Feb
La eternidad y un día
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Durante un tiempo fue mi director de cine preferido. Creo que, en el fondo, lo continuará siendo, junto con Terrence Malick y Milcho Manchevski. Pero el problema es que en estos últimos años sus películas me duelen más de lo que me dolían antes.
Yo era más joven y mis ojos aún no habían gastado su inocencia. La inocencia en la mirada, aparte de ayudarte a ver la verdad, te protege también del daño y la tristeza. Pero tiene la inocencia sus días contados y es un cristal que se desgasta con el uso, con tanto mirar y con más cosas que, por no ponerme patético, evito enumerar aquí.
Mientras rodaba su última película,Theo Angelopoulos ha muerto atropellado por una moto. Tanto preguntarse por la primera y la última mirada del hombre para morir de una forma tan absurda, tan banal. Al fin y al cabo, la fragilidad de la vida humana siempre pendía sobre sus personajes. Con todo, el poder de la muerte no alcanza a destruir cuanto de verdadero un hombre ha visto y ha mostrado. Encuentro en ello un argumento más que me sosiega diciéndome que el poder de Dios sobre la muerte está ya dado en el germinal nacimiento de cada hombre y en cuanto de noble y bello cada hombre deja para los demás tras su paso por el mundo.
Pero aun así, las imágenes que Angelopoulos filmó para nosotros me duelen: los ojos de los dos pequeños hermanos que buscan a su padre para acabar fundiéndose en lo desconocido fueron mis ojos en Paisaje en la niebla. El hombre que buscaba la primera película griega, símbolo de la primera mirada del hombre sobre el mundo en La mirada de Ulises, soy aún yo que no desisto de buscar la primera luz –cuando el primer hombre fue creado, abrió los ojos y ¿qué vio?, ¿es posible reeditar la primera mirada?- en una Europa de luz declinante. Y, como no, mi favorita, La eternidad y un día, puede ser la historia del poeta que aún no soy pero que, por lo menos, siempre camina entre la conciencia de que todo se acaba y la esperanza de que todo comienza.
Siento estar así esta tarde. Pero no os fiéis: estas lágrimas no son, subcontrario, más que un exceso de vida. Y mi homenaje a Theo, mi amor por Grecia, en donde comenzó Occidente y en donde parece que Occidente se derrumba. Siempre nos quedará La eternidad… y un día.