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Liturgia de las horas
5 comentariosAunque su fecha de publicación es de 2012, año en que obtuvo el premio “San Juan de la Cruz”, ha sido en este declinante 2016 cuando llegó a mis manos. El tiempo tiene sus misterios y el Misterio tiene sus tiempos (al menos lo ha tenido para que, al fin, nos encontráramos Javier y yo).
Lo cierto es que vamos a concluir el año en este blog con un libro que hace liturgia del paso del tiempo.
Se trata de “Liturgia de las horas” de Javier Asiáin (Rialp), un poemario sorprendente en contenido y forma. En contenido, porque su estructura en tres partes aborda el paso del tiempo -oración de la mañana, de la tarde y de la noche- en torno a una verdadera liturgia cuya peculiaridad consiste en sacralizar el amor hasta llegar al encuentro íntimo con la amada. En cuanto a la forma, porque Asiáin se vale de citas bíblicas, oraciones, salmodias e invocaciones tomadas de la liturgia cristiana para volcarlas a lo humano.
Lo interesante es que Javier procede con tanta delicadeza, con un tino rítmico, semántico e imaginario tan armónico -no desprovisto de ciertas concreciones tan naturales como bien traídas-, que muchos de los poemas bien conservarían su sentido sagrado y su capacidad de elevación meramente espiritual. “El poema es un cántico / contra la impiedad de este mundo”, leemos en un poema titulado “Conclusión de oficio” y subtitulado como “Acción de gracias”.
Se percibe erudición y respeto por una tradición sacra que aquí, en su empleo amoroso, muestra claramente su vigencia plenificadora de otros órdenes.
En efecto, la liturgia sagrada de las horas es una forma de introducir al ser humano que por ella camina en una realidad más verdadera del tiempo. Es la forma religiosa de hallar el sentido del paso del tiempo, lo cual no puede hacerse sin entrar en el tiempo de Dios, en la relación con su persona y su historia, con su tiempo, más allá de nuestra medida del tiempo. Es la forma de encontrar otro transcurrir, otra dimensión que, entonces sí, derrama su luz sobre el mero paso de los instantes.
Porque el paso de una hora a otra, de un año a otro, poco importa más allá de la medida y la convención socialmente sincronizada. Hay días que son años y años que se nos fueron como un día. Instantes en que maduramos un trienio y trienios en que nuestra vida se estanca o retrocede. Y si no hubiera un sentido, un porqué, un alguien hacia quién, una razón para seguir caminando, el tiempo bien podría convertirse en un laberinto de angustias.
Javier Asiáin ha conducido el tiempo por la liturgia del amor. Son tantas las paráfrasis de lugares bíblicos y de oraciones y salmodias -a veces trasvasados hasta el patronaje de un haiku-, que adivinamos no sólo un recurso utilitario del sucederse litúrgico sino una verdadera forma de concitar fuerzas: la del amor -más evidente- y la del tiempo sagrado, según el cual hay un acto primigenio creador, originante de identidad y dignidad, y un acto final consumador que dota cada instante y cada verso de movimiento, atracción y esperanza consumada.
Pasa un año -quedan horas-, pero poco importa para quien el sucederse del tiempo ya no es un descontar vida, sino la cuenta atrás hacia el encuentro con la vida (claro: aquí hablo por mí, que Javier está mejor amando y escribiendo, que para eso le ha dado la vida tanto talento).