Oct
Lampedusa y la palabra
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Según la leyenda, Francisco de Asís recibió en su cuerpo las mismas llagas, en las manos, los pies y el costado, que Jesucristo recibió en la cruz. Se dice que así, de este modo, el hombre que en la historia más se pareció a Jesús de Nazaret llegó a la identificación total con el crucificado experimentando sobre sí el dolor mismo de la tortura de la cruz. Siempre he descreído bastante de estas leyendas…
…pero no de su significado.
Cuando la tragedia que se cierne sobre el inocente es tan descomunal, parece que las palabras no llegan y que otros signos se requieren. En la crucifixión Jesús se identifica con todos los inocentemente torturados y ejecutados de la historia, antes y después de él. El grado de acercamiento a los sufrientes, víctimas y perdedores de este mundo es extremo también en el pobre de Asís.
He pensado esta tarde en el momento de agonía de los doscientos hombres que viajaban en las bodegas de la barcaza hundida en Lampedusa. Eran, de entre los pobres, los más pobres, los que no habían pagado lo suficiente como para viajar en la cubierta. Aprisionados en la bodega, su hundimiento es el hundimiento de los ya hundidos. ¿Cómo puede decirse esta sobredosis de injusticia y de horror? ¿Cómo se expresa la asfixia hasta la muerte?
La conclusión de una tarde triste me dice que no hay más respuesta que la de hacer, con esperanza y con convencimiento, lo que hay que hacer. Comprometerse. Actuar. Porque además me parece inmoral convertir lo intolerablemente injusto e incomprensible en materia de literatura. Callar, no obstante, es más intolerable aún. Llorar, insuficiente. A los que no recuerda la historia –sobre sus ataúdes no hay un nombre siquiera, sólo un número escrito con rotulador- los debe recordar la literatura.
Y he recordado tristemente un poema que no me gusta demasiado pero que quedó escrito y publicado. Es propio y necesario a la poesía buscar las formas que, más allá de las palabras cuando estas son insuficientes, expresen en los límites del lenguaje lo que desgarra y rompe al lenguaje mismo. Juan Gelman lo hacía hiriendo la sintaxis y el cuerpo mismo del poema. Al igual que las llagas de Francesco -que eran las llagas de los inocentes- dolían en su cuerpo desnudo entre los lobos y la nieve, sus amigos.
A veces los márgenes del poema quieren ser una playa para los cuerpos vomitados por el mar, el mar de un sueño nunca alcanzado y sí trampa mortal.
Italia dará la nacionalidad a los ahogados. Un sarcasmo, una crueldad tan vergonzosa como cualquier programa de alguna cadena de Berlusconi.
Siento vergüenza por las leyes contra la inmigración de una Europa de la que soy ciudadano. También por eso este poema, sin casi alcanzar a ver en su momento el alcance del recurso, al final de sí mismo se volvía contra sí mismo y contra el poeta que lo había escrito movido quizá por la vergüenza y por la culpa. En días como este la palabra se vuelve nuevamente contra el poeta con más indignación. Pero sería vano y vanidoso regodearse en la indignación cuando el horror real desborda el dolor escrito. Así es que me vengaré armándome de esperanza, que nunca es, no puede ser, irascible ni retórica. Un poema ha de ser siempre un primer paso. No más, pero no menos.
Nos queda la libertad de decirlo y la esperanza de seguir diciéndolo. Aquí lo dejo, en este otro mar de las noticias que devoran con vértigo y olvido.
Las profundidades del mar escupen hombres
ya muertos o camino de la muerte
como mi corazón me escupe a mí.
No es asco lo que el mar siente en su fondo:
su única manera de salvar lo perdido.
No sé si un sentimiento similar
tiene mi corazón al vomitarme.
Lo único seguro es que sus muertes
no pueden compararse con la mía:
yo muero de estar muerto, me muero de mí mismo.
Varones de dolores, magullados
de sal, hermanos míos
sufriendo mi silencio.
Despojos de la mar, dolor oscuro
me una a vuestra piel. Pido perdón
por esta pena chica
de un pobre corazón que ya está lejos
de mí, libre de mí,
posiblemente navegando
tan indocumentado que tan sólo,
tan sólo es corazón sobre la playa.
…y tú, mientras, Antonio,
estúpido hijo mío,
hablándole a tu voz.