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La tía Tula
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En Versión española de la 2 han dado La tía Tula, la película de Miguel Picazo inspirada en la novela homónima de Unamuno.
Me ha parecido excelente, sencilla y compleja a la vez. El argumento es este: tras la muerte de Rosa, su esposa, Ramiro y sus dos hijos pequeños se trasladan a vivir a casa de la tía Tula, la hermana soltera de la fallecida. Tula cuida con todo esmero de sus sobrinos y su cuñado. Pero la convivencia hace que Ramiro se sienta irresistiblemente atraído por ella. Él es joven y le cuesta refrenar el deseo que siente por Tula. Ella es también joven, guapa y virtuosa. Sin embargo rechaza la propuesta de Ramiro de casarse. ¿Lo ama realmente? No lo sabemos. Tras un episodio –excelente escena- en que él trata de mantener una relación sexual con ella, el confesor de Tula le aconseja que se case con él o que, de lo contrario, dejen de vivir en la misma casa, pues los sentimientos y el deseo de Ramiro crecen. Sin embargo ella tampoco le invita a marcharse. Por una serie de razones, que es largo de explicar, finalmente él ha de marcharse llevándose, como es lógico, a sus hijos consigo. La película acaba con Tula sola y triste en un andén mientras el tren se aleja con su cuñado y sus sobrinos.
Pero la cuestión que me importa es que tras la película se abrió el habitual diálogo. Intervenían Boris Izaguirre y una escritora cuyo nombre no recuerdo. Cada uno había visto la película desde un ángulo distinto, como no puede ser de otra manera. La moderadora abrió el diálogo señalando precisamente cómo Tula queda allí, sola, viendo marcharse su último tren. No me parece tener que profundizar demasiado para descubrir que una de las líneas principales de la cinta es esa: el deseo contenido, las veces en que pasa por nuestra vida una oportunidad que no volverá a repetirse. Tula está feliz cuidando abnegadamente de su cuñado y sus sobrinos. Se desvive por ellos y en el fondo puede realizarse como la madre que no es, teniendo además a su lado a un hombre respecto al cual no sabemos lo que siente. Ni quiere dar el paso y unirse a él ni quiere que se vaya, mientras crecen la frustración y el deseo de Ramiro. ¿Pensará que va a poder mantener para siempre a su cuñado y sus sobrinos bajo su amparo, que él la va esperar toda la vida refrenando sus deseos mientras ella lo cuida y protege como la esposa que no es?
Sin embargo la escritora contertulia no tardó en lanzar su visión: Tula es una mujer independiente, posiblemente no le gustan los hombres y hoy en día sería una perfecta candidata a la inseminación artificial.
Boris Izaquirre, que es un tipo bastante inteligente (el mismo personaje frívolo que se ha vestido es parte de una estrategia nada estúpida) se da cuenta enseguida de por dónde va la escritora invitada y comienza entonces a hablar de la elegancia de la actriz y de Pedro Almodóvar o cualquier otra cosa que le posibilite salir de la situación, pues parece difícil conciliar su lectura de la cinta con la que sostiene la escritora que tiene enfrente, la cual se mantiene en las suyas, quizá pensando defender una interpretación feminista pero sin darse cuenta de que el modelo que ella defiende está ya un poco alejado de las claves de un nuevo feminismo más realista y evolucionado que comprende la causa de la mujer sin desgajarla del marco más general de lo humano, que afecta tanto a hombres como a mujeres.
Y es que nada más absurdo, más extemporáneo que querer verlo todo con una visión excesivamente contemporánea. ¿Habrá, en cambio, un tema más actual, precisamente porque es de siempre y porque es humano, para hombres y mujeres, que el del deseo contenido, la incapacidad para dar un paso en el momento acertado, la realidad que pasa factura a nuestro orgullo?