Jul
La lucha por el vuelo
2 comentarios[En los sucesivos días, publicaremos en este blog los extractos de la triple presentación de los ganadores de Adonáis 2016, en la que estuvieron presentes los autores]
Adonáis sigue siendo Adonáis. Y no es necesario recurrir sólo a las glorias pasadas, a los nombres de quienes, desde sus inicios en la mítica colección (bien ganadores, bien accésit), han alcanzado la condición de clásicos contemporáneos: José Hierro, Claudio Rodríguez, José Ángel Valente, Caballero Bonald, José Agustín Goytisolo, Ángel González, Julia Uceda, Blanca Andreu. Podemos también acudir a las ediciones más recientes para encontrar en Adonáis algunos de los nombres de los poetas jóvenes o de generación intermedia cuyo recorrido posterior podemos ya mencionar como relevante: Joaquín Pérez Azaustre, Javier Vela, Antonio Aguilar, Raquel Lanseros, Juan Meseguer, Jorge Galán, Francisco Onieva, Rubén Martín Díaz, Constantino Molina, Nilton Santiago... Seguro que la necesidad de brevedad hace injusticia a nombres significativos.
A esta lista se suman ahora los nombres de Sergio Navarro, Bibiana Collado y Camino Román. Y no es cuestión de vanidad o triunfalismo. Es algo más: inscribirse en esta estela no significa ser mejor que nadie, pero sí apostar por la excelencia con una ambición que interpreto como necesidad de enlazarnos a una tradición y un patrimonio para ser no en solitario, sino en plural; no en egoísmo, sino en gratitud; no en soliloquio, sino en diálogo con quienes nos han hablado y aportado. Estar en Adonáis es ser parte de un cuerpo vivo.
“La lucha por el Vuelo”, de Sergio Navarro
“La lucha por el vuelo”, de Sergio Navarro, recupera para nosotros la vibración de un Adonáis clásico. Nacido en Marbella en 1992, doble Grado en Filología Hispánica y Comunicación Audiovisual, Sergio había publicado en 2015 el poemario “Telarañas”.
Con el presente libro nos adentra en un peregrinaje por la naturaleza, un recorrido que se inicia en la invencible, ignota vastedad del abismo, desde el que una sonda hace llegar noticias de una soledad cósmica desconocida, para continuar después por una naturaleza más terral pero igualmente ajena a lo humano, indiferente a la conciencia que trata de penetrar su misterio.
Este viaje, sin embargo, halla en la poesía un radar con el que proseguir hasta, y en sus sucesivas partes, adentrarnos y adentrar en nosotros el sacrosanto misterio que aguarda en cuanto vive.
Serán una musicalidad sostenida y unos encabalgamientos que suspenden proverbialmente la respiración sobre un abismo vertiginoso -coherente reflejo formal de la lucha por el vuelo y la voluntad de habitar este espacio- los que imanten nuestra querencia de altura para, finalmente, introducirnos en ese espacio místico que, sin embargo y paradójicamente, nos aguardaba en lo más humano, pues la más salvaje potencia natural revela ahora su condición de empuje a fin de que cosmos y corazón sean, comunionalmente, uno. (“que el hogar verdadero al que volver / es la tierra del hombre, quien anhela / el cielo mientras reza en el camino”).
En el poemario ganador del Adonáis 2016, Sergio se entrega, se abre, se arraiga, se desarraiga, crece, se empequeñece, anhela, vuela, cae, se levanta, choca, atraviesa.
Porque no, no es cuestión de facilitar las cosas o limar asperezas. Ya decía Platón que son difíciles las cosas bellas. Por ello Navarro nos hará atravesar, especialmente en la sección II, a través de la experiencia del fracaso y la muerte. ¿Qué sentido tienen la caída y la muerte, si somos vuelo?
Sergio -no de forma filosófica, pues es otra muy distinta su/la razón poética- aborda ahora uno de los grandes misterios de la vida. Morir, fracasar, no pueden responderse. Sólo dejan entrever un misterio más hondo, ese que nos dice que la lucha por el vuelo (eso somos: lucha por el vuelo) es, en el fondo, un aleteo por entrar a la luz, al calor, al espacio humanado.
Cosas así sólo se pueden expresar y comprender en el poema, pues el poema comprende sin comprender y dice sin decir. El poema cumple así su vocación de introducirnos en el misterio, de una forma vedada a otra lógica, para desvelar velando. Ser -vivir- y escritura se dan forma mutuamente.
Por eso, a través de esta sección, Navarro operará también cierto cambio de registro, pasando del ámbito más natural al urbano, constatando que, junto a las fiebres más espirituales, la vida nos conduce al lugar donde habitan tantos hombres de nuestro tiempo, pues toda mística no es mística verdadera hasta que no se encarna, hasta que no penetra el corazón concreto de lo humano concreto allí donde concreta y personalmente se encuentra.
A través de esa grieta abierta en el aire podremos continuar. La muerte se revela madre porque ahora comprendemos que Dios es la Madre que ya nos ha alumbrado una vez y que nos alumbrará definitivamente un día. Mas, mientras tanto y para el vuelo, tenemos el amor, un amor alejado de tópicos románticos y artificios retóricos, pues se trata del amor de quienes, sencillamente, juegan sobre la hierba bajo la luz de sol, el amor del niño adormilado sobre los hombros del padre que fuertemente lo sujeta. Entonces sí, entonces todo el libro revela su naturaleza de don que hace temblar de sentido nuestros tuétanos.
El poemario se encamina, finalmente, a dar por bueno lo ya vivido, a dar por suficiente lo simple. Quien este camino ha recorrido, comienza a ser poeta verdadero. Porque la bondad es difusiva de sí. En efecto: ser poeta consiste, en ese punto del libro, en entregarse. Y si no, nada. Esta final armoniosa comunión de cosmos y existencia da, como fruto, pan de luz y de penumbra lentamente amasado.
La palabra madurez viene a nuestra mente leyendo a Sergio y brota en nosotros una reconciliación con la vida. Sergio aúna metafísica del existir y escritura, cultura y moral, porque también escuchamos en él a los maestros y los maestros cobran sentido en él convirtiéndose en sabiduría para la vida y para el hoy. Su culturalismo es cuerpo vivo y no vacía erudición.
Finalmente, la ambición de sentido y de altura -se trata de vuelo, no lo olvidemos- de este poemario nos hace recordar también a Alberto Magno cuando señalaba como una de las cualidades del verdadero arte la “grandeza”, ese afán por hacer algo, no grandioso, sino grande, generoso, a la altura de la condición humana, a la altura de la historia, a la altura de la altura que queremos alcanzar porque, en el fondo, y Sergio Navarro lo sabe, somos vuelo y ansias de azul.