Oct
La inspiración y sus argucias
2 comentarios
Llena de pájaros está la vida esta mañana de septiembre. He soñado con ellos, he volado con ellos hasta detrás de las fronteras que dividen la vida de la muerte. Y he visto a mis antepasados. Están bien, están muy bien, están felices. Me han dicho que me esperan y ya no tengo miedo. Porque después de haber volado con los pájaros -y esto no es sólo una metáfora: yo he volado con ellos-, morir sólo es cuestión de domicilio. Y he escrito en sueños un poema, quizás este poema que me dice quién soy. Ahora lo sé: un pájaro feliz entre las manos de tantos como quiero y hasta en manos de quienes nunca me quisieron. Vivir es sólo eso. Volar sin más razones
que el gozo de volar.
Es extraña la inspiración. En cierto modo inexplicable, aunque a veces, como hoy, descubra sus argucias. Sí: sé cómo ha funcionado esta vez. Lo resumiría diciendo que un cúmulo de momentos sencillos pero plenos se ha confabulado de manera diferente a cualquier otra lógica gracias al trastorno del sueño.
Verán: anoche me acosté bien pasadas las cuatro de la mañana –nada de juerga: trabajo de pasillo y vigilancia nocturna no desprovista de alguna anécdota graciosa-. A las ocho de la mañana estaba despierto con un vaso repleto de café entre las manos. He meditado un salmo que describía las maravillas del cosmos creado por Yahvé y un pasaje del Evangelio que hablaba del Espíritu Santo. Dado mi estado irracional, me he encomendado a él.
En el claroscuro gótico de la iglesia, arrodillada en un banco, he visto de repente a lo lejos una vieja amiga que marchó a la India en busca de paz y sabiduría y que hacía años que había dejado de creer en el Dios cristiano. He ido hacia ella, la he buscado y ya no estaba. Así es que he pensado que o bien la he confundido o bien mi cerebro ha comenzado a mezclar la realidad y la ficción.
Al volver a mi habitación el mensaje de otra amiga me citaba a tomar otro café. Estaba tan cansado que hemos compartido a tumba abierta nuestras últimas alegrías y tristezas. Me ha acompañado de vuelta al convento para recoger un libro y hemos estado largos minutos escuchando la suavidad de la lluvia sobre los magnolios del claustro y el suave revoloteo de los pájaros. “Recordaré este momento –ha dicho al despedirse- la próxima vez que tenga que interpretar a un personaje tierno”. Es actriz.
He vuelto a mi ordenador y, como era de esperar, me he quedado dormido en la butaca. Me ha despertado el teléfono. Pero al ir a responder se ha cortado. Y mis manos se han ido al cuaderno porque veía claro un poema que lo mezclaba todo. Es la primera vez que sorprendo a la inspiración haciendo su trabajo.