Abr
Locas de alegría
3 comentariosDe todo ha habido en lo que a críticas se refiere, porque algunas la ponían por las nubes y otras detestaban eso de que ni te puedes reír como en otras comedias ni puedes llorar como en un drama. Pues las dos cosas he hecho yo: reírme a pierna suelta y llorar a moco tendido.
Hablo de la película italiana “Locas de alegría”, dirigida por Paolo Virzì, un director prolífico al que parece importarle poco la corrección artística y está, sin embargo, empeñado en dejar constancia de cuestiones humanas de nuestro tiempo.
La cosa arranca en una institución para personas con problemas mentales en la que Beatrice tiene problemas de convivencia -quién no- y a la que llega Donatella, una chica joven envuelta en misterio. Beatrice delira constantemente: se cree una condesa y continuamente marca la diferencia con el resto, que son pobres, feas -en sus palabras- y no tienen clase ninguna. En todo se inmiscuye y a ratos no sabemos si está loca de verdad o, simplemente, los locos somos nosotros.
Pronto querrá hacerse amiga de Donatella. Y lo consigue, hasta el punto de que la relación entre ambas se convierte en la espina dorsal de la película que alza el vuelo cuando ambas emprenden una escapada, una aventura, un viaje a ninguna parte. Aunque quizá sí: el viaje a un lugar dentro de ellas mismas.
La cosa es que el guion tiene serios inconvenientes en lo que se refiere a excesos de casualidades, situaciones forzadamente traídas, momentos provocados más por la necesidad del director que por la historia misma. De ahí las críticas negativas, que no se dan cuenta de que al director estas cosas le importan muy poco porque su objetivo es otro. Entonces descubres que la película en realidad es un gran pretexto, una parábola, para decirnos otra cosa; esto: una amiga, una sola amiga, basta para encontrar la luz en la locura. Y ya está. Y es emocionante hasta los tuétanos.
Por lo demás, pues alucinar de admiración ante el inmenso, inmensísimo papel de Beatrice, interpretado por Valeria Bruni Tedeschi, sin la cual esta gran locura se vendría abajo. Si se tiene la suerte de verla en versión original, se aprecia el método seguido que, según una amiga con experiencia en esto, consiste en echar a andar el personaje mucho antes de que comience la sesión de rodaje y dejarlo seguir un buen rato después de que se apaguen los focos.
Por otro lado, destacar el trabajo actoral, eso que se nota en escenas corales en las que la cámara se carga al hombro y se sumerge en el rollo montado por los actores para que luego el espectador reciba algo intangible, un elemento imposible de planificar y que brota de la manera en que el grupo ha trabajado su relación fuera de plano. Procesos creativos que dan un sabor especial a esta cinta, a pesar de sus defectos. ¿Qué importan estos, cuando a cambio nos queda esa huella de amistad y de locura, dos naturalezas en una misma vida?
Una chifladura memorable. No os la perdáis.