Sep
La velocidad del sueño
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No suele sucederme muchas veces quedarme quieto y no querer pasar la página. Desear leer otro poema pero que no acabe el libro. Que perdure el sentimiento de armonía -una confluencia de claridad inteligente y paz cordial felizmente convocadas- y, a la vez, la necesidad de ir más hondo en el ilegítimo paso de conocer más al poeta, de pasar de lo que el escritor nos ofrece a la que es su persona.
No suele sucederme muchas veces, pero aún estoy inmerso en el asombro que “La velocidad del sueño”, el último libro de Juan Pablo Zapater, ha despertado en mí.
Estamos ante una obra de plena madurez vital y literaria. Al final de estos 30 poemas descubrimos lo que más o menos acabamos reconociendo al final de nuestra propia vida: que todo lo que ha sido, en realidad no ha sido casi nada –incluidos nosotros mismos-; que la vida ha pasado como un sueño y que cuanto en ella hemos ido persiguiendo ha sido inalcanzable y lo seguirá siendo -ahora que avistamos la meta- porque todo en esta vida-sueño corre y huye a la velocidad del mismo sueño:
Y entonces te das cuenta
de que no existió el bosque, ni esa extraña
silbada melodía, ni aquel ciervo que nunca
corriendo alcanzarás, pues huye y huye
con la velocidad del sueño.
Juan Pablo Zapater tiende ante nuestros ojos poemas limpios y sin arruga en los que nada sobra ni falta; poemas largos de patronaje impoluto. No hay alarde innecesario más allá del de invisibilizar la propia mano para dejarnos una sensación de sencillez que tiene, en realidad -cómo no- muchas horas de oficio tras de sí. Hacer fácil lo difícil y hacer aflorar en nuestra piel las cosas más profundas: el paso del tiempo, la pérdida del hijo, el carácter irremediable de algunos de nuestros actos, el valor infinito que late en el don de las cosas más cotidianas, la contemplación de cuanto nos rodea con mirada futura, esa mirada que un día, destruido, recordará este mundo como el paraíso que es sin que en el presente hayamos reparado en ello.
Y me duele admitir aquellas faltas
que el tiempo recrudece en la memoria,
algunas por no haberlas evitado,
las otras por no haberlas cometido.
“La velocidad del sueño” es uno de los libros que más admiración me han despertado en los últimos años. Y lo recomiendo a sesudos y sencillos, paganos y creyentes, poetas y desertores del verso.
MILAGROS COTIDIANOS
Amanecer envueltos de otro mundo
en el santo sudario de los sueños.
Caminar sobre el agua de los días
sin hundir nuestros pies en la tristeza.
Echar con fe la red al mar oscuro
y capturar la luz que allí se esconde.
Multiplicar el aire y repartirnos
una hogaza de sol cada mañana.
Imponer una mano en nuestra sombra
para así acariciar su imagen pura.
Devolver la mirada al niño ciego
que nos guarda la flor de la conciencia.
Ungir el corazón con el aceite
que sana las heridas más profundas.
Vencer la tentación aunque sepamos
que el ángel y el diablo son amantes.
Oír al mudo amor y ver el tiempo
que baila sin pareja a nuestro lado.
Levantarnos y andar hacia la vida
cuando nos dan por muertos.
Anochecer creyendo en quienes somos
sin apenas habernos conocido.
Juan Pablo Zapater, La velocidad del sueño. Renacimiento, Sevilla 2012.