuerda el paradigma de la verdadera santidad, la santidad según Jesucristo.
Y es necesario recordarlo festivamente, porque, si hay una palabra que ha desgastado y deformado su significado, esa es la palabra “santidad”. Me alegra por ello que el Evangelio de este día sea el de las Bienaventuranzas. No puede ser distinto y otro el camino de la felicidad humana del camino de la felicidad que Dios desea para el hombre. Felices, bienaventurados, los pobres en el espíritu, los limpios de corazón, los que construyen la paz, los perseguidos por la justicia injusta, los que lloran y aun así -o quizá por ello- son capaces de compasión…
Y es que el paso del tiempo ha cargado el ideal de santidad de connotaciones que desvían la atención de su esencia. Nada de excéntricas manifestaciones, fríos comportamientos, impasibles reacciones, inalcanzables vidas, tristes perfiles, ñoñas vidas, almidonadas aventuras. Un santo triste es un triste santo. La gracia perfecciona la naturaleza humana sin desnaturalizarla ni deshumanizarla. La santidad está al alcance y es entre nosotros, para el obrero, para el político, para el estudiante, el deportista, la escritora, la gótica y el existencialista… O es una llamada a la plenitud o no es nada.
Hay muchos santos anónimos que anónimamente sostienen con su bondad, su sacrificio, su justicia, su esperanza y su alegría este mundo.
Y como este blog va de arte y esas rarezas, digámoslo con un poema pagano. De Borges. Casi nada!
Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
EI que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.
J. L. Borges