Abr
La fascinación del fascismo
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Anoche pusieron en la tele la película alemana La ola (2008). Es una cinta basada en una novela que, a su vez, se basa en el experimento que un profesor llevó a cabo en los años 60 en una universidad norteamericana.
La película traslada los hechos a la Alemania actual. Un profesor de instituto desarrolla entre sus alumnos un experimento para explicar la autocracia como forma de gobierno y ver si, en el actual contexto democrático, económico y mediático, podría repetirse una dictadura fascista.
El experimento consiste en poner en práctica, en la clase y durante el espacio de una semana, algunas de las consignas autocráticas. Comenzarán por estar erguidos en sus pupitres antes de que entre el profesor y continuará con prácticas tales como vestir un mismo atuendo uniformado, levantarse para intervenir saludando como “Sr. Wenger”, tener un logo y un saludo propios, etc.
El experimento consigue mejorar los resultados académicos de los alumnos gracias a la disciplina propia de este tipo de sistemas. Pero las consecuencias del mismo se le escapan de las manos al profesor, pues La ola, que así se autodenominan quienes siguen el movimiento, continúa su efecto más allá de la clase. Cuando el profesor quiere pararlo es demasiado tarde para evitar sus consecuencias dramáticas.
Y es que el fascismo fascina. La película atrapa porque muestra la monstruosa fascinación que el poder fascista ejerce, hasta el punto de escapar su potencial de las manos de quien cree controlarlo.
La película muestra que se trata de una fascinación especialmente peligrosa en situaciones de inestabilidad cultural, familiar, laboral, de identidad…
Fascina el liderazgo absoluto, el orgullo, la fuerza del poder protector, la uniformidad y los uniformes, los logos, los escalafones, la identidad grupal cerrada…
Y, en última instancia, congela la mirada comprobar que el experimento de La ola es extrapolable a nuestro tiempo, nuestras redes, nuestras instituciones, nuestras crisis de identidad… Explica muchos fenómenos que podríamos estar viviendo. Desgraciadamente demasiados.