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"LA SATISFACCION DEL DEBER CUMPLIDO" VV.AA. ESDRUJULA, 2023
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Celebramos los 100 años de la muerte en Granada de Andrés Manjón, el Padre Manjón, fundador de las Escuelas del Ave María y pionero en una forma de pedagogía centrada en el alumno, en sus capacidades diferenciadas y en su contexto social, atendiendo especialmente a los factores de exclusión y posibilitando el acceso a la escuela a numerosas generaciones de niños y niñas que, por la pobreza de sus familias, no habrían tenido la oportunidad de formarse.
Con algo más de 40 años y ejerciendo como catedrático en la Facultad de Derecho de Granada, bajaba un día el Padre Manjón desde la Abadía del Sacromonte hasta el centro de la ciudad para ejercer su habitual tarea docente cuando en su camino escuchó cómo una maestra tomaba la lección a un grupo de niñas gitanas en el interior de una cueva.
Como en las mejores revelaciones de Dios, las más claras, esas que vienen a través de los excluidos, el Padre Manjón supo que había que hacer algo. Y ese algo se tradujo, en 1889, en la primera escuela del Ave María que, con mejor financiación, al poco tiempo acogía ya a 300 niñas. El contexto permite comprender lo que las nuevas Escuelas del Ave María querían remediar, y es que la tasa de analfabetismo en la ciudad de Granada rondaba, a finales del siglo XIX, el 74 por ciento.
No solo el impacto social, sino especialmente el pedagógico, es lo que este centenario quiere poner de manifiesto. La pedagogía avemariana ponía el acento en una escuela activa y gratuita en la que los alumnos eran el eje del proceso de enseñanza y aprendizaje, dándole especial importancia a la formación profesional y acomodando los contenidos impartidos a la capacidad y a los factores sociales de los que procedía el alumno y a los que el alumno debía regresar. Se formaban personas en su dimensión integral y personas capaces de procurar mejor el pan para los suyos en una sociedad clasista y desigual.
Para celebrar este proyecto y la persona que lo puso en marcha se ha publicado la antología poética “La satisfacción del deber cumplido” (Esdrújula, 2023). Esmeradamente cuidada, los responsables de la iniciativa, Javier Gilabert, Fernando Jaén y Gerardo Rodríguez Salas han recopilado textos de 100 más 3 poetas (los tres son ellos mismos, pues los antologados no íbamos a permitir que los antólogos se autoexcluyeran. Si ellos no estaban, nosotros tampoco íbamos a participar).
El prólogo de la profesora de la UGR Remedios Sánchez realiza el milagro de citar a todos y cada uno de los participantes con tacto y labor de filigrana. La antología recoge las distintas tendencias y estilos de la poesía española contemporánea. Es plural, inclusiva y sintomática, pues, aparte de su valor literario representativo, pone de manifiesto que un objetivo común tal como la importancia de la educación gratuita especialmente volcada en quienes más dificultades tienen es razón suficiente para reunir y consensuar voluntades de escritores de muy diversa y hasta divergente sensibilidad literaria. Por otro lado, los beneficios de la venta de esta publicación están destinados a la obra social eductiva del Ave María.
Comentaba con uno de los responsables de la edición un aspecto que me ha llamado la atención. Y el primero sobre el que hago recaer mi crítica soy yo mismo. Se trata de la facilidad con que pasamos por alto el motivo primero que mueve a un hombre como el Padre Manjón a hacer lo que hizo: el Evangelio, la inspiración religiosa, la inquietud social que nace de una experiencia de un Dios que realmente lo sea.
Pocos de los poemas -excepciones muy destacables son los poemas de los hermanos Jesús y Daniel Cotta, Francisco Silvera, Chema Cotarelo o Arcadio Ortega- mencionan a Dios, siendo Dios lo que movió al Padre Manjón. Hablamos de niñas, niños, tizas, hambres, madres, cartillas, mitología, pero Dios no es dicho. Lo cual no significa que no esté, de hecho creo que sobrevuela cada página. Solo apunto que hay un olvido semántico, quizá una elipsis.
La cuestión me lleva a otras ocasiones donde algo similar ocurre. Nos volvemos locos de belleza al escuchar a Bach, al entrar en una catedral gótica, al leer a San Juan de la Cruz. Tomamos un tono elevado para argüir razones que expliquen, por ejemplo, la sublimidad de la literatura mística y echamos mano de explicaciones tales como rapto sensorial, orgasmo, trance sicológico y hasta hongos alucinógenos del pan. Y no llegamos a entender el fondo, porque la verdadera razón, Dios, nos da vergüenza nombrarla. Es algo así como querer reducir a nuestras explicaciones aquello que las excede. Y ello cuando, por hablar claro, no estamos quizá sino queriendo ser aceptados por la corriente cultural dominante. Para entrar en los circuitos cultos de la sociedad española hay que dejar claro, aunque sea por vía de despiste, que Dios no es una causa del arte. Es algo muy rancio, fruto de nuestra historia reciente. Todos -insisto: yo el primero- somos fruto de nuestro tiempo, por más exquisitos que nos pongamos.
Lo cual me lleva concluir que esta falta de trascendencia hace cortas nuestras miras creativas y nuestras miras receptivas de la belleza. Tópicos y prejuicios son una carga demasiado predecible con la que caminamos. Pero también de la que todo arte se beneficia cuando se desprende de ella.
Este asunto viene a recordarme esa parte de la obra de von Balthasar en la que señala cómo la crítica de la modernidad filosófica analizaba muy bien las partes pero no veía la figura. No veía la forma que unifica, plenifica y da sentido a las partes y las superpuestas dimensiones. La forma en sí es invisible: se requieren otros ojos para verla.
Volviendo a Andrés Manjón y a esta extraordinaria antología que nos ocupa, la forma que hace admirable las diferentes partes de la obra social y pedagógica del Padre Manjón es la fe y, en este centenario, quiero decirlo.